Nora, la rebelde

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Maratón 2/2

Los parientes de Hannah vivían casi todos en Argentina. Habían emigrado antes de la guerra de 1914 y se habían quedado, porque se encontraban bien en aquella tierra de grandes espacios donde nunca faltaba el sol. La madre y la hermana de Sarah también vivían allí. Ella, Sarah, se había quedado porque había encontrado a Joseph y se había casado joven para no tener que marcharse y perder a su amado. Su padre ya había muerto mucho antes. Su madre vivía con su hermana y su cuñado, un argentino de origen italiano que se llamaba Diego; tenían dos hijos. La familia no se había vuelto a reunir.

Sarah se consideraba una mujer afortunada porque se había casado con Joseph, un judío perteneciente a la burguesía con una empresa de la que era el único dueño. Joseph era hijo único. Su madre murió cuando el tenía diesisiete años y su padre se había consagrado al trabajo. Con todo, quiso que Joseph estudiará Económia para confiarle la empresa. Afortunadamente, a Joseph le gustaban las cuentas y los números, por lo que no le resultó ningúna carga obedecer a su padre. El abuelo Hermann había parecido un par de años atrás. Hannah y Jacob lo querían mucho, entre otras razones porque era el único abuelo con el que habían vivido.

La madre de Sarah, Marjanne, le escribía con frecuencia a su hija que se había quedado en Alemania, y mandaba fotos y regalos para sus nietos, pero no eran lo mismo que verse y jugar al escondite en casa como lo hacían con Hermann.

En su última carta, Marjanne decía que estaba preocupada por lo que estaba pasando en Alemania. No creía que la guerra fuera a acabar pronto y, sobre todo, temía lo peor para los judíos. Marjanne insistía que fueran a reunirse con la familia en la Argentina.
Sarah le enseño la carta a Joseph, pero él no quería oír hablar del tema.

-No quiero abandonar mi fábrica, a mis obreros... ¿Que sería de ellos? Mi padre hizo demasiados sacrificios para llegarme está empresa, no puedo dejarlo todo. Y por lo que toca a nuestros hijos. Jacob recibe aquí cuidados, asistencia, goza de un seguimiento. Nuestra vida está aquí, Sarah. Este periodo pasará y todo volverá a ser como antes.

Una noche oyeron llamar a la puerta. Al principio de manera suave, después cada vez más fuerte. Toda la familia estaba en la cama, los niños dormían y Joseph se levantó para ir a abrir. Se encontró ante una desconocida tocada con sombrero de hombre y ropa masculina, arrugada y sucia.

-Soy Nora, Joseph. Déjame entrar, pronto. Ella franqueó la puerta a toda velocidad y Joseph ni siquiera tuvo tiempo de darse cuenta de lo que estaba pasando. La muchacha tenía una herida en la frente de la que manaba un poco de sangre. Sarah la reconoció de inmediato.

-¡Nora! ¿Que has hecho? ¿Que pasa?
La prima Nora era más joven que Sarah.
Tenía seis años menos que ella, pero de pequeñas habían estado muy unidas, porque habían pasado mucho tiempo juntas. Era la hija de su tía Gertrud, la hermana de Marjanne. Nora, la rebelde... Se había marchado de Argentina con su madre y su padre, pero ya se había escapado de casa dos veces.

-¿Que haces en Alemania? ¿No estabas en la Argentina?

-Hola Sarah. ¿Cómo estás? ¿Y tú Joseph? Perdonen que invada su cosas a esta hora, pero no sabía a donde ir... Ahora se los cuento todo. Pero, por favor denme un vaso de agua, que no bebo desde ayer.

Nora les contó que había vuelto Alemania dos años atrás, en 1936, el año de las olimpiadas en Berlín, junto con su novio Anton, también alemán emigrado a la Argentina. Debían quedarse solo unas pocas semanas pero ya no se marcharon. Anton había encontrado sus amigos de la universidad un grupo de comunistas perseguidos por los nazis por eso se quedaron y entraron a formar parte de la resistencia alemana al régimen fascista. Sin embargo, poco a poco todos habían ido sido detenidos. la terrible policía política alemana, la Gestapo, había detenido también el día anteriorn a Anton. Alguien los había delatado. Tal vez algún vecino, o el panadero al que le habían comprado el pan. Todos podían presentar denuncias y la policía estaba dispuesta a escuchar al buen ciudadano y a detener a cualquiera que fuera sospechoso de ser opositor a la política de Hitler. Las personas acudían a la policía que los escuchaba y los recibía como a ciudadanos juiciosos. Denunciaban a la vecina de al lado, al cliente de la tienda, a la gobernanta judía, a los amigos comunistas. Se desahogaban: unos se vengaban, otros se instalaban en una conciencia del patriota alemán... La mayoría lo hacía porque tenía órdenes de señalar a las autoridades a cualquiera que fuera sospechoso de representar un peligro para Alemania: en suma se trataba de un deber cívico y como tal, debía ser ejecutado las consecuencias nada tenían que ver con ellos.

