Hannah y Rose

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Maratón 1/2

-¿Qué hace esa aquí?

El padre de Rose había vuelto antes aquella tarde y habia encontrado a Hanna estudiando con Rose. No la había saludado, había bajado a donde estaba su mujer y le había dicho con dureza:

-¡¿Que hace aquí?!

-Ya lo sabes, Kurt, son amigas... Rose le tiene mucho cariño, se conocen desde que eran pequeñas... Hannah ha estado enferma algunos días y no ha podido seguir adelante con el programa, por eso Rose la está ayudando. Sabes que han tenido que ponerle un profesor privado desde que ya no puede ir a la escuela...

La madre de Rose temblaba de miedo. Kurt era policía y en casa se comportaba con frecuencia del mismo modo que cuando estaba con criminales. No hacía distinciones entre su mujer y su hija: quién se equivoca lo paga, esa era la ley de Kurt Bauer. Después de los relámpagos llegaron también los truenos.

-¡Ya no puede ir a la escuela porque es judía! ¡Y los judíos tampoco deben entrar en esta casa! Contaminan todo lo que tocan, son seres inferiores, ¿Quieres comprenderlo o no mujer estúpida? ¡No quiero que Rose vaya con esa sucia judía!

-Pero Kurt, ¡Si no es más que una niña...!
-¡Nunca serás una patriota, eres demasiado estúpida! La obediencia al Führer y a sus leyes no se discuten en esta casa, ¿Está claro?

Su lo comprendía él, lo debían comprender también los otros. Kurt siempre había sido así desde joven: se extrañaba de que alguna persona pudiera contravenir lo que imponían las leyes de los que tenían el poder. El que manda sabe lo que hace. Así era para Kurt Bauer y así debía ser para todos los demás.

A él no le importaba nada que Hanna fuera judía. Lo había sabido siempre. Pero el Führer había dicho que los judíos eran sucios y malos, y que debían desaparecer de la faz de la Tierra. Y Kurt lo había comprendido y lo había hecho suyo, sin preguntarse nunca por el motivo.

Rose había comenzado a temblar en el piso de arriba y Hannah se había puesto lívida: se avergonzaba de estar allí; se avergonzaba por su amiga del corazón, que tenía un padre tan violento y estúpido; se avergonzaba de no tener el valor necesario para ir y decirle cuatro cosas a aquel hombre enfurecido. Sin embargo, no se avergonzaba de ser judía. Siempre había sabido que era diferente, su madre se lo había repetido con frecuencia; pero era una diferencia hermosa, importante.

-Hannah, mi padre viene para acá. Por favor, huye, es capaz de todo. Tu no lo sabes pero es un hombre muy violento... Sal por la ventana por favor - le imploró Rose llorando.

Hanna obedeció y al salir oyó a Kurt que gritaba mientras subía las escaleras:
-¡Escapa, escapa, judía... Y no vuelvas aquí nunca más, borra de tu memoria a Rose y esta casa!

Hannah no consiguió dormir aquella noche. Estaba arrepentida de haber escapado como una ladrona de la casa de su mejor amiga. Hubiera debido quedarse y enfrentarse al padre de Rose, como siempre le habían enseñado sus padres. Decidió no contarle nada a los suyos. Ya estaban pasando muchas calamidades, porque las leyes raciales dictadas por Hitler eran cada vez más restrictivas para los judíos. Empezaron cuando Hitler se convirtió en jefe del gobierno, 1933. Y cada día aparecía una nueva prohibición para los judíos. Antes eran ciudadanos alemanes como todos los demás, después se transformaron en seres "inferiores". Había oído decir además que ya no debían ser considerados alemanes. Eran solo "pordioseros judíos".

Desde ese tiempo ya nadie había negocios con empresas judías, porque las leyes raciales lo prohibían por consiguiente, la empresa de calzado de su padre Joseph, había dejado de tener contratos con los de raza aria. Estos no debían hacer tratos con los judíos. Hasta hace algunos años el papá de Hanna suministraba zapatos al ejercicio alemán, pero ahora ya no le daban trabajo y el dinero iba disminuyendo.

Hannah oyó hablar a sus padres una noche, acerca de la posibilidad de irse de Alemania.
-Tengo cada vez más miedo. Por nosotros, por los niños. Aquí ya no hay futuro para nuestra familia; estoy convencida de que deberíamos marcharnos Joseph. Ahora ya no siquiera se nos considera Alemanes...

-¿Y dónde podríamos ir? No tenemos parientes más que en la Argentina, pero ¿que podríamos hacer allí? Aquí tenemos toda nuestra vida . Y también nuestros hijos. Somos alemanes Sarah. Yo me siento un judío alemán.
Esta política racial no podrá durar mucho en nuestro país, no puedo creerlo... Mi padre fue un patriota alemán, murió durante la Primera Muerra Mundial. También yo tengo miedo, pero estoy seguro de que Hitler caerá pronto... y además, ¿Adonde quiere llegar? El mundo no puede permitir que suceda lo peor.

-Joseph, ¡tu sueñas! ¡Lo peor ya está ocurriendo ante nuestros ojos! ¿Que quieres que suceda aún para comprender que estamos en peligro?
Tu no tienes trabajo, nadie nos mira ya a la cara por miedo a verse obligado a responder el saludo. ¿ Has visto a nuestros vecinos? ¿Te acuerdas de lo amables de disponibles que se mostraban con Jacob y Hannah? ¿Te acuerdas de las felicitaciones por tus éxitos en el terreno laboral? Bien, mira, ayer llamé a la puerta de la farmacia porque me faltaba la medicina para Jacob, pero no me la quisieron dar. Yo estaba oyendo el piano de Bertha, estaban en casa. Sin embargo, no me abrieron. Después, de esa misma noche, antes de que volviras, encontré una nota pegada en la puerta. ¿Quieres que te la enseñe? En ella han escrito que no quieren tener nada que ver con judíos. ¡Y estos son nuestros buenos vecinos! Ya no tenemos médico porque me han expulsado de su consulta. No podemos ir a las tiendas ni a los restaurantes arios, nos han obligado a añadir los nombres judíos a los documentos para ser reconocibles, estamos fichados como indeseables... ¿Que debería pasar aún para que te convenzas de que a los ojos de esta gente ya no somos alemanes?

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Gracias por leer...🌿

Las maletas de AuschwitzOnde histórias criam vida. Descubra agora