Elisa seguía corriendo entre las ramas de aquel frondoso bosque, intentaba despistar a sus tres perseguidores tanto como podía. Sabía que al final de allí se encontraba un pueblo donde podía esconderse, pero las fuerzas le fallaban. Cuando las luces de aquel recóndito lugar aparecieron en la distancia, la chica se detuvo. Silencio. No escuchaba nada más que su agitada respiración. Continuó su marcha, hasta que estuvo a unos pasos del pueblo. No había nadie por las calles, aunque era normal, era bien entrada la noche. Caminó un poco más por entre las casas, y entró en el único bar que estaba abierto a esas horas. Solo había una mesa ocupada por tres personas. Se giraron al oírla entrar y unas sonrisas malévolas iluminaron sus rostros. No podía ser, eran ellos.
- Estás muerta. - Susurro el mayor de los tres.
Aquellas palabras la dejaron paralizada, todo el esfuerzo que había hecho no había servido para nada.
