Capítulo 39

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Alice tardó unos segundos en acordarse de dónde estaba. Miró a su alrededor y vio una habitación blanca con una pared entera hecha de cristal, varios muebles de madera clara y hierro y la cama gigante en la que ella estaba tumbada.

Se incorporó lentamente y se pasó una mano por la cabeza. Al menos, el dolor había disminuido. Esos días apenas había dormido. Era curioso que, al llegar ahí, hubiera podido hacerlo casi al instante. El padre John le había ofrecido la mejor habitación del edificio contiguo al principal, junto a la suya. También le había dado ropa de sobra, pero Alice había preferido la que ya llevaba puesta. De hecho, ni siquiera se la había quitado. ¿Cuánto tiempo había dormido? Era de noche. Y había llegado por la mañana.

Sacó los pies de la cama y se puso las botas pesadas y manchadas de barro del camino. Contrastaban casi cómicamente con la habitación inmaculada. 

Ella entera contrastaba cómicamente con ese lugar tan perfecto.

Se acercó a la puerta y la abrió. Una parte de Alice se esperaba que estuviera cerrada con candado, pero no fue así. Su padre realmente confiaba en ella si le permitía salir de ahí sin acompañantes.

Vio que en ese pasillo solo había dos puertas más. Una delante de la suya y otra al final del pasillo. La de delante era la habitación del padre John. Esa última...

Justo en ese momento, se abrió y un guardia salió de ella. Alice vio que era una especie de sala de control pequeña, con dos guardias más dentro. El que se había acercado a ella le hizo una leve inclinación con la cabeza. Alice intentó no fruncirle el ceño a modo de respuesta.

—¿Aviso al líder? —preguntó el hombre, mirándola.

Ella dudó un momento antes de encogerse de hombros. El guardia volvió a asentir con la cabeza y desapareció por las escaleras que había junto a su puerta. Al otro lado del pasillo, había un ascensor de cristal parecido al del edificio principal. Quizá un poco más pequeño.

Estaba a punto de acercarse a él cuando escuchó pasos aproximándose. Y el característico sonido de un bastón acompañándolos. El padre John se detuvo a su lado y la revisó concienzudamente.

—¿Has dormido bien?

Ella asintió con la cabeza sin decir nada.

—Bien. No quería molestarte. Supuse que tendrías que descansar unas horas antes de poder empezar con esto.

—¿Empezar con qué? —elevó levemente una ceja.

—Tengo mucho que enseñarte, hija. Muchísimo.

Si a Alice le importaba en lo más mínimo que la llamara hija, no lo dejó ver en ningún momento. Miró el vacío bajo sus pies por un momento, pero volvió a levantar la cabeza cuando notó que el guardia se había detenido por un gesto del padre John.

—Puedes retirarte —le informó.

El guardia entreabrió los labios, sorprendido.

—Líder, la seguridad...

—Creo que ya tengo una buena guardaespaldas conmigo.

Ella miró abajo, confusa, y se dio cuenta de que seguía llevando su cinturón equipado. No le habían quitado nada. Ni siquiera la munición.

El padre John pulsó el botón de la planta baja y Alice se dio cuenta de que estaban en un séptimo piso. No recordaba haber estado en un sitio tan alto en su vida.

Como seguía mirando su cinturón, el padre John hizo lo mismo y señaló la pistola.

—¿De dónde la has sacado? No he visto muchas de ese tipo por aquí.

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora