"Me había vuelto débil a causa de Edén"

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ALLEN

El peso que sentía era abrumador, mucho más que el frío manteniendo mis extremidades congeladas.

Las botas se hundían entre la nieve a cada paso dejándolas con vestigios. Eran solamente mis pisadas y el tránsito escaso de las calles el ruido que se escuchaba en medio de la noche.

Mis pensamientos seguían martillado en mi cabeza, regresándome al tiempo antes de que todo este embrollo empezara.

Desde el primer instante en que Rider se había ofrecido a ayudarme a vengarme de mi padre no había dudado en ningún momento. No era mi amigo, pero lo conocía desde hace varios años.

Siempre siendo el chico problemático, al que enviaban cada semana a visitar la oficina del director. Recordaba su mirada de incredulidad aquel día que me había acercado a él para pedirle ayuda. Preguntando qué era lo que tenía que hacer para pertenecer a su grupo.

Los había visto fumando afuera del instituto, rompiendo las reglas, intimidado a los demás estudiantes.

Yo era uno de los chicos populares, me encontraba en el cuadro de honor, tenía una vida perfecta cimentada en una base de mentiras. Papá siempre ponía de pretexto el trabajo cada vez que me fallaba, cada noche que no aparecía y mamá fingía que todo estaba bien.

Esa noche, todo terminó. Abrí los ojos dándome cuenta de que era un niño iluso siendo utilizado por un hombre al cual no le importábamos en lo más mínimo. Yo quería su aprobación, era para lo que vivía, para que él se sintiera orgulloso de mí.

Haberme acercado a Rider y romper las reglas se había sentido tan bien. Fumar y beber. Enredarme con chicas que no me interesaban.

Me encantaba ver la cara de mi padre al verme llegar alcoholizado, y que él no podía hacer nada, ni mover un solo músculo. No me importaba echar a perder mi vida porque si yo caía él caería junto conmigo.

Eso me lo había asegurado Rider.

Pero hundirse implica muchas cosas, vender tu alma al diablo, olvidarte de vivir.

Tanto era el odio que sentía.

Tanto era mi repudio que no podía simplemente olvidar.

Lo había aceptado. Pero ahora todo se sentía tan real.

Desde que tomé mi decisión no me había cuestionado en ningún momento. No había dudado. No hasta este instante en que solo la imagen del rostro de aquella niña se encontraba en mis pensamientos, tal vez de mi reflejo en sus pupilas. O de su sonrisa dulce que me enseñaba sus ganas de vivir.

Edén.

Era una chiquilla, pequeña y frágil que demostraba lo contrario con su forma tan positiva de ver la vida y esa fortaleza que ni siquiera las agujas eran capaces de perforar.

Solté el aire cansino, sintiéndome miserable e indigno porque mis pies me había guiado hasta ese lugar de paredes blancas en donde mi único anhelo era ver a Edén a través de un cristal, quizá solamente para tranquilizar mi alma.

Las puertas se abrieron dándome la bienvenida, no era como estar de día. El ajetreo no resultaba tan intenso y aunque no estaba seguro de que ella seguía allí adentro aun así no perdía nada. Mostré la tarjeta que me había dado la doctora Miller a la recepcionista que no era la misma del turno diurno y sin cuestionar me indicó que podía subir.

Tomé el ascensor sabiendo a qué piso ir exactamente. Pasando de todos, no pensaba quedarme. Solo quería verla dormir.

Algunas enfermeras caminaban por el pasillo del tercer piso sin ponerme atención y yo de igual manera me dirigí en silencio a la habitación 34A.

Amor Silencioso |COMPLETA|Where stories live. Discover now