Número 13

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La alucinación no terminó hasta que cada pedazo de mi piel fue arrancado y la lluvia sangre que caía terminó siendo ácido.

Desperté con los ojos empañados de lágrimas, un terrible dolor muscular y una presión en mi pecho que no me dejaba respirar, podría apostar que mi temperatura corporal rozaba los cincuenta grados centígrados. Traté de hablar pero mi boca estaba demasiado seca y solo provocaba que la garganta me ardiera, giré un poco la cabeza escuchando el crujir de mi cuello para ver una bolsa de suero colgando de la orilla de una repisa. Miré al otro lado, la cama estaba pegada a la pared y tenía una gran ventana que me dejaba ver el mar de estrellas. Levanté la mano dejando escapar suaves quejas de dolor, luego de unos minutos logré sentarme y quitar la aguja que me suministraba el suero.

— Quédate acostada niña renegada — Pierre empujó la puerta al final de la habitación y se lanzó a hacer que me acostara —. ¿Sabes cuánto batallaron para ponerte el suero?

Extendió mi brazo y dio pequeños golpes sobre la vena en la parte interna del codo, para volver a ponerme el suero.

— ¿Qué sucedió? — levantó la vista de mi brazo, sonrió y negó con la cabeza.

— Solo se la mitad de la historia. Estuve contigo mientras que seguías sosteniéndose de mi hombro, Gen — ¿Cómo fue que lo arrastre conmigo? —. Se que me dijiste que no lo llamara, pero tú no salías de ese lugar y la gente comenzó a asustarse.

— Sigo viva así que supongo que no hay problema — no podía enojarme, pues ya estaba hecho y no tenía sentido hacerlo — ¿Qué te dijo o hizo?

— Te curó, digamos que el corte era como una infección que te provocó que vieras eso — levantó mi mano anteriormente herida, el corte había cerrado y se mantenía unido por la costra.

— ¿Dijo algo más? — él negó.

— Descansa un poco más — se levantó y salió de la habitación.

Me enfoqué en mi alrededor, siendo consiente de todas las personas que en este momento dormían y otras que caminaban junto a la cerca o por en medio de las casas, seguramente haciendo guardia. Cerré los ojos un segundo para cuando escuché unas botas ingresar a la habitación.

— ¿No se supone que debía descansar? — abrí los ojos y me rodé para verlo.

Su torso desnudo y bronceado fue lo primero que vi, esperaba algún comentario pero no hizo ruido alguno. Miré su rostro calmado, como si esperara alguna palabra, orden o acción que le indicará que debía moverse; no era Pierre.

Aun cuando era su cuerpo el que se movía, en sus ojos era alguien distinto con deseos de mantenerme enjaulada, algo en lo que no podía confiar. No reaccioné hasta después de que el llegó a desgarrar la blusa que llevaba, en el segundo en que la adrenalina me invadió y me fue más fácil mover mi cuerpo, sostuve la mano que se acercaba pero en el instante en que la toqué mi vista pasó a estar en el techo blanco y luego en la oscuridad. El frío metal hacia picar mi piel, abrí los ojos mientras mi cabeza seguía palpitando y el sabor metálico de la sangre no abandonaba mis papilas gustativas; no tenía ni idea de dónde me encontraba.

Bajé de la mesa en la que me encontraba, acomodé la bata que llevaba puesta y caminé de puntillas a la salida, un quejido me hizo girar para mirar de nuevo a la mesa de la que recién me había levantado, una persona estaba envuelta en vendas, de su rostro apenas quedaban descubiertos sus ojos, nariz y boca, del resto del cuerpo solo sus manos quedaban libres. Me acerqué tratando de ver quién era pues algo me decía que era alguien conocido, no lograba reconocer su esencia, pues está parecía estar saliendo como sangre de alguna herida.

— ¿Quién eres? — permaneció impasible.

— Aunque grites, no se dará cuenta de tu presencia. Estás, pero no estás aquí — sabía que era el ángel que tomo el cuerpo de Pierre.

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