Capítulo cuarenta y uno

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Todo se resumió en uno de los muchos empleados de Christopher, solo que ésta vez era su puta secretaria, esa morena de ojos grandes y hermosos, de cabello rubio realmente largo y una sonrisa tan hipócrita como ella.

Christopher la atendió mientras yo me quedaba con las ganas de que me metiera su polla. No hice nada, solo sentí como un par de lágrimas caían sobre mis mejillas. Me levanté de la cama y me metí al baño desnuda, sin si siquiera una sábana encima, me miré en el espejo y admiré un moretón enorme cerca de mi cuello, lo toqué y pude notar como no existía el dolor en él. Lo examiné unos segundos y después bajé a mi cadera, donde otro moretón se formaba a lo largo del hueso de la pelvis. Subí a mi rostro y limpié las lágrimas que bajaban desde mis ojos.

Me di vuelta ignorando mi silueta frente al espejo y busqué algo con que cubrirme en el estante que se encontraba a un lado del espejo. Encontré una bata blanca de baño y me cubrí con ella. Salí del baño y caminé fuera de la habitación hasta las escaleras. Las bajé poco a poco y me detuve en seco cuando escuché su voz mencionar tantas palabras decepcionantes.

- No puedes negar que te gustó y que es por eso que te saliste de Filadelfia con esa mocosa de cuarta, para olvidarte de lo que te hice sentir esa noche - dijo la voz femenina de Stephanie.

- ¿Puedes callarte? Ella no puede saber nada. - decía Christopher.

Me tapé la boca. Las lágrimas salieron una por una lentamente haciendo que el dolor se intensificara todavía más.

- Ah, vamos. En cualquier momento vas a deshacerte de ella.

- No voy a deshacerme de ella. Lo nuestro fue momentáneo, pero esto que siento por ella no es como lo mío contigo; la quiero Stephanie y no pienso perderla por una zorra como tú.

Cuando escuché eso, sentí una oleada tremenda de alivio, una vez más me sentí la mujer más feliz del mundo. Más lágrimas se desataron por mis mejillas; eran de felicidad. Me fui directo a una habitación que estaba a un lado de las escaleras y en silencio me metí y comencé a llorar todavía más.

Los sollozos salían interminablemente por mi garganta mientras intentaba recuperar el ritmo de mi respiración. Me tiré en el piso y seguí llorando, llorando de tristeza y de felicidad.

- ¡Evie! - gritaron mi nombre desde arriba.

No quise contestar.

- Nena, ¿dónde estás? - preguntó la aterciopelada voz de Christopher sobre las escaleras.

Yo seguía llorando. Mi periodo iba a llegar pronto.

- Evie... - escuché detrás de la puerta. Christopher me había encontrado. - ¿Qué haces allí dentro? - pregunto con voz suave. -¿Puedo pasar? - preguntó amable.

- No quiero que me veas así - dije entre sollozos.

- ¿Qué tienes mi amor?

- Nada, no tengo nada - dije aún tendida en el suelo.

- Vamos, abre.

Divagué un poco antes de llevar mi mano a la manija y quitar el seguro. Cuando lo hice escuché el rechinido de la puerta mientras se abría. Me cubrí todo el rostro con la bata y seguí llorando.

- Hey, ¿qué tienes, princesa? - ¿por qué era tan amable? Me hablaba como si fuera su hija o algo así.

- Nada, no tengo nada - repetí debajo de la toalla.

- ¿Nada? A mí no me parece como nada - dijo acercándose más a mí.

Empecé a asomarme por un espacio debajo de la toalla y vi el rostro preocupado de Christopher. Respiré hondo y me deshice de la toalla en mi rostro.

- No lloro de tristeza, más bien, de felicidad. Ahora de verdad se que me quieres y que no hay muchas cosas que hagan que cambies de opinión y estoy feliz por eso, porque nunca creí que fueras a ser así...

- Te quiero como no tienes idea - me interrumpió. - Haría cualquier cosa para demostrártelo - tomó mi rostro entre sus manos y apartó las lágrimas que recorrían mis mejillas. - Te quiero, ¿no te das cuenta?

Se acercó más a mi rostro hasta el punto de solo quedar a milímetros. Cerré mis ojos y esperé que sus labios se adueñaran de los míos. Y así lo hizo, me atrapó en un beso tan dulce como el chocolate y tan suave como la piel de un bebé. Se sentía realmente bien estar sobre sus labios, tener mis labios atrapados en los suyos era la mejor sensación jamás inventada.

- Besas tan bien - susurró encima de mis labios. - Nunca había podido decirte lo mucho que disfruto besarte.

Ah, ahora no soy la única que lo siente.

- Eres perfecta, Evie

- Tú más.

- Pero, si quiero que sigas aguantando tanto peso sobre ti necesito que comas al menos algo ligero, no quiero que termines como esas modelos de ropa costosa. No quiero que ese culo espectacular se vaya por culpa mía... Eres perfecta así.

Y entonces fue cuando me pregunté si de verdad me quería por lo que era o por lo que le hacía sentir en la cama.


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Sex Instructor. || Christopher Velez  TERMINADAWhere stories live. Discover now