Número 12

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En el camino al refugio, Pierre me contó que tardó en acostumbrarse luego de que un ángel lo trajera de vuelta diciendo que aún no era su tiempo. Le pregunté acerca de si le había dejado alguna marca o lo visitaba muy seguido, prometió enseñarme las únicas marcas que le habían quedado y me dijo que no lo veía en bastante tiempo, pues el estaba resolviendo errores de otro y reviviendo a las personas que no debieron morir ni por el accidente.

— ¿Tú recuerdas todo lo que sucedió desde que estuviste trabajando para esa gente? — me miró por el rabillo del ojo, para no desviarse en la carretera.

Él manejaba la troca que tomé prestada, pues dijo que sería un viaje largo. Yo acomodé el asiento para ponerme de lado y acostarme.

— Lo siento, chérie. Aunque recuerdo todo, no tengo información que pueda ser útil, yo solo debía de entrenarte y hacer que controlarás las rabietas por las inyecciones — me puse la sudadera en mi cintura.

— ¿Sabes qué era lo que me inyectaron?  — repiqueteó en el volante antes de responder.

— Solo me dijeron que era una transfusión de sangre alterada, que de efecto secundario tenía arranques de ira, pero dudo de que hubieran dicho la verdad completa — Azrael no mentía con que yo ya había tenido su sangre antes.

— Yo también morí — declaré —, ambos somos zombis.

Pierre rio y estiró la mano sacudiendo el pelo en mi coronilla.

— Duerme un poco, que ya te estás pareciendo demasiado a ellos — lo miré ofendida, no tenía mal aspecto ¿o sí?

— Perdón, señorito con apariencia y cuerpo de Dios griego — se carcajeó y una vez calmada las preciosas orbes verdes amieladas me miraron directamente.

—Tú también eres muy bonita, demasiado — me sonrojé por la seriedad de su mirada —. Aunque también muy terca y roncas, pero sabes cómo patear traseros muy bien.

Me guiñó el ojo y se concentró de nuevo en el camino. No di respuesta e intenté dormirme.

Soñé estar en un campo, viendo un hombre sin camisa, sentado en una banca mirando al atardecer, cuando me acerqué noté una cicatriz en su espalda que inmediatamente reconocí, sin saber muy bien que hacer seguí avanzando. Las cicatrices enrojecieron y dos alerones desplumados se abrieron paso, parecían las ramas de un árbol quemado, sin hojas y demasiado oscuras.

Caminé hasta ver su perfil, encontrando que su mano libre sujetaba un par de plumas. Una blanca y una negra, contrastando perfectamente como si una fuera la sombra de la otra. Las dejó en su regazo y su mano se dirigió a su bolsillo, sacando algo que después colgó en su cuello.

La llave que le di del departamento, él tenía que saber dónde estaba.

Me acerqué buscando ver si el tenía en cuenta que estaba ahí, porque si yo lo estaba viendo en mi cabeza él podría saberlo y mover las cosas a su gusto para estar ahí de manera omnipresente. Pero no me veía, enfurecida estiré la mano buscando arrancar la llave que brillaba con los pocos rayos de luz restantes sobre su pecho, solo logré moverla pero eso fue suficiente para que se levantara de sobresalto, guardara lo que alguna vez fueron sus alas y se volviera el espeso humo negro para desvanecerse.

Desperté con leves palmaditas en mi mejilla y el rostro de Pierre delante del mío.

— Despierta, chérie. Bajamos por algo de comer y seguimos — empujó la puerta decidido a bajar con los demás.

Hasta ahora había visto puros hombres, adultos todos.

— Claro — igual no comería nada o terminaría devolviéndolo.

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