2-Hannah y Jacob ~ Alemania

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𝑬𝒍 𝒎𝒊𝒆𝒅𝒐

-Vamos, pásame la pelota, Jacob, vamos.

-¡Vamos, pásala! ¡Uff, lo sabia, nunca se puede jugar en paz contigo!

Jacob tenía 7 años y la cabeza un poco menos ovalada que otros niños de su edad.
Era muy pequeño y hablaba poco, no pronunciaba bien todas las palabras y a menudo los niños se burlaban de él. Jacob no comprendía todo lo que pasaba a su alrededor, pero cuando se reían de él se daba cuenta, por eso hablaba lo menos posible. Din embargo, para retener la pelota de su hermana no hacía falta abrir la boca.

-¡Mamá! Ven a buscar a Jacob, no nos deja jugar a Rose y a mí.

Sarah, la madre de Jacob y de Hannah, era una mujer morena, pero aparte de los ojos y del pelo no había nada más en ella que fuera oscuro. Tenía un cutis clarísimo que se iluminaba cada vez que sonreía. Llamó a Jacob sonriendo, y este le obedeció de manera dócil y le dejó la pelota a Hannah y a Rose.

-Jacob, tú sabes que Hannah te quiere siempre, aunque este jugando con Rose-le dijo a su hijo-. Pero si les quitas la pelota, entonces se enfada y ya no quiere hablarte.

Sarah, su mamá, pronunciaba las palabras despacio cuando hablaba con Jacob. La maestra del instituto privado que había comenzado a seguirlo todas las mañanas le había. Explicado que, aunque no podía comprender todo, Jacob necesitaba que se le hablara siempre con dulzura. Sin enfadarse. Esto le daría confianza y le permitiría aprender al menos las cosas más sencillas.

"Su retraso mental le permite comprender conceptos simples y breves. Ahora bien, si las emociones toman la delantera, entonces es como si ya no oyera nada".

En consecuencia era preciso hablarle con calma, sonriendo, sin enfadarse, repitiendo muchas veces los mismos conceptos simples.
Sarah se cansaba algunas veces de repetir siempre las mismas cosas, pero no me importaba. Volvía a encontrar la sonrisa dentro de ella, gracias al profundo amor que sentía por aquel hijo diferente y especial. Se acercaba a Jacob y, con una caricia le explicaba por enésima vez que no debía haberse llevado la pelota de Hannah y Rose, y que su hermana lo quería mucho aunque jugará con su amiga.

-Hannah, ¿Tu hermano ha sido retrasado?

-Sabes que no me gusta que se diga de él que es un "retrasado", Rose. Jacob es solo un poco lento, pero hay muchas personas que son más lentas que él sin haber tenido los problemas de Jacob. Él podría haber sido como nosotras, como tú, como yo. ¿Sabes? La culpa es del médico que, cuando lo sacó del vientre de mi madre le hizo mal y le causo daño. No le cambió solo la forma de la cabeza, sino que le dañó también lo que está adentro.

-Está bien, no te ofendas, no hablaré más de eso.

-¿Vienes mañana a mí casa? -dijo Rose.

-Sí, claro. ¿Pero tu madre estará de acuerdo? Las últimas veces parecía un poco molesta...

-Se lo preguntaré esta noche y te diré mañana en la escuela. ¿De acuerdo?

Sin embargo, Hannah no puedo ir a la escuela al día siguiente porque estaba enferma. Tenía mucha fiebre y su mamá, Sarah estaba preocupada. Decidió ir a casa del médico y dejó sola a Hannah.

Ahora ya tenía doce años era una muchachita juiciosa y podía quedarse en casa sola.
Cuando la señorita Margot vio a Sarah en la sala de espera del médico, la saludo con frialdad. El hecho de verla ahí la ponía en una situación embarazosa y también molesta. Sarah hizo como si no se hubiera dado cuenta; de un tiempo a esta parte se había acostumbrado a estas manifestaciones de "afecto" por partes de sus conciudadanos. Se sentó a esperar su turno para hablar con el doctor Heissmeyer. Vio que la señorita Margot se encontraba en el gabinete del médico y dos minutos después salieron juntos.

