36. Después del Amanecer (Final)

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Gareth.

Ya han pasado unas cuantas horas desde que mis peores pesadillas se convirtieron en una irrefutable realidad.

Desafortunadamente, las lágrimas siguen dejando mis ojos sin parar, tratando de lavar un dolor que no se va, que no mengua, que no pretende ser olvidado.

Como huellas en vidrio empañado... Aquel recuerdo pretende quedarse tatuado en mi mente para siempre.

La forma en la que la sangre escurría manchando sus delicadas manos, la manera en la que sus ojos avellanas perdían el hermoso brillo que me hacía delirar, su voz desapareciendo apenas dejaba sus labios.

Dios, no.

Quiero arrancarme esas imágenes, sacarlas de mi cerebro porque simplemente duele... demasiado.

Una mano se posa sobre mis dedos firmes que sujetaban mi pelo hasta que el cuero cabelludo me picara, para sentir algo más que el espantoso suplicio que me desgarra sin piedad.

—Deja de hacer eso, cariño, por favor. —la voz de mamá no me reconforta como solía hacerlo, lo cual amplia el vacío lacerante que jura abrirme el pecho en dos.

—No puedo, mamá. —alzo la mirada hacía esa puerta cerrada que asemeja una de las escenas más terroríficas que he presenciado en mi vida.

No podré hasta verla. Hasta saber que...

» Está bien, ¿cierto? —siento mis párpados inflamados cuando dirijo mis ojos a ella, descubriendo su semblante desmejorado.

Está preocupada por algo. Pero quiero creer que no es por ella.

—Es fuerte, amor. —se acomoda a mi lado, evadiendo la verdadera pregunta, acariciando mi pelo, llevando mi cabeza a su pecho.

—Pero yo no lo soy... porque tengo miedo. —la verdad en esa declaración me hace apretujar con fuerza su blusa, mas no me dice nada al mismo tiempo que me acuna contra su cuello.

—Lo eres, Gareth. Es normal tener miedo en estas situaciones... porque tú la amas, hijo, y más que perderla, temes que ella no lo sepa ¿no es así?

Temo ambas cosas.

Pero me sorprendo al asegurar que tiene razón.

Nunca se lo dije, ni dejé que ella lo hiciera. No obstante, tengo un motivo para eso, aunque ahora me esté quemando por dentro el hecho de que, incluso sin haberlo dicho en voz alta, ambos sabemos nuestros sentimientos.

—Sabes que no puedo hacerlo. —me separo para observar su reacción, a lo que ella responde girando la cara para evitar mi escrutinio.

—Nunca te prohibimos que-

— ¿Y crees que sería una buena idea que lo haga? Es egoísta, mamá. Lo sabes. —los restos de una rabia oculta empiezan a quemar de nuevo, lentamente.

»Es mejor que ella piense que no, porque será más fácil que me odie luego. Que me olvide, como tiene que ser.

Aprieto y suelto mis puños consecutivamente, queriendo deshacerme de la tensión presentada en toda mi espalda.

— ¿Te sentirías mejor con eso? —mamá me mira de nuevo, pero no exploro el brillo en su mirada por prestarle atención al fondo polvoreado de cenizas en la chimenea apagada.

—Nunca me sentiré mejor. —expreso toda mi furia y dolor con una sola mirada de soslayo, que ella comprende porque, luego de unos segundos de denso silencio, se levanta.

—Cuando menos lo esperes entenderás el porqué de todo lo que hacemos, hijo. —sus yemas planean tomar mi mejilla que no alcanza porque me alejo.

Detrás de las Máscaras ✔︎Место, где живут истории. Откройте их для себя