6. Zo penca

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Un cinco de oros presidía la mesa del salón. El resto de las cartas se disponían a su alrededor formando escaleras. Las miradas pícaras y las sonrisas de póker bailaban sobre el tablero en una dirección con dos sentidos. Alba buscó una jugada entre su baraja, pero no halló ningún movimiento posible. Unió sus labios para formar una mueca de inconformidad, y bajó la mano emitiendo un bufido.

—Vaya, vaya—vaciló Natalia, deshaciéndose de la última carta que le quedaba—. Tercera que te gano, moza.

—No es justo. Yo acabo de aprender y tú llevas toda la vida jugando—se enfadó, cruzándose de brazos. Maldito el momento en que accedió a batirse contra un genio del cinquillo.

—Pero no te enfurruñes, Arba. Venga, que te toca barajá—le recordó, recogiéndolas en un montón que le cedió a su contrincante con una sonrisa triunfal. Alba rodó los ojos, pero estos se quedaron fijos y abiertos en cuanto la piel de la granjera rozó la suya. Su calor encendió al suyo, y tuvo que morderse el labio para no explotar. Cabeza fría, cabeza fría...—. Via echá una meailla mientras. ¡No hagas fullerías!

—Que no... —rio Alba, fingiendo seleccionar un par de cartas. Natalia contestó con una mirada amenazante—. Vale, torito bravo, vale.

Al segundo de perderse la granjera por el pasillo, un par de golpes graves procedentes de la entrada frenaron la mezcla de cartas. Alba acudió a la llamada. Era Manolo. No le sorprendió. ¿Quién si no iba a presentarse en una granja a tomar por culo del mundo a esas horas de la noche?

—Vengo a por mi Natalia—le dijo con rabia, escondiendo sus puños tras la espalda. Alba también ocultó algo: la baraja.

—Pues está dormida—mintió, aterrada por la furia que corría por aquellos brazos morenos y peludos.

—¿Ya? Joé—relajó el tono verdoso de sus venas, abriendo y cerrando las manos. De pronto parecía calmado—. Me zabe mal que duerma otra vé aquí, no queremos molest...

—Ella siempre es bienvenida—contestó más borde de lo que quería, pero la tensión le podía—. Buenas noches, Manolo. —Y le cerró la puerta en las narices. No tenía otra opción, pues había escuchado el eco de la cisterna recorriendo los pasillos de la casa rural. Luego voló hasta sentarse apresuradamente en su silla. Natalia casi la pilla.

—¿Prepará pa' que te reviente otra vé?

—Claro—sonrió nerviosa. Ni siquiera había oído la pregunta al responder, dándose cuenta al segundo de lo que le había dicho la morena—. O sea, no. O sea, preparada pa' jugar, quiero decir—se justificó, aclarándose la garganta—. Esta vez... esta vez voy a ganarte. Ya le he pillado el truco.

Le sabía mal mentirle... pero temía que volviera con Manolo. Conocía a aquel hombre de hacía dos días, sí. Pero la actitud que había mostrado no le había gustado nada. La forma en que le habló hacía un rato tampoco. Sus puños mucho menos. No iba a permitir que le hiciera daño a Natalia, si es que era eso lo que pretendía. Por lo que había hablado con la granjera durante la noche, Manolo no era una persona violenta. Su rudeza podía confundirse fácilmente, pero él era un hombre bueno. Le miento por su bien... Pero es mentir, joder. Ya... pero si le digo que ha estado aquí se irá con él. Joder, qué ojo tengo para los problemas. Siempre en medio, coño. Pero es que cuando tengo situaciones así delante de mí no puedo quedarme quieta. Es superior a mí, ¿vale? Y hasta que no me asegure yo misma de que ese tío es trigo limpio, prefiero actuar a mi manera.


Era la segunda mañana que los gallos la despertaban lejos de su marido y en un sofá incómodo. Esta vez no se alarmó. Era consciente de que había pasado la noche en la casa que le alquilaba a Alba, aunque esta parecía seguir durmiendo a juzgar por el silencio que reinaba en la vivienda.

Girazoles - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now