Nora había conseguido escapar por la ventana aquella noche, antes de que llegaran los hombres de la Gestapo  Anton se había sacrificado por ella quedándose para cubrirle las espaldas y se había herido al caer sobre una piedra mientras bajaba del segundo piso de su departamento.

-¿ Te busca la Gestapo?- Sara no lo podía creer. Estaba espantada. Sabía que la gestapo estaba formada por hombres sin piedad, que habían matado ya a muchas personas sospechosas de ser enemigas del régimen.

-Pueden estar tranquilos no quiero ponerlos en peligro déjenme dormir unas horas y me marcharé al Alba no saben que estaba con Antón llevó un poco de ventaja... ¿Me puedo quedar?
Sarah miro a Joseph y luego le dijo a Nora:

-Claro que puedes. Vete ahora a dormir y dime a qué hora quieres que te despierte. Me parece que lo mejor es que te vallas antes de que amanezca.

-Lo siento por tu novio, Nora -le dijo Sarah. Al oír las palabras de su prima, la joven se derrumbó y las lágrimas se dieron su sitio al miedo el hecho de que Antón estuviera en manos de la gestapo significaba una muerte segura y ella lo sabía. Después volvió en sí y se secó los ojos enrojecidos por el llanto y el cansancio.

Sarah hizo las cuentas: si ella tenía treinta y tres años, Nora debia tener veintisiete. Viéndola en aquel momento, parecía mucho más vieja que ella.

-Gracias. Sabíamos que podía pasarnos todo esto. Antón es un valiente... -no pudo continuar y, para no llorar, desecho el recuerdo de su chico -. ¿Tienes una manta? Tengo mucho frío - le pregunto a Sarah
- Claro que sí. Perdona. Voy a buscarla.

Nora pidió que la despertarán a las cinco. Ya era más de media noche, no le quedaba mucho tiempo para descansar.

Hannah lo había escuchado todo desde su habitación. Se despertó cuando oyó llamar a la puerta de manera insistente. Ella no conocía a Nora. Se levantó de la cama y, sin dejarse ver, se puso a espiar a los mayores desde la puerta entornada. Nora le pareció guapísima, con sus labios rojos y su pelo rubio recogido dentro del sombrero. Su ojos negros le brillaban cuando hablaba de Anton, y Hanna, que tenía doce años, soñaba precisamente con un amor que fuera  tan grande como el de Nora.

Hannah había oído hablar de la Gestapo a su profesora de alemán dos días antes de que le prohibieran ir a la escuela. La profesora había dicho a toda la clase que un verdadero patriota debía advertir a la polícia si notaba algo extraño, porque no todos amaban Alemania y no todos eran dignos de la Alemania nazi.  Mientras decía esto había mirado precisamente a ella y así compañero Abraham. Eran los niños judíos de la clase.
Hannah no había dicho nada, aquella mirada fría le había producido tales escalofríos, que ni siquiera después de tanto tiempo la había conseguido olvidar.

Decidió que no hablaría con nadie acerca de Nora. Habría sido peligroso para ella o para su familia que la profesora o sus vecinos hubieran oído hablar a su tía con tanto desprecio de la Alemania nazi, mientras que todos los demás parecían tan contentos de tener a Hitler como comandante.

Rose ya no la había vuelto a invitar a su casa. Hannah la veía pasar algunas veces con las otras niñas de la escuela, pero no le guardaba rencor a su amiga; sabía que ella también sufría por el hecho de estar alejadas. Y además tenía miedo de su padre.

Cuando pensaba en los últimos días en que había podido asistir a las escuela, se daba cuenta de lo aislaba que estaba. Solo le hablaba a Abraham  que se había convertido en su compañero de pupitre. La señorita Hoss los había puesto juntos, en la última fila. "Entre los judíos la entendéis", les había dicho con una mueca de desprecio que había deformado sus labios perfectos, rojos como el geranio de su madre Sarah. Si no hubiera sido por Abraham, Hannah pensaba que en las últimas semanas hasta hubiera podido estar muda, puesto que la voz no le servía de nada. Ya nadie le decía nada, nadie le preguntaba cómo estaba, si quería jugar o si sentía ganas de llorar.
Se sentía como un sofá tapado con una funda en una casa todavía llena de vida. Todo se movía a su alrededor como de costumbre, pero a ella y Abraham los habían borrado.

Hasta que un día les dijeron que ya no volvieran más a la escuela. Para ellos, ya no había nada que aprender.

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Gracias por leer..🌿

Las maletas de AuschwitzWhere stories live. Discover now