La fuga (Parte 1)

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El papá de Carlo no parecía el mismo desde que había vuelto a la casa. Tenía miedo cada vez que sonaba el timbre y ya no quería oír ruidos. Tampoco era ya el mismo con Carlo. Había dejado de hablarle.
Lo miraba después, de repente, se marchaba, habría la puerta de casa y no volvía durante horas.. Tampoco lo llevaba a ver los trenes.

Carlo se lo pedía cada día, pero él ni siquiera le respondía.
Había debido pasar algo la noche que se lo llevaron.
Cuando Antonio llegó a casa 4 días después, tenía los ojos negros y heridas en el rostro. Caminaba cogeando porque tenía un corte feo en la pierna. Tenía en las manos quemaduras oscuras y profundas. Su mamá lo curaba, pero no decía una sola palabra.
Parecían dos extraños, ni siquiera conseguían mirarse.

Una noche vino la abuela y su papá hablo un poco con ella, en voz baja, para que no lo oyera Carlo, pero el escuchó furtivamente y captó algo.
- He sido un cobarde mamá- decía su padre - No he podido resistir sus torturas y he dado los nombres de Giulio y Vicenzo. ¿Sabes lo que eso significa? ¡Que yo los he hecho detener! ¡La culpa es mía! No me lo perdonaré nunca.

Dos cosas le habían quedado claras a Carlo: su padre ya no conseguiría volver a ser el de antes. Nunca le bastaría con pedir perdón para perdonarse a sí mismo. Era como si hubiera arrancado de su corazón la palabra "perdón". Y lo mismo ocurrió con su sonrisa. Carlo no volvió a verla nunca más.

La otra cosa que comprendió fue que los fascistas eran los responsables de lo que le había pasado a su papá y que maltrataban a las personas. El maestro Francesco tenía razón cuando decía que eran malos.

Hubiera querido ver a su maestro: él habría comprendido la sensación de miedo que le atenazaba el vientre y le subía hasta impedirle respirar. Cuando le pasaba esto, su mamá lo hacía tenderse en la cama sin decir una sola palabra y después, poco a poco, Carlo empezaba de nuevo a respirar normalmente. Sin embargo, a parte de la respiración, nada había quedado igual, tanto dentro como fuera de él.

Carlo iba dos veces por semana a casa, una amiga de su mamá. Su apellido también era judío y, por lo tanto, tampoco podía estar ya en la escuela con los otros niños. La señora Sarah no era mala, se veía que deseaba ayudar a Carlo a no quedarse atrás, pero no tenía mucha paciencia. Carlo no sabía si también había sido así en el pasado, pero ahora parecía siempre enfadada con el mundo y, aunque sonreía, se veía que no quería estar allí con él. Tal vez pensaba en su clase, en sus alumnos. A pesar de todo, a Carlo no le importaba gran cosa en realidad. Y es que ya no tenía tantas ganas de estudiar; pensaba en Anna, en sus compañeros de clase que estaban todos juntos en el aula. Él estaba allí solo con una desconocida que no se acordaba de su nombre. Cuando no le venía "Carlo"  ni tampoco le venía su apellido "De Simone", lo llamaba "querido", "tesoro", "pequeño", pero a  Carlo no le gustaban estos modos de dirigirse a  él. Tenía razón la abuela Lidia: "No hay nada más bello para los niños que su propio nombre; les da seguridad, se sienten amados y considerados. 'Tesoro' y 'querido', en cambio son designaciónes anónimas, para niños invisibles".

La abuela Lidia le había dicho le había dicho esto a la mamá de Carlo, un día que estaban discutiendo. Esto sucedía de vez en cuando, porque su mamá se enfadaba: se lamentaba de que la abuela Lidia siempre le diera la razón a su hijo y, así era en ciertas ocasiones. "En aquello del "querido" y del "tesoro" tenía razón la abuela", pensó Carlo, que estaba hasta la coronilla de la maestra Sarah.

Carlo volvía solo después de clase, porque la css estaba bastante cerca. Pero aquella tarde tenía muchas ganas de ver los trenes, le faltaba el momento de la llegada a la estación, cuando el tren se mostraba invencible, y necesitaba sentirse invencible al menos por un instante.
De ahí que no tomara la dirección hacia su casa: habría encontrado en ella a su padre en el sofá con la cabeza quién sabe dónde y a su madre que se afanaba preocupándose por poner el mundo a su sitio, con tal de no pensar en cómo hacerle frente.

No tenía ganas de volver a casa. No. Se iría a la estación. Allí no lo vería nadie, todo el mundo estaba atareado en tomar el tren o volver a casa. Se sentó en un rincón, junto a la vía uno.

-¡Eh, tú! ¿Que haces ahí? ¿Quieres robarme el sitio?

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Acá el fin del cap.
 
No puedo creer que solo falten 2 capítulos para que la historia de Carlo terminé y así iniciaremos con otra.

Me han estado llegando notificaciones de que están añadiendo está historia a listas de lectura. No saben la alegría que me da ver aquellas notificaciónes.

Agradezco el cariño a la historia.

Gracias por leer🍃

Las maletas de AuschwitzWhere stories live. Discover now