Capítulo cuarenta y tres

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Necesitaba más alcohol para mañana no recordar nada, para que no me doliera tanto como lo estaba haciendo en esos instantes... y momentáneamente recordé que en mi bolsa Sasha había dejado una reserva de vodka. Empecé a hurgar en mi bolsa hasta encontrar una botellita de cristal con un líquido transparente por dentro. La botella era nueva. Comencé a tomar tanto que todo empezó a volverse borroso. Entrecerré los ojos y pude ver una especie de auto justo frente a mí. Pude reconocer su rostro, era Zabdiel. Oh, mi querido Zabdiel.

– Hoy no es un día de suerte para nadie chiquilla.

No, no era Zabdiel. No era su voz suave y masculina. Era Erick.

Sentí su mano empezar a recorrer mi cintura, mi vientre, mi busto. Me estaba tocando tan agresivamente que casi lloraba por las mordidas que me daba en el cuello.

– Maldito idiota – empecé a forcejear mientras lloraba.

– Hey, no le digas así a tu próxima pareja sexual, chiquita.

Recordé la botella de vodka en mi mano. Erick jaló bruscamente de mi cabello y empezó a quitar mi vestido con fuerza. Levanté la botella y la solté en su cabeza. Cayó al suelo pero sin quedar totalmente inconsciente.

– Ah, maldita zorra.

Se abalanzó a mí y se puso sobre mí en el suelo a horcajadas. Su mano se recargó en mi cuello dejándome sin respirar unos minutos. Empecé a retorcerme y a intentar salirme de su agarre mientras mis gritos desesperados me hacían perder más energía.

– Pensaba drogarte para que no sintieras nada, pero te portaste mal, bebé.

Grité con furia y golpeé su rostro con mi mano. Solo logré hacer que escupiera un poco de sangre, pero en cambio recibí un golpe durísimo en la mejilla.

– No tenía por qué ser así...

– ¡Quítate de encima! – grité entre llanto.

– No, eso nunca. No sabes las ganas que tengo de follarte.

Se acercó a mi rostro. Su aliento asqueroso chocaba contra mi cuello mientras yo intentaba buscar una forma de salirme de debajo de él. Una de sus manos me soltó pero siguió acorralándome con sus piernas. Su mano libre empezó a bajar por mi vientre hasta llegar a mi punto más débil. Yo mantuve mis piernas apretadas, sin siquiera abrirlas para patearlo. Sabía cuál era su propósito y no dejaría que lo lograra.

– ¡Maldito cerdo desgraciado! – le escupí en la cara. Soltó un bufido y dio un brinco peligroso para que una de sus rodillas quedara justo en medio de mis piernas.

Su rodilla empezó a empujar una de mis piernas hacía un lado, pero luché con todo lo que tenía para no dejar que abriera mis piernas. Empecé a llorar y a sollozar aún más. Necesitaba ayuda.

– ¡Ayúdenme! ¡Por favor! – grité entre sollozos y lágrimas y gemidos y bufidos.

– Nadie va a poder ayudarte.

Cerré mis ojos y seguí llorando, sin dejar de mantener mis piernas cerradas. Pero, una vez mi abuela me dijo "mientras más luches contra alguien, más buscará tu punto débil".

Y entonces sentí como mi cabeza azotó contra el pavimento, una, dos, tres veces. Aún sentía sus caricias, sus asquerosas y cerdas caricias. Seguí intentando no dejarlo hacer lo que quería. Pero era muy tarde. Uno de sus dedos ya estaba invadiendo mi feminidad, la única parte que no podía defender más. Dolía, dolía mucho.

– ¡No, por favor! – grité con las pocas fuerzas que me sobraban.

– Solo disfrútalo.

Solté un grito lleno de impotencia, de dolor, de enojo. Seguía retorciéndome para que no llegara su asqueroso miembro a mis adentros. No quería y no iba a dejar que pasara. Seguí gritando, aún a pesar de que sentía la sangre derramarse por mi cabeza y las gotas de sangre golpear el pavimento, no iba a dejar de luchar. Su dedo tenía dificultades para entrar y para salir ya que estaba apretando tanto mi entrada que me dolía más a mí que a él.

