2. Un toque dao'

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Aquel caldo anaranjado y caliente se iba haciendo paso por su tráquea a medida que sus ojos capturaban la esencia de la cocina más rústica que había visto en su vida. Primero le llamó la atención que bajo la encimera no hubiera cajones ni puertas de madera, sino cortinillas de cuadros, y que a aquel pueblo perdido del mundo no hubiera llegado la vitrocerámica. Alzó la vista y deseó no haberlo hecho. Alrededor de varias cestas de mimbre y platos de porcelana colgados encontró una cabeza de toro disecada que la hizo atragantarse con un garbanzo. Manolo se inclinó hasta darle un par de tortazos en el hombro. Probablemente le habrían dejado marca.

-¡Eres má' bruto que un arao'! -le regañó su mujer, empujándole para que se sentara-. La has dejao' peo' de lo que estaba. Arba, ¿está usté bien?

-Sí, sí-tosió a la vez que la rojez de su cara iba desapareciendo y se limpió las lágrimas mientras Natalia le lanzaba una mirada de odio a su marido-. Uf, qué mal lo he pasado.

-¿Un garbanzo? -adivinó la granjera. Alba asintió sonriente-. Zi es que ya zabía yo que me habían quedao' un poquillo duros... -reconoció con un puchero.

-Pero está buenísimo-insistió Alba, haciendo que Natalia se creyera sus palabras, encendiendo involuntariamente el brillo de sus ojos. Y es que no había nada en el mundo que le gustase más que cuando valoraban su buen cocinar.

-Callarze una mijilla, que van a da' el parte-pidió Manolo, atento a las palabras que salían por el altavoz de la televisión.

-Vamo' a ver, Manolo, que es verano. Zo' y zo'. Hoy, mañana, pazao y al otro... -se quejó Natalia.

-Anda, calla y tráete la cesta de la fruta-le ordenó, a lo que Natalia accedió sin rechistar.

Alba admiró la estupenda pinta que tenía el postre. Soportaré a estos cazurros durante tres meses, pero mi dieta lo va a agradecer. Manolo, que había girado su silla hacia la pequeña televisión vieja, abandonó la conversación que ahora mantenían las nuevas vecinas. Natalia le hablaba de las frutas de la época, y Alba le comentaba las pocas piezas que comía a diario debido a su falta de tiempo para cuidar su alimentación. La rubia se decantó por un melocotón. Acarició la piel característica de este tipo de fruto y lo acarició después con la punta del cuchillo, tratando de trazar un boceto por donde lo cortaría. Natalia la miraba extraña, frunciendo el ceño mientras segaba la sandía con un corte limpio. Luego le dio la tajada a Manolo, que ya había terminado de escuchar la previsión meteorológica mientras que Alba hundía el cuchillo entero en su fruta. Intentó tirar de él, pero se le atascó. Forcejeó con el cubierto bajo la atenta mirada de los granjeros.

-¿Te pelo el melocotoncito? -propuso Natalia, alzando sus cejas. Alba la miró mientras sus ojos se abrían de par en par y sus labios la seguían.

-¿Eh? -frenó la trayectoria de su cubierto, completamente embobada.

-Si quieres que te lo pele-repitió, acercándole la mano para que le pasara la fruta.

Alba se la dio tras unos segundos de desconcierto. Manolo negó repetidamente con la cabeza mientras expulsaba el aire por su boca lentamente. La rubia lo miró interrogante, y él sacó una navaja del amplio bolsillo de su camisa. Fue haciéndole varios cortes a la sandía para luego hincarle el diente por completo. Cada casco entraba en su boca, llenándola en su totalidad. Mordía intentando mantenerla cerrada, pero diminutos trozos salpicaban desde sus labios. Alba apartó la vista en cuanto se dio cuenta del detalle, posándose ahora en el flequillo de Natalia. Formaba un triángulo imperfecto en el centro de su frente, interrumpido por algunos mechones rebeldes que la hacían parecer aún más inocente.

-Pelaíto pa' ti-sonrió Natalia, tendiéndole amablemente la fruta. Sus dedos pringosos por el alimento rozaron los de la rubia, quien agradeció el postre con una amplia y encantadora sonrisa, ignorando el goteo de sus manos.

Girazoles - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now