CAPITULO 1O

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Llegamos al hotel donde me hospedaría. Bajé mis maletas del auto y me despedí de mi hermana haciéndole saber que cualquier cosa me llamara.

-Te quiero, ve con cuidado. – le dije.

-Disfruta de La Gran Manzana. – selló la puerta del coche y avanzó.

Bien, era hora de hacer el check in. Entré y me acerqué a recepción.

-Tengo una reservación.

-Su nombre, Señor. – la chica no hizo contacto con mis ojos.

-Mikael Lindemann.

-Así es. La Suite Presidencial. Está lista para usarse. – me entrega la tarjeta de acceso a la habitación. Ahora si mirándome a los ojos. – Piso 35, que disfrute su estancia. Y bienvenido al Hotel Park Lane. Y bienvenido a Nueva york. El botones le ayudará con su maleta. - sonrió.

-No es necesario. Gracias. – caminé al ascensor y pulse el botón y se abrió. Me adentré y pulse el piso 35 y cerró sus compuertas.

Abrí la habitación número 3050 y admiré la belleza contemporánea que irradiaba en la suite. Me quité la chaqueta y la extendí en la cama King Mahogany Murphy. Observé de nuevo, la noche de la ciudad era mágica a través de esos gigantes ventanales, una silla y un escritorio de trabajo frente a una y en la otra simplemente la silla, un buró en medio y del lado opuesto un tocador. Podría ser romántico, las luces de los edificios destacaban y hacían la vista demasiado buena. Como dije, ¡mágica! Fui al salón y había una gran sala impresionante, mesa de madera y sillas que encajaban con ella y tela de terciopelo de un color beige satinado, sillones de terciopelo azul, alfombra del mismo tono, solo que más fuerte. Todo perfectamente limpio. Otro defecto de mí, obsesivo compulsivo por la limpieza. Dos baños se encontraban en la habitación con enormes yacusis y regaderas, TV...

Volví a la vista de las ventanas y me quedé ahí. Saqué el celular del bolsillo del pantalón y marqué el número del CEO.

-Señor Armstrong.

-Ha llegado, Lindemann.

-Es correcto. Hace un momento. Ahora estoy en la habitación. – continué viendo afuera.

-Mi familia está terminando de cocinar la cena. ¿Por qué no viene un rato y cena con nosotros?

-Preferiría no intervenir en algo tan familiar. Creo que lo aburriríamos con los temas de negocios.

-Para nada. A menos que tenga planes para esta noche...

-Realmente no. ¿Tal vez después de la cena? – Por favor, pensé.

-Si gusta. ¿10?

-Ahí estaré. – la llamada terminó.

No acepté ir a la cena con su familia, porque si no asistía tan a menudo a la casa de mis padre, ¿cómo iría a una con la familia Armstrong a invadir su momento? No era afectivo con nadie, las reuniones con parientes no era de mi agrado, ni mi fuerte. Unas bebidas con él a solas sería mejor que una sesión de preguntas sobre mi vida personal toda la noche. No. No hablo con nadie sobre mí, a menos que sean mis mejores amigos, no obstante de ahí en más no. Seguí con los ojos en la vida nocturna de Nueva York, tal vez después de las copas con el CEO, una chica y sexo me vendrían de maravilla. Necesitado de un poco de acción decidí ducharme y pedir el room service.

Me desvestí y tal como lo imaginé, mi pene estaba en estado crítico, más grande de lo común, erecto, de un tono azul-morado junto con mis gigantes bolas. Tenía que ayudarlos a respirar y terminarían digamos que asfixiándose o con un problema peor. Todo se resumía a los sueños húmedos y la chica del día de hoy en el aeropuerto había concluido el trabajo con esta terrible situación, ¿qué debía hacer ahora? masturbarme no me ayudará en regresarlo al estado natural, ni a su color normal. Tendría que realizar sexo toda la puta noche hasta la siguiente para que no me duela esto. Demonios. En este instante anhelo meter mi falo en una o miles de vaginas. Pero, ¿dónde conseguiría chicas de compañía en esta ciudad, si es la primera vez que piso Nueva York? Ok. Iré a un bar y la conseguiré, por ahora me masturbaré con el pensamiento de alguna mujer haciéndome una mamada. En cambio, cuando el agua caía sobre mí, la mujer que llegó a mis pensamientos fue la misma de mis sueños, la chica de los ojos color chocolate amargo, que al mirarlos más de cerca eran como el caramelo. Recordé su olor y mi mano con gel de baño se movió con mayor velocidad en mi polla, antes odiaba el olor a lavanda y en este momento me hacía jadear como hombre que recorrió un maratón de varios kilómetros, combinado con la vainilla era el detonante. Encerré más mi mano en mi miembro para darme un incremento de placer y mejor efecto en el acto. Su cabello era del tono de sus ojos que con rayos del sol, desprendía destellos claros y las ondas lo dejaban lucir brillante y sedoso. Al natural, con volumen y movimiento.

