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—Vaya, vaya. Jamás creí que vería a la gran Celesstine Ribenbach pidiéndome reunirnos de manera urgente —mencionó un ya anciano Millard bajando las escaleras de su mansión con lentitud.

—¿Ribenbach? —preguntó Christopher volteando a ver el rostro de su madre, quien solo le hizo un gesto de afirmación restándole importancia a la pregunta. Se acercó al canoso hombre mayor que se mantenía en pie con ayuda de un refinado bastón de color ocre.

—Tampoco creí que estaría aquí, Señor Fickenscher.

—Debo de suponer que soy tu única opción. No existiría otra forma donde buscaras mi ayuda a no ser que solo yo pudiera otorgártela —la pelirroja incrustó las uñas en las palmas de su mano para terminar asintiendo ante la interrogante—. Tomen asiento, los años no pasan en vano y este anciano ya no puede permanecer en pie fácilmente como hace veinte años atrás —las únicas personas presentes en aquella estancia se sentaron junto al hombre mayor, en unos sillones de cuero marrón oscuro en torno a una pequeña mesa redonda con un florero repleto de peonías rosa; cuanto odiaba ese color, pensó Christopher—. ¿Es uno de los especiales?

—No. Es su único nieto —Millard acomodó sus lentes en el puente de su nariz, para enfocar su atención en las facciones del ojiverde.

—Es idéntico a Lucas —sonrió con nostalgia—. Solo espero que no esté tan podrido como él —la mujer de ojos castaños prefirió no mencionar nada que pudiera alterar el ánimo de su antiguo suegro, así que cambiaría el tema para no abordar más profundamente en su hijo.

—El proyecto se encuentra finalizado hace cinco años y el suero manchado de la sangre de todos mis hijos —el hombre canoso reclinó su espalda en el sillón, estaba recibiendo una catastrófica noticia. 

—Tú eres la única culpable por crear aquella masacre —el castaño se sentía incómodo al encontrarse en esa situación. ¿Por qué existía tanta tensión entre su abuelo y su madre? La pelirroja le miraba con total desagrado—. Lo del suero era algo que ya sabía, es un tema colectivo hoy en día. Solo no poseía la menor idea sobre la muerte de mis nietos para llevarlo a cabo.

—Señor... No, Millard. Te lo estoy pidiendo como tú antigua nuera —su madre se inclinó intentando alcanzar las manos del contrario para implorarle su ayuda—. Prometo que podré mejorar las cosas, si tan solo aceptaras ayudarme —la risa del anciano resonó en la estancia como si se hubiera formado un eco. Miró a la mujer de ojos caoba con desdén ante su súplica—. Acabaré con lo que una vez creé con el fin de purificar y mejorar la humanidad.

—Purificar y mejorar —repitió el hombre de ojos castaños levantándose y caminando hasta una repisa repleta de botellas con diferentes tipos de alcohol. Se sirvió un pequeño vaso y volvió a su antigua posición—. Utilizas exactamente el mismo lenguaje digno de una demente. Celesstine, Celesstine, no has cambiado. Sigues siendo la misma mujer obsesionada con erradicar aquello que se encuentra mal en la humanidad según tu propio criterio.

—¡Eso no es cierto! Ahora estoy consciente de mi antiguo error, planeo arreglarlo. De verdad necesito que respondas mis preguntas y no te pediré nada más.

—Recipiente diferente. Misma esencia —él negó llevando a sus labios el líquido dorado del vaso, una vez consumido, lo dejó en la mesa. Celesstine se veía a punto de lanzarse contra el anciano para golpearle, su furia podía palparse, aunque a Millard ni lo inmutaba.

—¿Puedo llamarte abuelo? —preguntó curioso el castaño, al recibir la afirmación que esperaba, se enfocó en pensar lo que diría a continuación para no equivocarse—. Abuelo, creo que no has entendido el propósito del plan de mamá. Ella quiere enmendar su error, este es el único camino y forma —Millard estaba dispuesto a negarlo pero Chris lo interrumpió antes de comenzar—. Esto es diferente a aquel proyecto. Ya no es una tabla de ajedrez, es un rompecabezas y necesitamos tu respuesta para continuar armándolo.

—¿Respuesta? ¿Qué podría saber yo que es tan importante para su plan? —se rió irónicamente.

—Abuelo. ¿Quién es Dianne? —el gesto de burla en el rostro del hombre se deformó en una mueca de confusión y miedo.

—No... No es posible, ¿cómo es que sabes sobre Dianne? —comenzó a acariciar su cien apartando el delgado cabello canoso que allí se mantenía arreglado.

—Entonces sabes quién es. Sospechamos que podría ser quien murió en el lugar de Élanie, ya que son idénticas.

—No puede ser posible —rápidamente negó jugando con sus manos que se encontraban tiritando del miedo—. Ella es incluso mayor que tu padre... Además no podría haber muerto hace cinco años, porque ella...

—Abuelo... ¿Te sientes bien? —la pesada respiración del hombre se tornaba cada vez más dificultosa. Celesstine se maldijo así misma por exigirle a un hombre tan mayor sin importarle su condición y se agradeció por saber primeros auxilios, ayudando a Millard recuperar la compostura.

—Porque ella ya había muerto hace treinta años... —las lágrimas y quejidos le hacían más difícil al anciano poder respirar correctamente—. Ella era... Era mi amante... Y Lucas...

No pudo terminar la frase, ya que perdió el conocimiento colapsando entre los brazos de Celesstine. No podrían hilar la información recopilada hasta que Millard se recuperara del desmayo.

Pero de algo estaban seguros. Dianne estaba muerta hace treinta años y era la amante del padre de Lucas.

Ahora se abrían dos caminos en el laberinto. El primero, Dianne podría haber muerto por causas naturales y el segundo, Dianne habría sido asesinada.

Pero de ser así, ¿quién era el asesino?

Lazos Benévolos © | Libro #15 | SAGA MALDITAWhere stories live. Discover now