El doctor Ernest Heissmeyer llevaba unas gafas de gruesos vidrios. Era absoluta e inequívocamente miope, por lo que encontrar a Sarah entre la decena de personas que estaba en la sala de espera le costó un poco.
Pero al final la vio.

-¿Señora Sarah Weiss?

-Sí, soy yo, doctor Heissmeyer

¿qué necesidad tenía de pedirle la confirmación del nombre? Se habían visto ya muchas veces como aquella... Era el médico de cabecera de la familia, y siempre se había mostrado amable con ellos.

-No debe volver aquí. Su persona no es grata. Esta es una consulta médica para personas de raza aria, para patriotas alemanes. Los judíos no son bienvenidos. Váyase, por favor.
No vuelva nunca más.

Todos los pacientes de la sala de espera miraron a Sarah. La luz desapareció del rostro de la mujer. Sin embargo, Sarah no se mostró avergonzada.
Los pacientes eran alemanes, evidentemente eran de raza aria. ¿Se debió eso al hecho de que no dijeran nada? Algunos bajaron los ojos, otros miraron al reloj con signos del mal humor: estaban perdiendo el tiempo.
Algún otro asentía de manera vigorosa, les faltaba poco para felicitar a doctor Heissmeyer. Peor nadie dijo que aquello era una locura. Sólo Sarah, que había enrojesido de rabia, encontró las fuerzas necesarias para replicar con firmeza:

-Mi hija Hannah está enferma y usted es médico, tiene el deber de recetarme los medicamentos para curarla.

El médico la fulminó con los ojos azules.
Le parecía una infamia imperdonable que una mujer judía se permitiera cuestionar su actitud.

-¿Cómo se atreve a señalarme cuales son mis deberes como médico? Usted no es más que una judía y como tal ya no tiene derechos en Alemania. Márchese de aquí mientras aún está a tiempo. Lo que le pase a sus dos hijos judíos y minusválidos ya no representa ningún problema para mí. ¡Y ahora, váyase! O llamo a la policía...

El miedo. Sarah lo sintió llegar antes en la piernas y después en el corazón, que empezó a latirle con fuerza.

Había visto lo que pasaba en Berlín con los judíos que iban a quejarse a la policía. Los había visto en los periódicos desnudos, en la calle, con gruesos carteles colgados al cuello en los que estaba escrito: Soy un judío y no iré a quejarme más a la policía. Lo prometo. No tengo derecho a ello. Si eso había pasado en Berlín también podía pasar allí, en Leipzig. No podía arriesgarse a que el médico llamara a la policía.

El tenía razón, ya no había derechos para ellos, para los judíos.

Y además no tenía nada que hacer, Sarah lo comprendió. Se marchó de ahí sin despedirse de nadie. El doctor Heissmeyer siempre se había mostrado amable con ella y con su marido Joseph, pero nunca había querido saber nada de Jacob. Ahora comprendía el motivo: le consideraba un minusválido. No sabía si en la clasificación de los parias de la sociedad iban primero los minusválidos o los judíos, pero aquel día descubrió que ella y su familia tenían ambas vergüenzas.

Unas vergüenzas de las que ella estaba orgullosa. Y lo estaría siempre. Esto fue lo que volvió a prometerse una vez más, aquel día, Sarah, la mamá de Hannah y de Jacob.

-----------------------------------------------------------Fin del primer capitulo de la historia de Hannah y Jacob

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Fin del primer capitulo de la historia de Hannah y Jacob.

Allí les dejé 2 fotos reales de Hannah y Jacob. En la segunda podemos ver que se encuentran con su mamá, la Sra. Sarah.

No olvides dejar tu estrellita si te gustó el primer capitulo de esta historia.

Gracias por leer...🌿

Las maletas de AuschwitzOnde histórias criam vida. Descubra agora