10. Respuestas Inconclusas

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Miré a mi alrededor.

¿Dónde está?

Siempre había una linterna cerca. Mamá empezó a esconder linternas y velas por toda la casa luego de que años antes informaran que los cortes de corriente iban a ser recurrentes, lo cual nunca pasó gracias a la mejora y cambio de los cables más viejos y dañados por parte del alcalde de Praton.

Rebusqué sin éxito en el primer cajón de una mesa vieja y fea arrinconada en la parte más alejada de la vista de todos, cerca a la puerta trasera.

Moví unos cuantos papeles y los improperios dejaron mi boca en diversos momentos. Al rasguñar mi mano con una puntilla en el fondo oscuro de una de las gavetas la saqué con rapidez, rompiendo una de las hojas sin importancia y generando que el sonido reverberara en mi cabeza.

Bordes irregulares. Pedazo. Incompleto.

La euforia se instaló en mi pecho al descubrir, luego de un largo tiempo, lo que mi subconsciente me había querido decir.

¡El papel de «Die Kabine» era un trozo de algo más!

Mi voz interna gruñó con fastidio y de un manotazo mental la alejé.

Tapé con el pedazo de madera el hueco, diciéndome a mí misma que lo investigaría en otro momento, y rogándole a la nada que ni mamá ni Allena se acercaran por aquí y vieran la precaria pieza sobrepuesta en la entrada.

Subí con cuidado las escaleras y antes de encerrarme en mi habitación escuché una pequeña risa en el cuarto de Lena, llevándome a divisar el pequeño haz de luz por debajo de su puerta.

Como buena hermana chismosa y preocupada pegué mi oreja a la madera y por un momento todo quedó en silencio, cuando decidí dirigirme de una vez hacía el pequeño papel que me esperaba en la mesita de noche una nueva risa reverberó a través de la superficie rosa pálido.

Me congelé en mi posición y mis manos sudaron.

Esa no era su risa.

Su risa no era entre profunda y ronca, no.

Su risa era delicada, aniñada todavía.

Tomé una gran respiración antes de girar el pomo con cuidado y abrir un espacio entre el marco y la puerta misma.

Allena Heid, estás muerta.

Nada más ni nada menos que el menor de los Greymme se encontraba sentado en la cama de Lena, una de sus piernas debajo de la otra la cual colgaba por fuera del colchón, mientras que la castaña se encontraba acomodada frente a él, con una mirada soñadora en los ojos ámbar.

Por suerte, Allena estaba tan inmersa en su conversación con Tristan que no se percató de mi presencia. Cuando el castaño se inclinó corriendo un mechón rubio de la cara de mi hermana, y yo noté sus intenciones, cerré la puerta de nuevo tocando tres veces con los nudillos.

―Lenns... ¿Sigues despierta? ―se escuchó un poco de alboroto al otro lado y susurros desesperados que trataban de no ser muy obvios, aunque lo eran.

Abrí sin esperar respuesta y vi a una Allena de ojos abiertos como dos grandes ventanas cafés con la mano sujetando el antebrazo del castaño quién ya tenía una pierna fuera del cuarto, atravesando el marco que sostenía la persiana, hacía la noche oscura y templada.

―Hola... Tristan. ―traté de que mi voz sonara sorprendida pero en vez de eso, mi cuerpo me traicionó, y mi tono fue más afilado de lo que pretendía.

―Isis. ―él se notaba claramente afectado aunque lo escondió detrás de su usual neutralidad.

―Iss, yo puedo explicártelo... ―miré a mi hermana, alzando las cejas para que continuara cuando paró.

Detrás de las Máscaras ✔︎Where stories live. Discover now