Lo único que deseo es no hundirla a ella conmigo

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ALLEN

—¿Edén se fue a su casa?

Preguntó mamá tratando de sentarse con dificultad en la camilla. Los aparatos ya habían sido removidos y solo un poco de suero era lo que descendía por una fina manguera que culminaba en una aguja insertada en la parte dorsal de su mano.

—¿Estás bien? —me acerqué a ella para servirle de apoyo, cuando la escuché emitir un gemido de fatiga —. Todavía no estás en condiciones para hacer esfuerzos.

La reprendí un poco, mi hermano no se encontraba en ese momento. Había quedado de arreglar asuntos con nuestro padre sobre lo que ahora se avecinaba y por orden de él me mantuve alejado. Mi intención era la misma, y Aaron estaba seguro que si yo volvía a ver a Anthony era un hecho que esta vez no me contendría.

—No te preocupes por mí, hijo. Estaré bien —recompuso una sonrisa. Las bolsas violáceas bajo sus ojos indicaban las noches sin sueño, su piel carecía del brillo que normalmente podía observar día a día. Mi madre, no se vería radiante, no ahora.

Regresé a mi asiento, aún con la mueca de inconformidad en mi rostro.

—Sí —respondí a la pregunta que había quedado sin respuesta, y añadí ——: Me pareció un poco imprudente de mi parte dejar que se quedara aquí, el hospital no es un lugar muy acogedor para dormir.

Las camillas de los hospitales no siempre son cómodas, y cuando un acompañante se quedaba para cuidar a su paciente no dormía ni siquiera en una camilla; teníamos suerte de que la habitación de mi madre contaba con un sofá más amplio que las sillas individuales que permanecían en las habitaciones. Simples, nada ergonómicas, justo como en la que me había sentado para cuidar de mi madre ese día.

Regresé mi peso al respaldo, mi madre, de igual forma se recargó echando la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos. Se veía débil a simple vista, pero una sonrisa adornaba su rostro.

—Ella, ¿está enferma? —preguntó con cautela. Con miedo de saber la verdad.

Enferma.

Edén tenía una enfermedad congénita, una extraña enfermedad que le impedía hacer las actividades que cualquier chica de su edad quisiera hacer. Aunque no era algo en lo que pensaba últimamente.

La veía caminar y sonreír por cada rincón, no parecía como si tuviera algo malo, la vitalidad de sus movimientos lograban que olvidara lo frágil que era.

—Tiene una enfermedad extraña —hablé desviando la mirada de los ojos oscuros de mi madre. Me observaba con seriedad, bastante atenta a mi respuesta —. Pero nada le pasará, sé que mientras yo esté con ella podré mantenerla a salvo.

Elevé la vista y fue cuando mamá sonrió con ternura y dijo:

—Sé que lo harás.

Un par de segundos pasaron, la vista de mi madre se clavaba en sus manos sobre su regazo, esos dedos largos y huesudos envueltos en la blanca piel, decorados de uñas lagras y pulcras. Aquellos que en su juventud habían acariciado las teclas de un piano, de su sueño materializado en un instrumento tan bello, aquellas que curaban mis heridas. Sus pupilas temblaba, sus labios estaba un poco secos.

—Sabes —fue ella quien volvió a hablar, con la voz llena de pesar —. Lamento lo que hice, de verdad.

Mi postura estaba rígida, no quería hablar sobre el cómo me sentí cuando la vi en su habitación inconsciente.

—No... —mi madre me silenció colocando el dedo índice sobre sus labios.

—Deja que termine —asentí lentamente —. Quizá creerás que no pensé en lo que ustedes sentirían al momento de que mi vida se extinguiera. Era esa la misma duda que me asaltaba día a día, porque no podía dejarlos sabiendo el dolor que podría causarles. Por eso guarde silencio tanto tiempo, por esa razón soporté tantos años el desprecio de Anthony.

Amor Silencioso |COMPLETA|Where stories live. Discover now