Jacob en la clínica

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Era una noche de otoño. Alguien llamo fuerte a la puerta.

-¡Policía!

Joseph se precipitó a abrir. Lo empujaron hacia el interior y entraron: eran dos hombres vestidos de paisano.

-¿Eres tú el cabeza de familia? -le preguntaron

Joseph asintió. Los niños estaban con Sarah en la pieza de al lado.
-¿Es verdad que tienes un hijo minusválido?

-No, Jacob no es minusválido, es un niño...

No lo dejaron acabar. Le dieron una bofetada y le dijeron que un judío no debía permitirse el lujo de decir "no" a un policía de Hitler.

Registraron la casa y encontraron a Sarah y a los niños. Señalaron a Jacob. Después le preguntaron a su madre:

-¿Cuantos años tiene?

-Ocho años -respondió Sarah intentando esconder su temblor.

-Este se viene con nosotros. Prepárale una bolsa con pocas cosas. Podrán verlo mañana por la mañana en la clínica pediátrica de la universidad. Eso es todo.

-¡No! -gritó Sarah_. ¡No les daré a mi hijo!

-Tú, mujer, no tienes ningún derecho en este país -le gritó uno de los dos-  Eres judía. Da gracias a Dios de que el Führer quiera curar a tu hijo. Ahora bien, si no obedeces ni siquiera la verás a ella -concluyó señalando a Hannah, a la que el miedo la tenía paralizada.

Joseph sabía que no había nada que hacer. Ejecutarían las órdenes que habían recibido costara lo que costare. Tomó a Jacob y empezó a hablarle en voz baja. Pero antes le dijo a Sara que le preparara una bolsa y que al día siguiente por la mañana irían pronto a buscarlo. Su mujer comprendió que le estaba pidiendo que no pusiera también en peligro Hannah y se dirigió como una autómata a preparar una pequeña maleta para su hijo.

Jacob había empezado hablar sin parar, poco a poco, como hacía cuando estaba nervioso. En su mundo, del que formaban parte de las estrellas y su mamá, no encontraba sitio para aquellos dos hombres que nos sonreían.

Incluso cuando se lo llevaron prosiguió con aquella letanía, apenas susurraba, lenta y continua. Interrumpida de vez en cuando por una sola palabra: "mamá".

Sarah, su madre, se dobló sobre sí misma como un muñeco de trapo del que solo salían lágrimas y el nombre de su hijo Jacob.
Joseph se quedó con Hannah, que no conseguía hablar sin llorar. Miraba hacia la puerta por donde había salido Jacob con los dos hombres de negro.
Ninguno de los tres pudo dormir. A las siete se prepararon en silencio y se dirigieron a pie hacia la dirección que les habían dejado a la noche pasada. A pie, porque a los judíos se les había prohibido además el uso de los transportes públicos y también las bicicletas,

Desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial, provocada por Hitler, en 1939, a los judíos se les había impuesto el toque de queda; por consiguiente, no podían salir a la calle por la noche y les estaba prohibida la posesión de aparatos de radio. De ahí que no tuvieran noticia alguna de cómo marchaba la guerra.

Mientras caminaba para dirigirse a la clínica en la que habían encerrado a Jacob, Hannah iba pensando en su hermano y en lo cómico que era de pequeño, cuando su padre y su madre escuchaba en la radio y él quería ver dentro del aparato. Más adelante, dado que no le permitían abrirlo, empezó a mirar debajo de la cama para "encontrar al señor escondido que habla y no se ve".

La radio era para Jacob algo mágico, porque su padre apretaba el botón, aquella empezaba, como por encanto, hablar. Durante mucho tiempo buscó a que el botón también esos muñecos, en sus cuadernos de colores o en su cochecito azul. Al final tuvo que rendirse. Entretanto, aquella voz ya no le resultaba desconocida y no le daba miedo. De este modo, ya se podía bromear, aunque todavía quedaba un misterio. Cuando su padre encendía la radio, el buscaba su botón personal y se "encendía"  a la vez: empezaba hablar diciendo cosas inconexas y se movía como un títere de madera.

