13. Chochitos

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Los ojos se les llenaron de girasoles, y con ellos, un sentimiento de alivio que las hizo suspirar casi al mismo tiempo. Se miraron atropelladas por la sorpresa de la sincronización, y se quedaron perdidas la una en la otra entre carcajadas contenidas.

—Me lo he pazao' to' bien contigo, moza.

—Y yo, Nat.

—Aunque la úrtima noche hayamo' acabao' malamente... durmiendo en las cuadras de los mozos ezos.

—¿Qué cuadras, si era la comisaría?

—Era un intento de chiste que ma' zalío mal. Los mozos de escuadra, los mozos de la cuadra...—explicó haciendo un gracioso movimiento de cabeza. Alba negó risueña, acariciando la mano de Natalia, posada bajo la suya en el asiento central de aquel taxi que las llevaba de vuelta a la granja.

—Te queda divino ese corte, cariño—opinó Alba, que la soltó para acariciarle el pelo.

—Yo no zé cómo me queará' pero estoy más contenta que to'. Anda que no viá regá yo a gusto con este fresquito que me entra por la nuca—confesó, provocando una carcajada en la urbanita, que también se había cortado el pelo a lo garçon en la peluquería de la ciudad.

—Te pareces a Joselito—bromeó.

—Porque han pintao' tu zorejas, la fló de lirio real. Porque te han puesto de zeda, ¡ay campanera!, ¿Por qué zerá... ? —canturreó Natalia imitando a aquella leyenda de la música española, y la joven estalló en risas ante la vocecilla tan aguda que le salió. 

—Señoritas, hemos llegado—interrumpió el conductor frenando en frente de la granja.

Otra vez en casa. Hogar, dulce, ho...

—¡¿Pero qué tan' hecho?! —preguntó escandalizado Manolo al verla bajar del taxi con ese nuevo peinado—. ¿Y a ti tamié', Arba?

—Ay, niño, ¿qué nos han hecho de qué? —replicó Natalia mientras Alba se encargaba de sacar las maletas y pagarle al señor taxista, que estaba flipando ante el panorama.

—¡Vuestros pelos! ¿Dónde están vuestros pelos? ¡¿Os han zecuestrao' los terroristas?! ¡No! ¡Los "indepiendentistas"!

—Oy, este hombre, de verdá, qué paguita tiene... No zomos ricos porque no queremos—musitó Natalia—. Ná, Manolo, que nos hemos dao' un cambio de lú.

—¿De lú de qué?

—De look—corrigió Alba, aunque ni ella sabía para qué. No la iba a entender igual.

—Po' vamo', parecéis Zipi y Zape. Qué horró. Qué zusto dais.

—Po' cúchame—desafió Natalia, arrastrando la maleta hasta la casa—. Con no mirarnos tienes de zobra.

—Tócate los huevos er recibimiento a zu marío. ¿Ze pueé zabé qué te paza conmigo úrtimamente?

Alba abrió los ojos como platos y, desenganchando su macuto del lío de hierba y flores en el que se había metido, se despidió de los granjeros rumbo a su pequeña casita de alquiler. No quería entrar ni estar en medio de una discusión entre esos dos.

Y la verdad: era lo mejor que había podido hacer.

—A vé, Manolo, que has zío tú el que ma' recibío con un: ¿qué te han hecho? Azí que no te hagas el maridito indignao' porque no, ¿eh? —continuó la bronca en la cocina—. Ay, me cago en la má. ¿No friegas desde que me fui, verdá? —preguntó al ver el fregadero lleno de cacharros sucios.

—Po' no. No tenío tiempo porque trabajo como un mulo mientras a mi mujé le da por irze de viaje.

—¿Ezo ha zío un reproche?

Girazoles - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now