El último día de escuela (Parte 1)

1K 16 0
                                    

Carlo estaba ya en cuarto de primaria.

La escuela había comenzado pocos días antes. Aquella mañana, el gato Aquiles perseguía las hojas amarillas y marrones caídas de los árboles del jardín que rodeaba las aulas.

El viento hacia que se arremolinaran las hojas de repente y las empujaba lejos. Aquiles no se daba tregua: las espiaba y, en cuanto se movían, se lanzaba sobre ellas, convencido de que está cazando un ratón o una lagartija.

Mientras Aquiles intentan capturar el viento, Carlo entraba a la escuela por última vez.
Aquiles era el único animal tolerado por Alfredo Cisco, el severo director de la escuela Mazzoni, un hombrecito muy bajo y muy ancho, que cada mañana observaba minuciosamente todo el edificio y gritaba detrás de siete de cada diez bedeles.

Llegó un momento en que el director prohibió que le llevarán comida a Aquiles. Era preciso reconocer que el gato se había puesto gordo, porque los niños le traían cada mañana las sobras de la cena y el nunca rechazaba nada.

Por eso el director había escrito una larga circular en la que explicaba que la celadora Assunta se ocuparía de dar de comer al gato, y sería la única persona autorizada a hacerlo, es decir: que si se sorprendía a otra persona llevando comida a Aquiles, el transgresor perdería una semana de vacaciones si era un maestro o una maestra, y dos y dos semanas si es un debel. En caso de que fuera un alumno tendría seis días de castigo. A partir de entonces ningún niño volvió a darle nada al gato. Ni tampoco los otros, excepto Assunta. La autorizada. Una vez que la celadora de Aquiles faltó durante 3 días el gato tuvo que ayunar. A Carlo le gustaba mucho jugar con Aquiles, pero su madre no quería animales en casa. Lástima, porque a él le gustaba más los gatos que los perros.

Ahora bien, lo que está prohibido está prohibido. Sin embargo, a partir de aquel día las prohibiciones fueron para Carlo un misterio incomprensible.

Se presentó en la escuela puntual como siempre. Ay del que llegará con retraso, se arriesgaba a probar la palmera de la señora maestra.

Silvana Miele era la novedad de aquel curso. Una amarga sorpresa. El maestro Francesco Sarfatti había venido el primer día a cuarto de primaria, después había desaparecido y había llegado ella en su lugar. Silvana Miele ( ¡Oh fatalidad, se llamaba Silvana como su mamá!) Había empezado la lección aquella mañana como de costumbre, gritando a sus alumnos que estuvieran atentos y no se distrajeran. En verdad, en la clase no se oía ni el vuelo de una mosca, pero ella gritaba siempre. Quién sabe de dónde le venía toda aquella energía... Y sí que era baja, más baja que el director Cisco, que era la mitad de alto que su papá.

El maestro Francesco también era pequeñito, pero a él no le gusta chillar. No lo necesitaba. Cuando explicaba algo siempre relataba alguna historia. A menudo contaba cosas de cuando era niño. La historia que más le había gustado a Carlo era una de cuando el maestro Francesco tenía ocho años. Su padre había perdido el trabajo en el campo, de modo que la familia se encontró si dinero y sin casa. Se habían ido a dormir a la casa de su tía, que preparaba todos los días sopa de coles, y al maestro Francesco el olor de las coles todavía lo hacía vomitar. O la de cuando su madre, analfabeta ( no sabe leer ni escribir), le pidió a él, que ya era maestro, que le enseñará las cuatro reglas, puesto que con la ayuda de la tía y del cuñado habían abierto una mercería y nunca sabía cuánto dar de vuelto a los a los clientes. O bien les contaba cosas de su hermano, que se había escapado de casa porque sus padres lo querían hacer estudiar a la fuerza. Al final había vencido él y no había estudiado, pero las ganas de estudiar no se le habían pasado, porque estaba en el negocio familiar como dependiente junto a su madre, que lo llevaba a raja tabla, mientras que su padre le tomaba del pelo diciéndole: ¡Te lo tienes bien merecido! ¡Burro!.

El maestro Francesco mesclaba los relatos de su casa con las matemáticas. Además de un montón de historias divertidas.

La lección había empezado hace ya una hora y Silvana Miele se había pasado más tiempo gritando que no se distrajeran que explicando el tema... Pero después pasó algo....

------------------------------------------------------
Aquí el fin del segundo capítulo de la primera historia, lectores.

Gracias por leer 🌿

Las maletas de AuschwitzWhere stories live. Discover now