VI. Gritos detrás de las paredes / Primer secreto develado.

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     Gritos detrás de las paredes.

 Una de las tantas leyendas que se murmuraba respecto a la mansión que se hallaba cruzando el puente era qué, cada medianoche o madrugada se escuchaban gritos desgarradores que hacían eco en los grandes pasillos de la mansión.

Y sí, era cierto, tan cierto como que el cielo no era azul y que posiblemente el cielo no tenía un color fijo, o quién sabe, soy solo un simple hombre con una mísera existencia y soñador en tierras que te reprimen ser libre y volar por los sueños anhelados.

El caso aquí era que sí, lo que las personas del pueblo murmuraban era cierto, cada madrugada un grito masculino se escuchaba en el silencio de la noche, cuando la oscuridad te cubría por completo y las únicas aves que estaban despiertas eran los búhos; los gritos se oían, tan desgarradores y algo locos.

«Viene el bastardo, ahí viene, ¡sáquenme de aquí! El bastardo viene»

Eran siempre los gritos desgarradores que se oían, tan fuertes que llegaban a erizarte la piel. Desde hace aproximadamente 5 años, cuando mi padre murió en garras de aquel lobo, los gritos comenzaron a escucharse.
El señor Alberto buscó por toda la casa, por cada pasadizo secreto, por cada habitación de la inmensa mansión, pero no se halló más nada, absolutamente nada.

Los ecos de los gritos se oían en cada rincón, lo que hacía difícil la búsqueda de la fuente del sonido. Con el tiempo, el señor Alberto y todos los habitantes de la mansión, se acostumbraron a escuchar esos gritos. Pero yo no, siempre que los oía, mi piel se erizaba y mi corazón latía tan desbocado como cual caballo salvaje siendo perseguido por cazadores para ser domado.

Miré el viejo reloj que colgaba de una de las paredes de la habitación; las manecillas marcaban la una de la madrugada con veinte minutos, los gritos se escuchaban desgarradores, las mismas palabras de siempre, pero con una diferencia, esta vez clamaban el nombre de mi padre.

«Andrés... el bastardo viene, sáquenme de aquí»

Abrí mis ojos de par en par y examiné mis posibilidades de salir en la oscuridad y escabullirme entre los desolados pasillos de la mansión para buscar la procedencia de aquellos gritos. No me imaginaba quién podía ser, hasta que entrará a esa mansión y buscará hasta poder dar con ellos.

La sorpresa que me llevaría iba a ser grande.

Y el señor Alberto tenía demasiadas cosas que explicarle al señor comandante que venía cada mes a verificar la mansión debido a los pequeños problemas que él tuvo en el pueblo.

Busqué mis viejos zapatos negros tipo militar que estaban debajo de mi catre, los até con fuerza y busqué la linterna que tenía debajo de la almohada, me coloqué una camiseta rápidamente y salí de mi habitación.

Caminé el sendero descubierto que tenía de mi cuarto a la mansión, mi habitación estaba retirada de la mansión porque el señor Alberto así lo requería de sus empleados, que estuvieran lo más lejos posibles por protección a su amada esposa y a su hija.

Me escabullí por debajo de la puerta de la cocina, ahí donde había una pequeña puertecilla para un cachorro pastor alemán que antes tenía de mascota la señorita Cielo. Una vez dentro, la oscuridad reino, solo los pequeños destellos de la luna alumbraban parte de los pasillos, caminé con sumo cuidado y sigilo. Los gritos habían cesado, pero sabía que dentro de poco volverían a sonar y esa sería mi señal para comenzar a buscar.

Al pasar por las escaleras, la curiosidad tentadora de subirlas como solía hacerlo antes cuando el señor José Ryder estaba vivo, y me permitía subir hasta su habitación para que a su nieta Cielo y a mí, nos contará historias de piratas y capitanes de barcos. Siempre me llamó mucho la atención salir de estas tierras e internarme en las aguas del océano y navegar hasta donde las olas me llevarán, pero esa era imposible.

Iba a dar un paso en el primer escalón para subir las escaleras, cuando un gemido captó mi atención. Me pusé rígido y apreté la linterna que reposaba en mis manos, me giré despacio en dirección a la sala de estar; la cual estaba pintada de un blanco pálido y triste, los sillones de terciopelo color crema era lo que adornaban el lugar, junto a unas pequeñas mesillas de madera. Mis ojos se abrieron en sorpresa al ver los dos cuerpos sudorosos que fornicaban en el sillón más grande que allí se encontraba; Cielo Ryder y Sebastián Gómez. Tragué grueso tratando de conectar mis cables para moverme de allí, mis ojos no se despegaban de esa escena, un sudor helado recorrió mi espina dorsal y mi frente se llenó de pequeños rocíos helados de agua salada.