Y entonces escuché el sonido más hermoso en toda mi vida: el sonido de un auto cerca, muy cerca. Se escuchaba la música retumbar de algún lugar y estaba casi segura que era de ese auto. Al parecer Erick aún no se percataba de eso, así que aproveché. Esperé a que se detuvieran en algún lugar; y así lo hicieron. La música disminuyó lentamente al igual que el sonido del motor del auto. Escuché como las risas de chicos invadían la calle.

Acumulé todas mis fuerzas y las empecé a llevar hacia mi garganta y hacia mi pecho, era mi única oportunidad para salir de los agarres de Erick. Miré hacia el cielo rogando que alguien escuchara mi voz y fuera a mi rescate.

– ¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme! – grité con todas las fuerzas.

Escuché como empezaron a dudar las voces de los chicos. Grité una vez más hasta que Erick puso su mano sobre mi boca.

– ¿Hay alguien ahí? – exclamó una voz.

Se acercaron, sentía sus pasos y podía escucharlos acercándose a mi posición. Una silueta llegó a donde yo estaba. Se quedó atónito ante la imagen y pude ver su gesto de horror.

– ¡Chicos necesito ayuda! – gritó mientras se acercaba cautelosamente hacía Erick y lo tacleaba sacando su dedo brutalmente de mi sexo. Grité tan fuerte que hasta el chico sintió mi dolor. Mis bragas estaban tiradas en algún lugar del pavimento y mi vestido estaba levantado hasta mi abdomen. –Maldito hijo de puta, te juro que pagarás por lo que le hiciste a esta chica – dijo mientras lo ahorcaba y empezaba a golpearlo en la cara.

Una bola de unos cuatro chicos llegó a auxiliar a mi salvador.

Empecé a perder la conciencia y solo escuchaba como los chicos hacían quejidos y metían a Erick al auto mientras que otro se acercaba a mí.

– Evie, te dije que vinieras conmigo. Todo va a estar bien, princesa. Te lo juro. Pagará por lo que te hizo – dijo su voz con enojo.

Cerré mis ojos y sentí como sus manos empezaban a subir algo por entre mis piernas, supongo que eran mis calzoncitos. Yo estaba temblando, tenía miedo, no quería que nadie me tocara, pero sabía que Zabdiel lo hacía con cuidado y sin ninguna otra intención. Dejé que me vistiera y me arropara entre sus brazos. Me alegraba escuchar su voz, saber que él y sus amigos me habían salvado, que no estaba entre otra pandilla de desconocidos que hacían un quinteto y todos meterían su semen dentro de mí; no, Zabdiel estaba aquí para ayudarme y lo sabía.

– Zabdiel, súbela al auto. Llévala al hospital mientras nosotros llevamos a este desgraciado a la cárcel – dijo alguien con tono autoritario. – Tom, acompáñalo.

El tal Tom alcanzó a Zabdiel y lo ayudó a levantarme del suelo con cuidado. Solté un grito ahogado por el fuerte dolor que me inundaba en la cabeza.

Quedé inconsciente después de ese dolor atarante. No quería sentir nada así que preferí caer inconsciente en los brazos de Zabdiel. Era una mejor sensación a sentir los dedos de un depravado dentro de mí o sentír como, sin alternativa, tuve que gritar hasta desgarrarme la garganta. Era mejor caer inconsciente a seguir sintiendo, seguir sintiendo todo el dolor que me causaba recordar las imágenes que me había enviado alguien a mi celular, ver a Christopher desnudo junto a otra mujer, otra mujer que no era yo, otra cama que no era ninguna de la que habíamos compartido. Dolía, todo dolía.

Dios mío, ese maldito la azotó hasta abrirle la cabeza.

– ¡Avanza Tom!

Escuché como el motor se encendía y el auto comenzaba a moverse. La mano de Zabdiel acarició mi rostro y clavó un beso en mi frente.

– Todo va a estar bien, te lo juro.

Solo quería decir algo antes de dormir y no despertar hasta estar en una camilla, con doctores alrededor mío, mi madre llorando y mi padre consolándola.

– Hagas lo que hagas, no te alejes. No quiero que me dejes.

Y dormí...



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Hola, hola.
En verdad perdón por tardar tanto en actualizar, lo que pasa es que estoy trabajando en una nueva historia, que se llamará "07:10" y será de Joel, en unos días les daré un poco más de detalles.

Les agradecería mucho si votan, comentan y la añaden a su biblioteca.
Actualizo un nuevo capítulo en un par de horas.
¡Gracias por leer!

Sex Instructor. || Christopher Velez  TERMINADAWhere stories live. Discover now