Capítulo cuarenta y cinco

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Cuando volví a despertar Zabdiel ya no estaba más a mi lado. Sentí un vacío enorme en el estómago, pero sabía que volvería. Me asomé por el rabillo del ojo a la mesita de noche que estaba a un lado mío. Había un arreglo hermoso de flores y una nota. La abrí.

"Regresaré pronto. Siempre tuyo, Zabdiel"

Una sonrisa se dibujó por todo mi rostro. Intenté ocultarla, pero no pude. Saqué una rosa blanca del bol que sostenía el arreglo y la olí. Su olor era tan reconfortante que no sentí ningún tipo de dolor en mí, me sentía viva, explosiva. Quería levantarme y empezar a correr por todos lados, dar de brincos y olvidarme de la noche anterior, de Erick, de Christopher, del mensaje que había recibido, de todo menos de éste momento, de éste preciso instante.

– Hola señorita Smith – sentí un golpe en mis entrañas, nadie me decía así más que Christopher. Respiré bruscamente y dirigí mi mirada hacia la voz que había dicho mi apellido. – Al parecer está mejor – dijo la enfermera que se aproximaba a mí con una bandeja llena de alimentos.

- Hola... Ruby – dije con una sonrisa en el rostro.

– Aquí está tu desayuno. Comete todo...

– Yo me aseguraré de que así sea – dijo la voz cautelosa de Zabdiel.

Ruby se giró y descubrió a un hombre caucásico de un metro setenta y seis centímetros, musculoso, de ojos café y con un peinado asombroso. Zabdiel me sonrió y se acercó al sillón que estaba pegado a la pared para depositar su chamarra de cuero en él.

– Bueno, disfruta tu comida y tómate tus medicamentos. La doctora Jessyca piensa dejarte ir pronto – anunció Ruby antes de irse.

– ¿¡Enserio!? – exclamé emocionada. Ruby asintió y se retiró.

Volteé a ver a Zabdiel y le sonreí ampliamente. Me sentía bien, en ese momento, me sentía bien.

- ¿Estás contenta?

– ¿Se nota mucho? – pregunté algo sonrojada. Soltó una risita y se sentó en donde daban mis pies y con su brazo acerco el desayunó hacia mí.

Me sonrió y tomó el jugo de naranja y le dio un sorbo.

– Un muy buen jugo de naranja – dijo aun saboreando el sabor del jugo.

– ¡Oye, ese jugo es mío! – exclamé intentando quitarle el jugo de la mano.

Le dio otro sorbo e hizo un sonido de placer que me dio escalofríos.

– ¡Dame! – dije casi gritando.

– Solo porque no quiero que le digas a la doctora que te quito tu jugo – extendió el jugo hacia mí para que lo tomara. En cuanto lo tuve en mis manos le di un sorbo enorme. Sabía delicioso.

Terminé todo mi desayuno aunque sentía que vomitaría por tanta comida que había ingerido, pero nada me quitaba lo feliz que aún me sentía y lo bien que me hacía sentir la compañía de Zabdiel.

– Iré a la máquina por unas frituras. Ya vuelvo – dijo Zabdiel mientras salía de la habitación. Hice un movimiento con mi cabeza que me hizo gritar. – Demonios, ¿estás bien? – dijo acercándose a mí.

– Sí, creo que no debo mover la cabeza...

Soltó una risita y se acercó a mí, su rostro estaba tan cerca del mío que sus labios solo quedaban a unos centímetros de los míos. Agaché la mirada y él suspiró.

– Ahora vuelvo.

Asentí y casi lo empujo para que saliera. No quería tenerlo tan cerca, me tentaba... y a pesar de que era casi impenetrable que Christopher y yo rompiéramos, aun lo tomaba como mi novio...

"¡No puede entrar!". Varias personas gritaban lo mismo, pero al parecer la persona no se rendía y seguía insistiendo.

– ¡Es mi jodida novia buenos para nada! ¡Tengo que verla! – gritó desesperado. –¡Evie! – gritó mi nombre.

Casi rogué que no fuera él, que no fuera Christopher, porque sabía que al ver sus ojos miel, su cuerpo escultural frente a mí me desmoronaría y perdería los estribos.

– Evie, hay un hombre que quiere verte –dijo Ruby entrando a la habitación. – Solo queremos asegurarnos que lo conoces y que está bien que entre.

– Déjenlo entrar Ruby...

Sentí como me puse helada, mi cuerpo no reaccionaba y tampoco mi mente. Y de repente entró a la habitación, deshecho. La camisa a cuadros que llevaba puesta estaba sucia y desgarrada, su peinado era una cosa terrible, pero eso no le quitaba lo apuesto que era. Sus ojos estaban cubiertos por unas gafas negras y sus labios estaban quebrados.

– Evie... – susurró en la entrada de la habitación.

Tragué saliva e intenté no comenzar a llorar. Lo admiré, seguía estando guapo, precioso, pero tenía algo que no me gustaba, que me daba pánico. Se quitó las gafas y pude ver sus ojos completamente hinchados y llorosos. Había llorado, mi Christopher había llorado.

– Todo estará bien, lo resolveremos, juntos –dijo mientras se acercaba a mí.

Tomó mi rostro entre sus manos con tanta delicadeza que me estremecía. Sus labios aplastaron los míos dulcemente pero con terror, con miedo. No pude contenerme y regresé el beso. Se sentía realmente bien besarlo de nuevo, tenerlo cerca de mí de nuevo, pero no podía ignorar el hecho de que me había engañado. Puse mis manos en su pecho y lo separé de mí. Cuando lo tuve lejos de mi rostro pude ver que se había desconcertado por mi reacción.

- Me violaron... – dije con voz seca. – Y tú no estuviste ahí para ayudarme – solté un quejido. No quería hacer esto, pero era necesario.

– ¿Qué? Estaba en Sídney y lo sabes – se excusó.

Tomé mi celular de la mesita de noche y abrí los mensajes de la noche anterior. Le enseñé las fotos y pude ver el desconcierto en sus ojos.

– ¿Qué quieres decirme con esto? – dijo mientras ponía el celular en mi pecho.

– Ese eres tú y una zorra en la cama, teniendo sexo – dije sin aliento.

– Pero ese...

– No quiero escucharte. ¿Dónde estabas? Uno de tus empleados me abrió la cabeza mientras tú te revolcabas con la puta que está en las fotos... ¡¿Dónde demonios estabas cuando te necesité?! ¡¿Dónde?! –empecé a gritar con lágrimas rodando por mis mejillas.

– Evie... no puedes decir que...

– ¡No! No quiero escuchar que el de las fotos no eres tú o que te drogaron y no supiste en qué momento esa chica se revolcó contigo, no lo digas. Te suplico, te imploro que no lo hagas.

– Pero mi amor... - dijo llorando. – Te amo Evie, te amo tanto que no sé cómo explicarlo...

– Vete – dije en un susurro.

– ¿Qué? – preguntó. No supe si no me había escuchado o simplemente se sentía ofendido.

– ¡Vete! ¡Vete ya! – empecé a gritar.

– Evie, por favor, no... amor, por lo que más quieras... no...

– ¡Vete! – dije entre lágrimas, sollozos y gemidos.

Y solo se alejó de mí y se fue deprisa, sin mirar atrás, se fue.


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Sex Instructor. || Christopher Velez  TERMINADAWhere stories live. Discover now