La fuga (Parte 2)

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-¡Eh, tú! ¿Que haces ahí? ¿Quieres robarme el sitio?

-¿Qué sitio? Estoy sentado en el suelo... Pero ¿quién eres tú?

-Me llamo David - dijo el muchachito  rubio que aparentaba pocos años más que Carlo- y ese es mi sitio. Me pongo ahí para pedir limosna a los pasajeros. La cosa funciona. ¿Es que quieres robarme el trabajo?

-Pero si yo no estoy pidiendo limosna... ¿Y tú por qué lo haces? ¿No tienes familia?
El muchachito rió

-¡Pues claro que tengo familia! Pero mi madre y mi padre, que ya no trabajan,  siempre me estaban diciendo que debía empezar a ganarme la vida por mi cuenta. ¿Y que puedo hacer yo? Soy demasiado pequeño para trabajar, y además soy judío y nadie me daría trabajo. Ya me han expulsado de la escuela...

-¡Como a mí! -exclamó Carlo, feliz de poder compartir su pena con alguien-. Yo también soy judío como tú. Menos mal, pensaba que era el único. No conocía a ningún otro que hubiera sido expulsado de la escuela. ¿Saben tus padres que pides limosna? Mi padre se enfadaría mucho.

- Yo me he escapado de casa. Ya no volveré nunca más. Los míos siempre están peleándose... Antes ya lo hacían, es verdad, pero ahora que son pobres todavía peor, me tienen harto.

-¿Cuantos años tienes?

-¿Yo? Dentro de unos meses cumpliré los doce.

-Tampoco yo quiero volver a casa. Antes había mucha alegría, los míos estaban de acuerdo en todo. ¿Sabes? Mi padre trabajaba aquí. Era jefe de tren. Me llevaba a menudo con él a ver los trenes y yo controlaba los billetes a todos los que bajaban, hacía el trabajo de mi papá. Sin embargo, ahora ha cambiado todo. Ya no quiero volver a las clases con Sarah y tampoco quiero volver a ver a mi padre, que ni siquiera me mira a la cara.

- Oye, yo tengo un sitio para dormir y te puedo hospedar. Son viejos vagones de trenes abandonados; hay también otras personas, pero no molestan. Eso sí, de día debes ganarte el pan por ti mismo. Tú eres más pequeño que yo, te darán limosna más fácilmente que a mí. Al final de la jornada lo juntamos todo y compramos comida. ¿Te parece?

Carlo había pensado muchas veces en irse de casa durante los últimos días. Ya no soportaba que su madre no parará ni un segundo ni intercambiara palabra con nadie. También su padre se había quedado mudo. La abuela miraba a su hijo y se ponía triste. Sarah era una extraña. Anna no había venido nunca a buscarlo. Ya no tenía a nadie con quién hablar. David, al menos, estaba alegre.

-Bien, me quedo está noche, y después ya veremos. ¿De acuerdo?

-Esta bien, pero empieza a ganarte la cena, ponte ahí y extiende la mano - le dijo David indicándole un rincón alejado de su puesto de combate.

Paso la noche. David y Carlo no pudieron dormir gran cosa, porque había un señor anciano con barba blanca que roncaba como un tren en el que se hubiera pulsado el freno de emergencia... hacía un ruido como nunca habían oído, y David le dio, sin demasiados cumplidos, algún patada más de una vez. El hombre paraba 10 minutos y después empezaba de nuevo.

A la mañana siguiente, mientras estaba en su sitio con la mano tendida y los ojos gachos, Carlo pensaba en su padre y en su madre. ¿Estarían preocupados? ¿Se habían dado cuenta al menos que no había vuelto? Pues claro que sí. Sólo estaban tristes pero nunca habían sido malos. ¿Que están haciendo el allí?
Mientras pensaba en lo que iba a hacer, oyó que lo llamaban.
Era David.
- ¡Eh, pequeñajo! Mira el maravilloso billete que me ha dado aquella señora de vestido azul. ¡Me has traído suerte! ¡Ven vamos a tomarnos un bocadillo y un capuchino como verdaderos señores!

