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Sena estaba desnuda frente al espejo. Cuando Sena hacía esto posaba su mirada permanentemente en sus ojos. Amaba de sí misma ese verde cambiante que tenía su iris. Pero hoy Sena no se fijaba en sus luceros. Sena miraba con más atención dos pequeñas marcas no muy separadas en su clavícula. Las presionó y sintió un dolor distinto. No sólo estaban allí, estaban por todos lados. Pero, lo que le costaba creer a Sena era su origen y no podía olvidar la pendiente empinada por la que subió para entenderlo.

...

Llevaba horas esperando sin ningún resultado. Sena se levantó convencida de que ya era imposible que apareciese. Molesta por la aparente pérdida de tiempo, Sena se dirigió a la entrada a recoger su sombrilla. "De no haberme pasado la mañana leyendo diría que he perdido mi tiempo" pensó. Su precaución no le permitía cometer el mismo error dos veces, a menos que no se hubiese percatado de él. Por tanto, llevaba su sombrilla a todas partes y en ocasiones se preguntaba qué hubiese pasado si ese día se hubiera ido bajo la lluvia sin importar el hecho de que pudiera enfermarse.

Sena, sin embargo, estaba convencida de que, aunque lo hubiese evitado ese día, no iba a frenar lo que había pasado entre ellos. Quizás o incluso no lo hubiese rechazado en un principio.

Había dejado en la entrada su paraguas, pero este simplemente había desaparecido. A Sena le pareció este detalle algo extraño. Los japoneses no acostumbraban a hacer ese tipo de cosas. Si encontraban algo en la calle no lo tocaban. No tomaban nada incluso si no encontraban a su dueño inmediato. Pero eso no significaba que no hubiese robos.

Sena no quiso reclamar por ella porque sabía lo muy ocupados que estaban los empleados tratando de que no se robasen ningún libro. Sin más que discutir y con ganas de regresar a casa acordó consigo misma irse hacia el auto bajo la lluvia. Procuraría llegar y encender la calefacción. Y con esta decisión tomada, cubrió su cabeza con un pañuelo y caminó hacia el estacionamiento evitando los charcos como los tacones le permitían. Planeaba llegar a casa y tomar un café y una ducha, ambos calientes, los cuales iba a disfrutar en la soledad de su casa. Pensaba Sena mientras caminaba en cosas al azar, sin poder evitar volver una y otra vez, por mucho que quería evitarlo al tema de aquella persona que últimamente ocupaba sus pensamientos.

"¡Que irónico!" pensó "Aquella vez también estaba lloviendo" Sena se empezaba a alarmar por este hecho. Era para ella algo muy preocupante lo rápido que se había vuelto su obsesión. Caminaba mientras las gotas frías de la lluvia caían encima de ella con mayor rapidez. "Justo como el tacto de sus dedos" pensó y se sonrojó de golpe, avergonzada por la rapidez con la que su mente había relacionado cosas tan sencillas. "Ya no hay nada que no me deje pensar en él".

Mientras Sena estaba ensimismada en su discusión interior, alguien compartía su paraguas con ella. El paraguas negro de Sena era sostenido por una persona que, reprimiendo una sonrisa la había alcanzado, siguiendo el rítmico caminar de sus tacones y que, compartía con ella a sabiendas de que ella desconocía su presencia. Ruki se sentía como un niño pequeño mientras llevaba a cabo esta acción, que, sí, era como si se tratase de una broma infantil, pues ¿quién no se divierte cuando actúa como un niño? Pero, por mucho que quería asustarla, no lo hizo. Quería que ella se diese cuenta por su cuenta, pero no podía reprimir su diversión.

Sena aún metida en su ensimismamiento comenzó a notar como las gotas no corrían por su cuello a pesar de que frente a sí caían con más fuerza. Levantó la vista y se llevó un sobresalto.

- ¿Qué...? –empezó a decir, pero fue interrumpida por el beso de Ruki. Sena luchó en un principio, pero se rindió rápidamente, y fue cuando se percató del poder de convencimiento de su amante. Ruki la tomó por la cintura y cubrió su espalda con la sombrilla, no porque tuviese miedo de que los vieran, no, a él verdaderamente no le interesaba, pero no quería que nadie más viera su reacción. Se sentía celoso de ella. Solo él podía verla sonrojarse, solo él podía probar el sabor tan deseado de sus labios, solo él podía oírla gemir. Ella era suya, no le importaba ningún otro obstáculo, y mucho menos su esposo. Sena se dio cuenta de cuánto lo había deseado y de que, de no haberla besado justo en ese momento hubiese montado un pequeño espectáculo en el aparcamiento y bajo la lluvia solo para que le explicase hasta que quedase completamente convencida donde se había escondido por tanto tiempo. Sabía que no tenía derecho a cuestionarlo. Él era libre y solamente él decidiría cuándo ese aspecto iba a cambiar, pero ella no podía evitar hacerlo. Quería saberlo todo acerca de él. El misterio que él encerraba era una puerta que ella quería abrir.

Tentación (Ruki Mukami)Where stories live. Discover now