11. Dursewisken

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—¡ARBA, NO! ¡ARBA! ¡QUE HAY ZALÍA, DE VERDÁ!

—¿Qué dices? No te oigo.

—¡NO ME VAYA A JACÉ' ESTO PORFAVÓ TE LO PÍO'!

Natalia gesticulaba nerviosa desde el interior de la habitación. Iba en albornoz, y una toalla se enroscaba en su pelo formando un cono gracioso. Había terminado de darse una ducha cuando entre la ropa que había cogido para vestirse notó una importante ausencia: las bragas. Pasó un rato gritando el nombre de su compañera de habitación hasta que, cansada de no oír respuesta, salió ella misma a por la prenda perdida cuando se encontró aquel panorama:

Alba subida en una silla junto a la barandilla del balcón con una imagen vertiginosa de Barcelona como fondo.

—¡ABÁJATE DE AHÍ ARA' MISMO! ¡TE QUEAN' MUCHAS COZAS QUE VIVÍ, ARBA! ¡ZEAN CUALES ZEAN TUS PROBLEMAS ZE PUEDEN ZOLUCIONÁ, DE VERDÁ!

—Cariño, ¿qué estás diciendo? —parpadeó confusa la urbanita.

—¡QUE NO QUIERO QUE TE TIRES, ARBA! ¡ME VIÁ ACERCÁ LENTAMENTE!, ¿TAMOS'? —la avisó como en las películas que había visto en la tele, dando pasitos de hormiguita hacia el ventanal que separaba la habitación del balcón. Alba se olvidó entonces del móvil que sostenía en alto para coger alguna rayita de wifi para concentrarse en las piernas desnudas y húmedas de Natalia. Morenas, robustas, luminosas.

—Ahí me maté yo...

—¿QUÉ ESTÁS DICIENDO, ARBA? ¡NO VIÁ DEJÁ QUE TE MATES! POR MIS GALLINAS QUE TE LO JURO, ¿EH? —gritó fuera de sí de nuevo, dejando atrás la estrategia peliculera para acompañar su enfado con aspavientos. Los movimientos exagerados de sus manos hicieron que el albornoz se abriera por el centro, dejando entrever el deseado hueco de sus pechos, y parte de ellos—. NO PIENZO RECOGERTE DER ZUELO TO' ESCARABRÁ'.

—Me cago en mi vida.

—¡PERO ZI LA VÍA PUEE' ZÉ MARAVILLOZA!

—Ya te digo yo donde puede ser maravillosa la vida... —babeó sin apartar los ojos de aquella sensual imagen.

—¡NO TE VAYAS A MOVÉ NI UNA MIJILLA!

—No, tranquila, si no... si no siento las piernas—tartamudeó imaginándose el resto de esos senos que se intuían firmes y recién humedecidos por la ducha. Cómo aprovecharía yo esta habitación de hotel de mierda, cariño... Te... Te... Pf, que me cargaba la otra cama contigo. La de cosas que te haría, madre mía. Pf, no sabría por dónde empezar. Bueno, ya que las tengo delante, por esas irresistibles t...

—¡YA TE TENGO, YA TE TENGO! —chilló, abrazándole las piernas. Alba acarició sus cabellos empapados, deteniéndose en ellos mientras se mordía el labio y trataba de buscar con sus ojos las vistas que acababa de perder. Pero no pudo ser. Natalia estaba rodeando su cuerpo, así que tuvo que conformarse con su espalda y su pelo—. Ojú, que zusto, Arba... ¡No me hagas esto más! ¡Que viá llamá a mi prima y vas a está en terapia otra vé'!

—¿Q... qué? —arrugó su frente mientras la granjera la bajaba de la silla y la abrazaba con fuerza.

—Ni una má, Arba, ni una má—le rogó nerviosa, soltando su torso para agarrarle la cara con ambas manos—. ¡Ni ze te vaya a ocurrí volvé a intentarlo!

—Na...Nat... —tiritó, bajando los ojos de nuevo al escote abierto de par en par. La granjera besó sus mejillas de forma repetida, y Alba se dejó avasallar, encontrando la estabilidad en sus costados. La ternura de la granjera reinició su termostato, como ya le había pasado otras veces.

—Ara' vamos a llamá a Zabela y vamo' a contarle esto pa' que te ayude.

—¿C... cómo?

—Zí, Arba, zí. Es lo mejó pa' ti.

Girazoles - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now