Prólogo

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¿Sabes que es un testigo? Un testigo es una persona que conoce un hecho porque lo ha visto o lo ha vivido.
En este libro voy a contar una historia, y hasta más de una, de muchachitos que vivieron hace un montón de años, en un tiempo en el que yo no había nacido todavía. Por consiguiente, no soy testigo de sus historias. Sin embargo, los he conocido a través de libros, a través de relatos escritos de personas que vivieron esos hechos. Me he enterado de que hubo un tiempo en que se obligaba a los niños a partir con una maleta hecha a toda prisa, hacia un destino que no conocían, y no volvían a sus casas. Nunca. Desde entonces estos niños están en mis recuerdos, sus historias me miran. Aunque nunca los haya conocido.
Un escritor, que se llama Paul Auster, ha escrito que la memoria es un lugar, un lugar real que podemos visitar. El lugar que conserva la memoria de esos niños y de sus pequeñas maletas se llama Auschwitz, y podemos visitarlo. Vamos a empezar desde allí.
Los nazis construyeron el campo de exterminio de Auschwitz en la pequeña ciudad de Oswiecim, en Polonia. Era el 22 de mayo de 1940. El campo fue erigido con una sola finalidad: acabar con los judíos. Exterminarlos.
¿Por qué?
Porque eran judíos.
En nuestros días, el campo de exterminio que en alemán se dice "Vernichtungslager", se ha convertido en un museo.
Yo he estado en él. Es un lugar oscuro...
Imagínate un lugar donde la alegría, las sonrisas, los abrazos y las bromas no hayan entrado NUNCA. Un lugar en el que ni siquiera el sol, cuando se asoma a las grandes ventanas de las diferentes estancias, consigue hacer desaparecer la gélida oscuridad que ha quedado adherida a las paredes y a los techos. La oscuridad ha penetrado, como un polvo sutil, en cada grieta de Auschwitz. Nunca se irá de allí.
En la estancia número 4 del bloque 5 hay un largo cristal que separa al visitante de miles de maletas amontonadas unas encima de otras. Una montaña de bolsas vacías, todas diferentes: viejas, rotas, estrechas, anchas, remendadas, de cartón, elegantes, de tela, de piel...
Al entrar a ese lugar, el visitante se queda inmóvil mirando las maletas. En todas ellas aparece escrito un nombre, un apellido y una dirección.
Las hay pequeñas y grandes. Sin embargo, no son las dimensiones de la maleta las que dicen que la esperanza que transportaban era pequeña o grande.
Una esperanza es una esperanza. Punto.
Y una maleta es el lugar adecuado para conservarla. Porque hay sitio para ir, y para volver. Por lo general, así funciona. Sin embargo no es así en esta historia, no es así con estas maletas.

