4. Cuadro de familia

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Como si de una banda sinfónica se tratara, Manolo roncaba al ritmo de la música del telediario mañanero. Iba al mismo tempo, regulando la intensidad de sus bufidos a medida que los golpes de música se sucedían. Natalia no pudo evitar suspirar aliviada al encontrárselo allí dormido. Abofeteó su cara, espinándose la mano con sus barbas, pero no reaccionó.

-¡Manolo, que zon las zeis y media pazás! -gritó, dando fuertes palmadas mientras se disponía a hacer café.

-¿Por qué no mas llamao', niña? ¡Pa' una coza que tienes que hacé...! -se quejó, caminando enfadado hacia el cuarto de baño. Natalia se tragó el párrafo de reproches que su mente había escrito en el mismo momento en que oyó aquello, pero no las soltó porque aún seguía alterada por haberse despertado en la otra casa.

Más relajada y absorbiendo ya el olor del café, se preguntó por qué tenía tanto miedo a decirle que había pasado la noche con Alba. Y zi ze enfada... No le pedí permizo pa' pazá la noche fuera... Mejó me callo, yasta. Zi no me ha visto, coño. Pa' qué vamo' a despertá a la bestia.

-Niña, ¿por qué me dejaste durmiendo anoche en el zofá? -preguntó, sentándose a la mesa ya vestido con su uniforme del campo. Osease, una camiseta blanca llena de agujeros y unos pantalones verde oliva.

-Zi es que estabas dormío como un tronco, hijo-mintió con extremada naturalidad.

-Haberme pegao' con un palo.

-Ay, Manolo, eres má' bruto que un arao. ¿Cómo te viá dá con un palo, arma de cristo?


Alba despertó de su acalorado sueño por un vocerío desconocido. Se acercó a la ventana, peleándose con el extraño y arcaico sistema de la persiana, y atisbó una furgoneta, olvidándose por completo de lo que había soñado. Una mujer de pelo largo castaño y tan morena como Natalia se bajó de ella y llamó a su puerta. Alba bajó corriendo las escaleras, ignorando durante el recorrido hasta la entrada de la casa que la granjera ya no estaba en su sofá.

-¡Buenos días, moza! -chilló la joven. Alba cerró los ojos y se metió el dedo en la oreja. Les voy a comprar un regulador de volumen a esta gente. Que manía con chillar, coño. Que no estoy sorda, joé. ¿He dicho joé? Día dos, ya empiezo a experimentar cambios en mi lenguaje.

-Buenos días a ti también. ¿Quién...?

-Zoy la Julia-sonrió, metiéndose las manos en los bolsillos y balanceándose hacia delante y hacia atrás. Su marcada mandíbula y sus labios esbozando una amplia sonrisa capturaron su atención. Después lo hicieron el tono almendrado de sus ojos, que lucían brillantes bajo el sol de la mañana-. ¿Quieres probá mi bollito?

-¿Perdón?

-Güeno, también tengo molletes, barras, pan de pueblo... -siguió enumerando una larga lista mientras Alba se mordía el labio mirando su vestuario. Llevaba unos vaqueros arremangados y una camiseta de manga corta blanca. Blanca, pero sucia, marcada con manchas anaranjadas. A pesar de la suciedad de sus prendas, la ropa conseguía hacerla tremendamente atractiva-. ¿Quieres, o no?

-Ah, pues... sí, sí-reaccionó, asintiendo sonriente-. El bollito está bien.

-Er más güeno de to' la comarca, amiga. Ven conmigo-le dijo, pidiendo que la siguiera hasta el maletero de la furgoneta. Abrió ambas puertas y encontró varias cestas que cargaban diferentes piezas de pan. Alba eligió la que le pareció más atrayente, señalándola con el dedo-. Eze te va a gustá. Tú hazme cazo que yo de otra coza no, pero de panes zé.

-Yo también sé mucho de panes-rio ella, dejándose llevar por sus bromas mentales.

-Hoy invito yo-dijo la panadera sin dejar de sonreír-. Mañana ya...

Girazoles - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now