Estaba casi en la recta final y a punto de conseguir el orgasmo...

LLAMARON A LA PUERTA. El servicio a cuarto. ¡La puta que la parió!

Esto no está pasando, estuve a nada de mi liberación, de un respiro y una mucama ha irrumpido en un lapso que podría haber sido celestial o le pudo haber dado oxígeno a mi amigo cómplice. Terminó la diversión.

-Un Momento. – cerré la llave del agua, y me puse una bata. No quería subirle el ánimo a la mucama y darle carta blanca en los vistazos. ¿O debía tirármela, si resultaba ser una joven? ¿Pero qué pasa si es una señora de edad? Por supuesto no iba a hacerlo.

Salí del baño y fui hasta el salón. Y, ¡carajo! La camarera era sexy, caliente, bonita, lindas piernas. Debo meterme en esa pucha, era su culpa el no haberme dejado terminar con mi eyaculación. Carraspeo.

-Disculpe. – titubea. –Su cena está servida, ¿de- desea algo más?

-Si. – la recorrí de abajo a arriba y viceversa. Me veía con sus ojos saltones, ¡Dios, está asustada! Soy un maldito pervertido, es demasiado inocente y está asustada. –No. Perdón. Permíteme darte algo de propina.

-Está bien, no se preocupe.

-Deseo hacerlo. – asintió. –Toma.

-Gracias. Espero disfrute de su cena. – se fue y escuché la puerta abrirse y cerrarse tras ella.

Terminé de cenar y vestí con algo formal, pero casual, rocíe de mi fragancia un poco, puse mi Rolex en mi muñeca derecha, tomé mi teléfono, billetera y tarjeta de habitación y salí al ascensor. Bajé hasta el vestíbulo y caminé mientras observaba con detenimiento los alrededores, divisé el bar y me acerqué a la barra y pedí una copa antes de reunirme con el señor Armstrong. De nuevo miré en todo el bar y mujeres son sus miradas lascivas me seducían, podría llevarme a unas cuantas a la cama después. Hay mucho que hacer con esto. Veo abajo y mi pantalón sigue rebosante. Ahora entiendo. Sigue molesto por la interrupción, más que nunca. Debía arreglar la situación.

-Su copa, caballero. – ah! El día de las interrupciones.

-Gracias. – suspiré y un delicioso aroma se coló por mis fosas nasales, conocía ese olor, me era familiar, recuerdo amarlo ahora. Esas benditas flores nos matarían. Una punzada de dolor en mi entrepierna me avisa de que he llegado al límite de la erección. Comenzaba a molestarme. Necesito ser práctico esta noche. Y necesitaba saber quién es esa mujer que llevó a la línea recta a mi grandioso pene. La vi de espaldas y ahí estaba su larga y preciosa cabellera que se movía de forma sensual, su risa, su risa era perfecta. Aun no la conocía y ya me llevaba a la deriva. Es tan malditamente injusto que a un hombre como yo, mujeriego, fan de los diferentes coños, de distintas mujeres, distintas camas. Nunca en la mía. Un hombre que no le interesan los compromisos y no es para nada afectivo. Que odia las reuniones familiares.

La chica que la acompañaba era de tez morena y también era guapa, cabello negro, pero por ahora prefería el chocolate con leche. Un mensaje llegó y otra vez era interrumpido. Nuestra ensoñación finalizo. Amigo, juro recompensarte por todo.

En el mansaje estaba escrita la dirección del CEO. Tengo que tomar un taxi o llegaré tarde...

Arribé a la mansión, porque la era; grande como la mía, y me recibió el Señor Armstrong.

-Buenas noches, Lindemann. Usted es exacto.

-La impuntualidad es importante o valiosa.

-Lo es. Pero pase, vayamos al salón y pongámonos cómodos.

Accedimos al palacio y en verdad era impresionante. Admiré fotos en los muebles rustico-contemporáneo. Fue por las bebidas y seguí observándolas, eran muchas, un aficionado a la familia. Unas eran de él con su esposa, otra de dos bebés, adivinando que son gemelas, cogí otra y era un hombre apuesto

-Mi hijo Jake. – señaló otra. –Mis hijas de seis años, y mi hija de 24, casi 25. ¿Preciosas, no?

-Lo son.

-Me hacen el hombre más feliz sobre la tierra estás cuatro mujeres. – indicó en otra foto. La foto era graciosa, no mostraban sus rostros, pero se veían muy felices, en la anterior la imagen era de espaldas, sentadas en la orilla de un río, el paisaje era precioso. El cabello de la chica creía haberlo visto, aunque era más corto...

Nos estábamos jodidamente volviendo locos, ¿o no querido fiel amigo?...


Hola. Una disculpa nuevamente por la tardanza. Enseguida subo el siguiente capitulo.

Entre sueños y ... ¿mentiras?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora