43. Breve Ausencia

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Los días con mi familia están siendo una maravilla. Si miramos por el lado de los niños, claro. Pero si miramos por el mío o incluso por el de Coco, destaca más el agobio y las ganas de ver a Pablo que otras sensaciones que se aproximan más al placer.

Intento que todo sea llevadero, pero ¿cómo hacerlo? Esa es la mosca que ronda por detrás de mi oreja. La verdad, no sé si dejar de preocuparme intensamente por los niños y prestar más atención a Pablo. A ver, no malentendamos unas cosas con otras. Sé que ahora no podemos estar tres horas haciéndonos el amor en la cama sin ninguna pausa. Pero también sé que los padres de 30 y 28 años son jóvenes y quieren salir, viajar, sexo... al fin y al cabo, tienen pensamientos jóvenes.

- Hija-. Mi madre me saca de mi mundo interior adentrándose en el despacho en el que estoy corrigiendo exámenes. -Estefi, ¿por qué lloras a escondidas?-. se sienta en el banquito del piano de cola que está enfrente de mi mesa.

- Y yo qué sé, mama-. Me encojo de hombros mientras me recuesto en la silla dejando el boli que tenía en la mano en la mesa. -Por mi marido, porque estoy enamorada hasta las trancas...-.

- Pablo está abajo, en el salón, conociendo a Gareth y tragándose los celos de Sara-. Me corta. -Y créeme, es buen padre, buen tío, buen nuero... supongo que será el mejor compañero de vida-.

- Eso ni lo dudes-. Agrego. Me levanto y la abrazo.

- Ahora, voy a bajar, y le diré dónde estás para que le digas todo lo que le tienes que decir-. Dice levantándose.

- Gracias, mamá-. Susurro y la observo salir cerrando la puerta tras ella.

Mi risa se estampa contra las paredes de esta habitación. Me río porque, ¡joder!, vuelvo a sentirme así.

(Cambio de narrador)

- Pablo, está en el despacho-. Finalmente escucho a mi suegra entrar al salón.

No puedo más. Cojo mi guitarra para dejarla allí, y me recorro la escalera casi sin apoyar los pies en los peldaños de parqué color beige.

Abro la puerta y allí está ella, de pie a cinco metros de la puerta. Su belleza me atrapa una vez más. Esa camiseta dejando ver todas sus curvas me mata. Su mirada cruza con la mía y se sonríe.

- ¡Pablo!-. susurra y se apresura para abrazarme.

- Te he extrañado-. Indico mirándole a los ojos, pero éstos miran mi boca y la beso satisfaciendo mi mayor necesidad jugando con su lengua.

- Y yo-. Murmura mientras andamos enredados en busca de una pared para seguir besándonos.

El éxtasis me invade. Vuelvo a verla, vuelvo a poder besarla de verdad. Le haría el amor ya mismo, pero las voces que se pueden llegar a escuchar a pesar de la puerta cerrada me dicen que no es el momento.

- Me vuelves loco, cariño-. Le digo con la respiración agitada sintiendo sus brazos alrededor de mi cuello.

- Oye...-. Me mira con una media sonrisa genuina que me hace reír.

- Dime-. Digo paseando mis manos por debajo de su camiseta.

- No sé...-. Se detiene para soltar un suspiro de delirio que le estoy provocando al tocarla así. -No sé si lo dijiste en plan coña o qué, pero me has hecho pensar sobre una velada romántica en el extranjero, ¿sabes?-.

Real e involuntariamente me sale una risa nerviosa que se le contagia a ella. Está claro que no lo dije para nada en broma. Sólo fue que se lo comenté y ya.

- No lo dije de coña-. Admito.

- Pablo, lo siento, por no prestarte atención cuando estabas aquí-. Dice.

- ¿Lo sientes? ¿Por hacer lo que una madre debe hacer?-. pregunto. -Amor, estoy demasiado orgulloso de ti. Los primeros meses de Fede estabas cagándote encima de la inseguridad. Y, ahora, míranos. Hemos tenido a Sara, y, ¿qué? Estamos como no llegamos a imaginar-.

SUEÑO. [Pablo Alborán]Where stories live. Discover now