Número 3

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Desperté por la luz que lastimaba mis ojos, dormí por primera vez en años toda la noche. No era capaz de recordar lo que había soñado para haber despertado tan en paz, pero no le tome importancia.

Debí suponer que aquello no duraría mucho.

»Estaba en una habitación blanca, sentada en una silla como la que usan los dentistas, un vidrio de una sola vista estaba enfrente. Las enfermeras colocaron pegatinas conectadas a algo en mi cara y pusieron una extraña red en mi cabeza, luego me colocaron algo sobre los ojos que no me permitían ver más que oscuridad y un poco de lo que reconocí como sedante, luego reconocí por el sonido de sus pasos que habían salido. ¿Qué me harían?

Era como si estuviera en el cielo flotando, podía sentir las nubes deslizándose entre mis manos, el viento correr y el sol emanar su calor, era precioso; hasta que comencé a caer.

El aire ahora me atravesaba como pequeñas cuchillas, ahora miraba hacia abajo y la tierra se veía cada vez más cerca. La vocecita en mi cabeza gritaba que todo era un mal sueño, una pesadilla de la que podía despertar que solo tenía que encontrar la manera. Sentí como si hubiera caído en una placa de cemento, cuando en realidad sólo era agua, comencé a hundirme sin poder hacer nada porque cada hueso de mi cuerpo se había roto al caer, me ahogaba, mis pulmones quemaban y cada vez era menos luz la que alcanzaba a ver, los espasmos se apoderaron de mi cuerpo y estaba terriblemente asustada, la vocecita solo me decía que me dejara ir, pero como era costumbre solo la ignoraba.

Desperté cuando la luz choco contra mis retinas, mi cuerpo aún se sentía entumecido y adormilado. En verdad quería irme ¿Qué clase de pruebas eran estás?

Su nombre ahora será Miel, se ha determinado apta para el trabajo. Se podrá retirar en cuanto el sedante pase y como ya le habrán dicho, ya no puede salirse de este trabajo.

En cuanto pude levantarme, salí corriendo al baño más cercano descargando toda la bilis que me había provocado el susto, no sabía en qué demonios me había metido.

Regrese al cuarto que me habían asignado, paredes azul muy claro, escritorio, cama, buro y clóset era todo lo que había, el piso relucía de limpio y la ventana abierta hacia que estuviera fresco. Me senté en la silla giratoria a repasar el expediente, "Abu Yaria" decía por nombre.

— Se pretende quitar el sentido moral del sujeto, aislarlo y designar le un amo al que le obedezca sin excepción  — susurré y eso me asustó más ¿por qué deseaban hacerle eso a alguien?

Un nudo se formó en mi estómago.

— Ya que no lo ha hecho, tiene cinco minutos para cambiarse para la siguiente prueba física — me asustó al tomarme por sorpresa, mas traté de no hacerlo visible —. Le recomendaría estar al pendiente de su entorno, señorita Miel.

Cerró la puerta para darme mi privacidad, en dos minutos me había puesto el conjunto deportivo que no me había fijado, estaba extendido en mi cama. Salí y él tipo inexpresivo estaba a un lado de la puerta, sin decir nada comenzó a caminar y yo a seguirlo.

Hizo algo parecido a una reverencia y siguió por el pasillo, miré la puerta de metal grueso, coloqué la mano sobre el lector de huellas, una vez hube conseguido autorización, la puerta se hundió y se movió hacia un lado. Las luces fueron prendiendo una a una hasta llegar al final, dejando ver una habitación forrada en material blando negro en su totalidad, también noté el aislante acústico, no vi a ninguna otra persona ¿Acaso entrenaría sola?

La puerta se cerró detrás de mí, un hombre corpulento paso a un lado, se movió como todos, sin decir una palabra hasta luego de llegar a lo que buscaba. Presionó una parte específica de la pared, como la puerta había hecho se hundió y movió a un lado, dejando ver un pequeño cubo con luz azul lleno de distintas armas.

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