Hannah podía subir y bajar el volumen buscando el botón adecuado, pero sólo la mamá podía pagar la radio, tirándole el cojín rojo del sofá. Era un juego del que el padre estaba excluido, porque cuando oía las noticias no quería que lo molestaran, y por eso no conoció nunca lado mágico de la radio.

Llegaron a la clínica pediátrica de la universidad y se acercaron a la portería, donde había una mujer.
Le preguntaron por el Jacob y ella respondió que no era posible verlo, que no se preocuparan, que estaba bien y que pronto recibirían noticias de los médicos.
Joseph no se rindió.

-Por favor -insistió-, dejen entrar al menos a su madre, quiere ver a su hijo. Solo un instante. Por favor...

En ese momento la mujer se alejó y se presentó pocos segundos después con un policía, que, con el fusil en posición defensiva, los íntimo a que se fueran.
Se llevaron a Hannah. ninguno de ellos dijo una sola palabra en el camino de regreso. El silencio continuó en casa. La jornada la pasaron en cierto modo esperando la noche que daría paso a la mañana y a la esperanza de volver a ver a Jacob.
Aquella noche hannah vio las estrellas, abrió la boca para llamar a Jacob, pero no le salió ningún sonido. Entonces se puso a contar las estrellas, justamente tal como lo hacía Jacob, con su mundo de veinte números. Y después volví a empezar, siempre eran veinte.
Sin embargo, no acababa nunca. Hannah se durmió contando las estrellas del cielo.

A la mañana siguiente volvieron a ponerse en camino. Llegaron ante la clínica y, como el día anterior, se dirigieron a la portería. Había otra mujer sentada detrás del cristal, pero también tenía una mirada glacial y distante.

-Somos los padres de Jacob Weiss, le pido por favor que nos deje ver a nuestro hijo.

-No es posible. Váyanse y no vuelvan. Seremos nosotros los que les demos noticias de su hijo.

Sarah nos iría de allí sin Jacob se lo había prometido a sí misma.

-¡Malditos! ¡Devuélvanme a mi hijo! ¡Es mi hijo no tienen derecho! ¡JACOB!
¡JACOB!

Sara no quería esperar más: allí dentro, en alguna parte, estaba su Jacob. Superó la barrera de la entrada, pero en cuanto puso el pie en el patio se encontró con un soldado con la divisa nazi. El hombre la paró dándole un golpe con el fusil. Ella cayó al suelo. Joseph intentó acercarse, pero el soldado levantó el fusil en ese momento y apuntó hacia Hannah. Joseph se detuvo. También Sarah tuvo que rendirse. Salió en silencio, cogió a Hannah de la mano y se marcharon. Hannah no dijo ni una sola palabra. No había vuelto a hablar desde la noche en que se llevaron a Jacob.

Pasaron algunos días. Joseph pidió ayuda a todos sus amigos y clientes de raza aria. buscar información sobre esta clínica pediátrica a fin de recuperar su hijo. Sin embargo, todo el mundo tenía miedo y se negaba incluso a escucharlo. Sólo un cliente, que se había visto obligado a interrumpir la relación con la empresa de Joseph pero que no era nazi, le dijo conmovido:

-Lo lo lamento mucho, Joseph. Hitler no quiere judíos ni minusválidos en su Alemania. Armese de valor. Yo no puedo hacer nada.
Nadie puede hacer nada ahora. Ya no reconozco a nuestro pueblo. Este régimen devora las personas y sus sentimientos. Armése de valor y manténgase cerca de su mujer. Lo siento por su hijo, no lo espere más. Buena suerte Joseph.

Algunas semanas más tarde se llamó a la puerta un policía.

-Esto es para vosotros -les entregó un sobre y se marchó de inmediato.
En el sobre había una hoja blanca sin encabezado donde habían escrito qué Jacob había muerto de pulmonía. Nada más. Ningún "lamentamos", ni siquiera una palabra de consuelo. No había ninguna firma. Jacob había dejado de existir.

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¡Hola! Lamento mucho no haber actualizado en estos meses, tuve algunas dificultades que recién he logrado superar.

Gracias a las personas que esperaron por este capítulo desde hacía mucho tiempo.

El próximo capítulo es el final de la historia de Hannah y Jacob.

Gracias por leer. 🌿

Las maletas de AuschwitzWhere stories live. Discover now