Los soldados nazis robaban a los judíos de sus casas y los sacaban de ellas

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Los soldados nazis robaban a los judíos de sus casas y los sacaban de ellas. Algunos mientras dormían, otros mientras comían, estudiaban, tocaban algún instrumento musical... Les decían que estarían fuera durante mucho tiempo, pero que volverían a sus casas 🏠. A fin de engañarlos los hacían preparar una bolsa para el viaje, pero pero si alguien les preguntaban adónde los llevaban, los alemanes no respondían.
¿Cómo vas a preparar una maleta si no sabes a dónde vas ? No puedes saber lo que te va a ocurrir.
Así las cosas, los judíos, para no equivocarse, ponían un poco de todo en la bolsa: ollas, juegos, zapatos, muñecas, cuadernos, violines, ropa, dinero, cepillos, papeles, hojas, lápices, colores, fotografías, diarios, mantas, pan... Los objetos entrañables, las cosas de uso diario. Las mismas cosas que habrían de poner también en la maleta de viaje de vuelta a casa. Sin embargo, poco después, empezaron a comprender que sería muy díficil, porque nadie había vuelto de aquel viaje.
Adolf Hitler decidió que los judíos debían ser exterminados en los campos de concentración.
Hitler dijo un día: El judío es alguien que envenena todo el mundo. Si el judío saliera vencedor, sería el fin de toda la humanidad, con lo que esté planeta quedaría pronto sin vida.
Fueron millones los que le crelleron.
¿Por qué?
Porque Hitler dijo a los alemanes que ellos eran el pueblo más fuerte de la tierra y, si le obedecían, dominarían el mundo.
Cerraron los ojos, inclinaron la cabeza.
Obedecieron.
Y construyeron Vernichtungslager en muchas ciudades de Europa. Y uno de esos campos de exterminio es Auschwitz.
Los judíos eran llevados en tren a Auschwitz pero eran trenes "especiales"; no había asientos como cuando vamos de excursión. Cuando lo hacemos escuchando música, leemos y de vez en cuando miramos por la ventanilla para soñar. No. Los alemanes usaban para los judíos los vagones de mercancías donde transportaban normalmente a los animales. las personas debían permanecer de pie, aferradas unas a otras, sin agua ni comida, durante días. Sin poder bajar, sin poder lavarse, sin poder ir al baño. Morían muchos en el tren, porque aquel viaje estaba pensado para que ninguno de ellos volviera a casa. Sin embargo, los nazis hacían pagar billete para aquel viaje que solo era de ida.
Los que conseguían llegar a Auschwitz bajaban de los trenes y se encontraban a los nazis esperándolos, y los golpeaban y les gritaban.
Después los soldados empujaban a los niños, las mujeres, los viejos, y los hombres que no eran bastante fuertes para trabajar y los metían en una enorme sala, donde los hacían desnudarse explicándoles que iban a darles una ducha.
Antes, sin embargo, les hacían escribir sus nombres en las maletas para, así, encontrarlas después: una última maldad de los soldados nazis, que querían hacer creer a las personas que, después de la ducha, se les restituirian sus efectos personales. No todos daban crédito a esas promesas, pero de todos modos escribían sus nombres y apellidos y en lugar de procedencia: en cualquier parte que los precipitan, deseaban que quedara constancia escrita de que habían existido.
Más tarde, hombres, mujeres y niños eran introducidos en una estancia donde desde unas pequeñas gritas salia gas que los mataba en pocos minutos. Fuera, entre tanto, los alemanes tomaban todo lo que había en las maletas y se lo quedaban, o bien lo enviaban a Alemania: no se desperdicia a nada. Las bolsas vacías las echaban en un gran almacén.
Aquellas maletas se encuentran hoy en el bloque 5, detrás de un cristal. Y se pueden leer los nombres, los apellidos, las direcciones escritas por los hombres, mujeres y por los niños que pasaban por allí. De este modo, nadie podrá decir que aquellas personas no existieron. Nadie podrá hacer desaparecer nunca a Auschwitz.
Hitler perdió la guerra en 1945. Ahora bien, a pesar de que no fueron exterminados todos los judíos, se calcula que murieron más de 6 millones ( un tercio de los judíos de Europa). Además de ellos, los nazis hicieron perecer en los campos de concentración otras diferentes categorías de personas: homosexuales, gitanos, minusválidos, prisioneros de guerra, opositores políticos... No hay una cifra exacta, pero en cualquier caso se trata de millones de personas, entre siete y once, lo que da un toque que oscila, por tanto, entre los trece y los diecisiete millones. De estas personas han quedado los objetos que cuentan su vida pasada: peines, zapatos, ollas, guitarras, juegos, plumas, diarios, camisetas, muñecas, violines, cabellos, sombreros, ropa, brochas...
Cuando te encuentras en Auschwitz ante ese cristal mirando las maletas abandonadas, casi esperas oír las voces, las carcajadas, ver los rostros de los niños. En ciertas ocasiones no hace falta conocer a las personas para sentir su falta; basta con un nombre escrito sobre la maleta de un extraño que partió en un tren para desaparecer.
Detrás de ese cristal me ha acontecido oír las voces de Carlo, Hannah, Jacob, David, Émeline... Al principio eran voces desconocidas y parecían todas iguales. Sin embargo, agudizando el oído, he aprendido a distinguirlas y ahora ya no me son extrañas.
Me gustaría quitar el cristal, abrir las maletas con los nombres y buscar la esperanza que ha quedado dentro de ellas. Me gustaría liberarla, estoy segura de que volvería a casa.

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Las maletas de AuschwitzWhere stories live. Discover now