1. Los Intrusos

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Algún tipo de algarabía me despierta poco a poco.

Un rayo de sol tibio calienta parte de mi pierna y me hace consciente del calor que me envuelve, sintiendo sudor en todas partes. Sin embargo, la conversación en la planta baja me distrae un momento. Escucho la manera en la que mi hermana habla con alguien sobre "personas nuevas".

¿Personas?

Todavía adormilada agudizo mi oído, aún acostada en la cama, oyendo a mi madre responderle algo que no logro entender. La curiosidad me gana y me levanto con rapidez, sin demorar en deslizarme suavemente por las escaleras para poder escuchar más partes de la conversación.

― ¿Cuántos son?

―Tal vez cinco o más...

― ¿Será que estos duran?

―Ojalá... ¿Qué? Mamá, debes admitir que parecen interesantes con toda esa aura europea que los envuelve, ¡juro que hasta puedo oler el English Breakfast Tea desde acá!

Se hace silencio luego de que la risa de Allena fuera cortada por un manotazo de mamá, así que decido entrar de una vez por todas a la cocina. Al llegar, las veo pegadas a la ventana, murmurando entre ellas.

― ¡Buenos días! ―exclamo ruidosamente generando que las dos se asusten y Allena caiga al suelo. Me río mientras mi hermana se levanta sobando su trasero con una mirada asesina hacia mí― ¿Qué hacen? ―ninguna responde por lo cual me acerco a la ventana y observo un camión grande, de color blanco con un logotipo azul en el costado. Personas suben y bajan de él, sacando cosas.

Mudanza.

Veo a uno de ellos: alto, de cabellos rubios y cuerpo fibroso.

La que creo que es la madre, de cabellos platinos, habla con él mientras señala dentro de la casa, de donde sale una muchacha de cabello negro azulado quien sonríe por algo que exclama un adolescente a su lado, de más o menos la edad de Allena. Tiempo después, un hombre adulto, con canas en su barba y en su cabello ondulado, abraza a la mujer desde atrás acariciando su vientre, susurrándole al oído.

La casa, que queda a una distancia razonable de la nuestra y que ha estado desolada por meses, ahora se impregna de vida.

―Tenemos que ir a saludarlos, ma. Por favor, ¿sí, sí? ―el ruego de mi hermana es sopesado por mamá, mas la respuesta, al fin y al cabo hace saltar de felicidad a la rubia.

Observo con extrañeza a la mujer pelirroja que aceptó, ya que nunca vamos a saludar a los vecinos porque sabemos que no se quedarán por mucho tiempo. Lo hacíamos las primeras veces. Llegábamos a sus puertas con tartas, pasteles, bistec; pero dejamos de lado esa tradición.

― ¿Vamos a darle la bienvenida a los nuevos vecinos que no sabemos si se quedarán lo suficiente como para recordar nuestros nombres? ―el sarcasmo en mi voz no pasa desapercibido, opacando un poco el anterior brillo que danzaba en sus ojos azules.

―Sin peros, Isis. Ve a ducharte. ―frunce el ceño, apurándome escaleras arriba sin dejar lugar a objeciones.

Entro al cuarto de baño de mala gana y, sólo para molestar la emoción de ambas por ir a "conocer a los vecinos", tomo mi tiempo en la ducha.

Al bajar ya vestida, me topo con Allena usando jeans justos y una diminuta camiseta que deja su vientre expuesto. Tiene maquillaje en su cara que la hace ver mayor y mastica un chicle mientras teclea en su celular.

― ¿Vas para una fiesta de disfraces? ―mi ceja se levanta mientras agarro una tostada y mastico lentamente.

Me encanta picar su ánimo hasta hacerla enojar.

Detrás de las Máscaras ✔︎Where stories live. Discover now