Número 11

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Recogí el cuchillo viendo el líquido carmesí desaparecer, miré a la sala y me encaminé hasta la botella para salir al jardín y lanzarla lo más lejos que me fue posible. Me acerqué a la casita que le había comprado al pequeño revoltoso y comencé a sacar las cosas, una cobija llena de pelos, aquella pelota de béisbol y un peluche, dejando un bulto al final. Me estiré un poco para alcanzar la tela al fondo y quedarme en cuclillas para estirar y ver qué era; deje la sudadera de Dan reposar en mis piernas.

No estaba sucia, no tenía el pelaje canino y conservaba el mismo aroma que cuando la use.

Envolví las cosas en la manta y caminé hasta estar frente a la chimenea, la prendí y empecé a arrojar todo al fuego. La pelota trono y se abrió hasta quemarse, el pequeño peluche se quemó tan pronto toco las llamas al igual que la cobija, no pude deshacerme de la sudadera. La dejé en el suelo y me fui a dejar caer sobre el sillón presionando accidentalmente el control de la televisión, la pantalla se iluminó y un anuncio apareció.

- No los dejes ganar, nosotros estamos para apoyarte... - de ahí el extraño momento en mi cabeza.

El hombre que supongo sería el padre, arrastro a la niña lejos de la madre. Dejando papeles de divorcio, propiedades y sobre la tutela de la niña cómo rastro. Un buffet de abogados, que seguramente ya no tendrían mucho trabajo.

Me di golpecitos en la frente y terminé tallando mi cara con la misma mano. La televisión seguía emitiendo y haciendo ruido que comenzó a estresarme, no dejaba de darle vueltas a todo en mi cabeza para encontrar la punta del enredo. Entre el ruido sin sentido y el desespero por hacer algo, comencé a fastidiarme a tal grado que el sonido se detuvo luego de que el control rompiera la pantalla plana.

Fui a uno de los cuartos que nunca utilicé de la casa, tomé la mochila y vacíe su contenido, corrí a la habitación que usaba, metí un par de prendas y cosas necesarias, cambié la ropa que tenía por algo mucho más cómodo. Miré la prenda frente a la chimenea, me agaché y la até a mi cintura, saqué la daga y la caja metálica de su escondite, saliendo con prisa dejando que el aire fresco chocará contra mi piel y la noche me diera la bienvenida. Me juré a mi misma no permitir que nadie volviera a lastimar a quienes quería y con la idea en la cabeza fui hasta mi antiguo departamento.

Subí hasta el nivel de mi departamento corriendo, entré siendo consiente del nudo en mi estómago hasta mi recámara y llegando a donde estuvo la caja de metal en la que encontré la daga. Di pequeños golpecitos por toda la pared buscando el punto hueco que deseaba encontrar, una vez lo encontré pateé el papel tapiz que me separaba de mi objetivo, hiriendo un poco mis manos rompí más para dejarme vía libre, recé porque no hubiera pequeños bichos que quisieran morderme y metí el brazo entero hasta que mi cuello chocó con la pared, tanteé el lugar buscando el pequeño interruptor hasta lograr activarlo. Miré la pared del fondo y empecé a tirar todos los ganchos con restos de ropa para poder ver como en un espacio se abría un pequeño cubo dejando ver una pantalla con una cuadrícula de líneas verdes.

- Que siga funcionando y no me hayan sacado del sistema, por favor - puse la palma de la mano viendo la línea pasar, la levanté y espere por lo que se sintió como una eternidad, a que aparecieran los números - ¡Sí!

Pulsé los números seis, cuatro, tres y cinco. Las letras en negrita 'Bienvenida, Miel.' aparecieron y luego fue reemplazada por un círculo con una x en el centro, para cerrar cuando terminara. Por cada lado del cuadro se delinearon dos rectángulos con su lado largo paralelo a la pared, cuando la figura se completó comenzaron a salir de la pared. Una tablilla de goma transparente fue lo que vi, con mis armas preferidas pegadas en ella y bien cubiertas para evitar que se ensucien. Me alegré de verlas y las manos me cosquillearon reconociendo a sus viejas amigas, saqué todas las del lado izquierdo viendo el hermoso brillo tornasol ser cubierto por un vestido y luego me encargué del embelesador resplandor blanco de las armas en los cuadros derechos, hasta donde recortaba estás no debían chocar o harían un desastre. Empujé a su lugar los rectángulos y toqué la pantalla para cerrar, salí y baje un par de pisos, espere no equivocarme de departamento, deteniéndome frente a la puerta tomé mucho aire y retuve la respiración antes de entrar. Parecía que mi piel transpiraba el fétido aroma, revolviéndome el estómago y dándome un leve mareo.

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