*𝔼𝕡í𝕘𝕣𝕒𝕗𝕖:*

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Los nervios hicieron un nudo en mi estómago que se negaba a marchar aunque lo intentara, el sentimiento de que algo malo pasaría crecía cada vez más en mi interior, con cada paso que daba, calando hasta mis huesos en forma de pequeños calambres por la tensión. Pero ni el repiqueteo de mis tacones de aguja sobre la cerámica, delató el nerviosismo que surcaba cada centímetro de mi sistema, mis manos se mantenían cubiertas por una fina capa de sudor frío por lo mismo, las hojas en mi tablilla se habían marcado con leves arrugas donde el borde cubital de mi mano tocaba al escribir y nada funcionaba para relajarme. Probablemente la culpa también me afectaba dejándome al borde de un colapso, pero aún así seguí demostrando una tranquilidad que nadie podría llegar a sentir.

Cuántos días habían pasado, cuánto tiempo invertido en tan afamado proyecto y justo ahora temía por lo que sucedería, porque mi interior presentía que no saldría bien. Mis ojos se mantuvieron alerta, procurando que los hombres no fueran a cometer ningún error que desatara el desastre.

Desde la noche anterior la inquietud no me permitió dormir, porque presentía que algo malo vendría a la mañana siguiente, me costaba creer que fuera simple ansiedad. Los tres científicos sentados frente a los tableros, con sus respectivas pantallas, botones y pequeñas palancas. se encontraban atentos a los signos vitales de los portadores de trajes de seguridad que estaban dentro de la habitación, mientras que los hombres trajeados mandados por los inversionistas observaban a través del gran cristal blindado como procedían a sacar pruebas para verificar que ninguna de estas fuera alterada.

Era la única mujer dentro de la habitación, clasificada como la mejor y más calificada para lo que necesitaba el denominado 'experimento más importante'.

—Signos vitales del sujeto número uno, estables —habló el señor robusto.

—Signos vitales del segundo sujeto, melanina bajando —el hombre de mayor estatura se inclinó hacia adelante y pulso un pequeño botón para hablar a través del micrófono —Por favor, sujeto número dos, examine su traje y busque posibles aberturas. Proceda a salir al cuarto de descontaminación.

Cada sujeto era vigilado por un médico, por lo que era fácil saber a cuál de ellos le hablaban, puesto que estaba prohibido mencionar nombres, así que solo el sonido de sus voces debía ser suficiente. Me detuve al centro del gran cristal, mi respiración era tan lenta y pausada que podía escuchar mis latidos como si fueran el único sonido en el lugar, mi cuerpo comenzaba a erizarse, haciendo que el pantalón y la blusa de algodón parecieran lijas raspando contra mi piel.

Última prueba y me largaba de aquí, pues gracias a que todo salió acorde al plan no tendría que volver a trabajar; el pago era suficiente para mantener mi vida rodeada de lujos y aunque eso me hizo dudar en un inicio, continúe.

—Sujeto dos, su melanina sigue bajando. Por favor salga al área de descontaminación inmediatamente —podía oír el eco en la habitación.

El hombre trajeado no atendía las indicaciones, se quedó inmóvil durante un rato mientras el otro hombre giró precavido y comenzó a retroceder, sin darle la espalda.

Todos en la habitación estábamos como estatuas, incluso parecía que habían dejado de respirar. Uno de los científicos susurró al otro algo que nadie más escucho, ambos asintieron y pulsaron sus respectivos botones, los tres a la vez. Las luces blancas de la habitación se apagaron, dejándola a oscuras hasta que las luces de emergencia dejaron ver lo que pasaba dentro de aquel cuarto. El gas comenzó a descender de las rendijas en el techo, los dos sujetos seguían presionando el botón de salida que se había desactivado, mientras el otro se mantenía quieto en su lugar inicial. El ritmo del sujeto número uno comenzó a aumentar rápidamente por la adrenalina y pánico, cuando su compañero se dio la vuelta y comenzó a atacar violentamente.

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