Se fue con David. Tenía hambre, había pensado otra vez en volver a casa.
Pasaron otros cuatro días. Carlo y David se habían hecho amigos. Por la noche Carlo consiguió dormir un poco más... en el fondo uno se acostumbra a todo; pero le faltaba su padre y su madre.

- David, ¿tú no sientes nunca nostalgia de tu casa?

-¿Yo?

El otro levantó los hombros como para decir que no; sin embargo, respondió:

- Sí, siempre, si es que quieres saberlo. Pero cuando pienso en cómo nos gritaba mi padre a mi madre y a mí... no quiero volver allí. Que se las arreglen ellos. ¡Ea, amigo judío, vamos a trabajar!
Aquella noche, apenas habían ido a dormir en el viejo vagón de un tren abandonado al que David llamaba "casa" cuando notaron agetreo en el andén.

- ¡Fuera, fuera, Carlo, nos han descubierto, escapa!

David había salido a toda velocidad. Carlo apenas había conseguido comprender lo que estaba pasando cuando su amigo ya se había bajado del tren. Estaba acostumbrado a huir.
Carlo no.

- ¿Y este? -dijo un hombre con un uniforme de carabinero que lo tenía agarrado a distancia por la oreja, casi con asco por el mal olor que emanaba ahora Carlo, después de cinco días don lavarse. - ¿Que estás haciendo tú aquí? Eres demasiado pequeño para estar con vagabundos, ¿no tienes familia?

- ¡Eh, un momento! -intervino un señor la que Carlo no reconoció de inmediato a causa de la densa oscuridad que había en los vagones - Yo te conozco, tú eres el hijo de Antonio... Pero ¿que estás haciendo aquí? ¿Lo saben en tu casa?
La linterna del gabinete iluminó un momento al hombre que había hablado y Carlo reconoció a Aldo, un jefe de tren amigo de su papá. Amigo por así decirlo. También el había desaparecido desde que los judíos se habían convertido en enemigos de la patria.
Carlo no le respondió. En el fondo ahora todos se habían convertido para él en desconocidos, los judíos ya no tenían amigos.

-Déjemelo a mí. Sé a dónde hay que llevarlo -se ofreció el jefe de tren. El carabinero ni puso la menor objeción; mejor así: se liberaba de una molestia -Ven conmigo- le dijo Aldo a Carlo- acabo el turno en media hora y después te llevo a casa.

Carlo no respondió a ninguna de las preguntas del colega de su padre. Y así, este se dio por vencido.

- Te haces el duro, ¿eh? ¿Sabes que hubiera podido decirle al carabinero que eres judío? ¿Sabes que no siquiera hubiera podido llevarte a casa? Nosotros ya no deberíamos tener nada que ver con los judíos... Pero yo no lo hago. Conozco a tu padre de toda la vida y esto al menos se lo debo. Ánimo, vamos. Y no intentes alejarte de mí o grito que eres judío y te meten en la cárcel para siempre.
La amenaza de Aldo hizo su efecto. En el fondo, Carlo estaba contento de volver a casa. Ahora bien ¿Como lo iban a recibir?

Todos estaban llorando. Su mamá más que los otros, y lo abrazaba como si fuera a ser tratado por un dragón de un momento a otro.
Aldo no quiso que se lo agradecieran.

-Es un deber -continuó diciendo- Pero ahora debo irme. No había entrado, tenía miedo de que lo denunciaran. Los amigos de los judíos se exponían a pasar por serios problemas y los había que no había otra cosa que hacer de espías.
-Comprendo. Te has comportado como un amigo y te lo agradezco. Te debo mi vida.      -le dijo Antonio

Gracias a estas palabras Carlo comprendió que él era la vida para su padre y para su madre. A partir de aquella noche pensó con frecuencia en David, pero jamás le volvió a venir a la mente alejarse de su mamá y de su papá

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Acá el fin del cap.

El próximo capítulo es el fin de la historia de Carlo, ¿Están listos para el desenlace de esta historia?

¡Cada día aumentan más las leídas de esta historia! Estoy muy feliz.

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Las maletas de AuschwitzWhere stories live. Discover now