Obtuve doble sorpresa cuando vi que no solo era yo quién había descubierto a Cielo Ryder en medio de su juego sexual con Sebastián, sino también mi muy distante amigo, Temo Narit. Sus ojos inyectados de una furia titánica miraban la escena que se reproducía en el sofá, los individuos protagonistas solo seguían gimiendo si percatarse de nuestras presencias, era decir; ni Temo Narit se había percatado de mi presencia, así que hice lo que debí hacer segundos antes, salí huyendo de allí, dejando a los individuos fornicando y a Temo lleno de cólera.

Temo había descubierto lo que yo le había advertido, no me hizo caso, no me creyó cuando le dije que Cielo Ryder no era para él, yo había aprendido esa lección hace un año atrás, o más bien hace un año atrás había terminado con el corazón roto por causa de Cielo. Aunque mucho tiempo atrás me había dado cuenta de lo que era Cielo, pero nunca lo quise ver, hasta que me estrellé contra su indiferencia y arrogancia.

Dejando atrás aquello descendí unas pequeñas escaleras que estaban en la parte trasera, eran un pasadizo secreto el cual había recorrido mucho tiempo atrás. Cuando iba por la mitad de las escaleras, los gritos comenzaron a escucharse nuevamente, y esta vez se escuchaban más intensos.

Me armé de valor y encendí la linterna para ir en busca del dueño de esos gritos.

Al llegar a la parte más baja de aquellas escalerillas, ante mí la oscuridad era tenebrosa y lo único que alcanzaba a apreciar era lo que la pequeña luz de la linterna me dejaba ver, dos caminos se abrían ante mí, uno más oscuro que el otro. No sabía cuál elegir, así que tiré un volado imaginario y elegí el camino de la derecha. Me adentré en la oscuridad de aquel pasillo, ratas enormes salían huyendo cuando la luz le daba en sus ojos, se pintaban de rojos cuando la luz le daba de lleno, al llegar casi al final y lo que la linterna pudo alumbrar, me di cuenta que estaba frente a unas mazmorras.

—Madre santa —fue lo que salió de mis labios al ver aquello.

Tenía demasiado tiempo viviendo en estas tierras, conocía los pasadizos de la mansión, pero jamás había visto o escuchado hablar de esta parte de la casa, de estas mazmorras.

El hierro fundido era lo que tenían de puertas los pequeños pedazos de celdas, caminé con sigilo y observando todo el lugar, los gritos habían cesado, pero yo sentía algo más que mi propia presencia. Mi respiración iba aumentando con cada paso que yo daba. Me sentía tipo yendo hacia la boca del lobo.

Tenía miedo, posiblemente sí, pero ya estaba allí, así que al igual que ustedes; quería saber qué demonios había por acá y si los gritos provenían de allí.

Cuando divisé un interruptor, lo presioné hasta que unas luces incandescentes se encendieron por todo el lugar alumbrándolo.

Un quejido masculino me hizo sobresaltarme y llenarme de terror.

¿quién no se asustaría?

Eran casi las dos de la madrugada, y estaba debajo de la casa en unas mazmorras de las cuales no sabía de su existencia.

Caminé unos pasos más hasta llegar a la última celda, lo que mis ojos vislumbraron fue el cuerpo casi esquelético de un anciano, con una barba larga y blanca al igual que su cabello, que era casi escaso y ralo, la ropa que cargaba puesta estaba mugrosa al igual que su piel, arrugada. Sus manos esqueléticas cubrían sus ojos (lo que daba a entender que la luz le molestaba), las uñas se le apreciaban; las tenía largas y llenas de mugre, al igual que las de sus pies.

Cuando poco a poco sus manos dejaron sus ojos y su rostro se pintó ante mí, sentí mi garganta secarse.

—¿Señor José?

Aquella madrugada, devele uno de los secretos que se escondían tras las paredes de la mansión. Uno de tantos, y el señor Alberto tenía mucho que explicarle al comandante.

La noche que Cielo murió [COMPLETA] #WATTYS2019Where stories live. Discover now