Las reglas

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El día estaba lluvioso y gris, como mi estado de ánimo. Tenía ojeras dentro de las ojeras y seguro podía pasar por un mapache. ¿Motivo? No había podido dormir absolutamente nada por culpa de una persona: Victor Benoist. Ese era el nombre del sujeto que había seleccionado al azar para mi proyecto y que se había llevado el contrato sin decir "sí" o "no".

Solté un suspiro y seguí limpiando los vasos. Las chicas asumían que debía trabajar en una empresa cercana al restaurante, porque almorzaba allí casi todos los días desde hacía un mes, pero no sabían a qué se dedicaba exactamente y tampoco habían pensado preguntarle ya que, según ellas, era demasiado huraño. Eso era lo que más me preocupaba, porque necesitaba una persona que estuviera dispuesta a contestar mis preguntas, y no un desalmado que me diera una patada por el trasero hacia el precipicio.

Los comentarios de las chicas se basaban en que varias mujeres habían intentado coquetear con él, pero siempre obtenían el mismo resultado: un ceño fruncido, frases cortantes y el ego destruido. Meseras, clientas, ¡hasta mujeres mayores habían sido víctimas de su antipatía! Por eso, mis amigas estaban comenzando a apostar sobre su sexualidad, y ese era el tema que justo estaban discutiendo:

—¡Es que ha rechazado mujeres que ningún hombre dejaría pasar! —insistió Lucia.

—Eso no quiere decir que sea gay ―musité.

—Pues si está para comérselo, se viste genial y, repito, rechaza mujeres que ningún hombre hetero dejaría pasar, ¡tiene que ser gay!

Pues quizás no estaba interesado en tener pareja de momento. Además, me había guiñado un ojo luego de decirme "gatita", eso era un coqueteo, ¿cierto? ¿O sería como una despedida gay y yo no lo había pillado? ¡Ay, Dios! ¿Habría escogido un hombre gay, pero que era un completo idiota? Comencé a morder la uña de mi pulgar con insistencia mientras pensaba qué hacer. Si fuera solo gay no tendría ningún problema, ¡incluso lo adoptaría como mejor amigo! Pero que fuera un amargado era otra cosa... Si su carácter era tan malo sería un infierno entrevistarlo.

No, ni pensarlo. Debía recuperar mi contrato y buscar otra persona. ¡Mi vida dependía de ello!

Miré el reloj que estaba colgado en la pared y gemí al ver que eran casi las tres de la tarde.

—¿Están seguras que no vino a almorzar hoy? —Ambas asintieron—. Si no viene a las cuatro, tendré que rondar la zona empresarial a ver si lo pillo saliendo de algún edificio.

—Oh, no. Eso sería un suicidio doble —dijo Lucia.

—Sabes que el ogro de Derek está a cargo del restaurante está semana y no desperdiciará la oportunidad para despedirte —añadió Miranda... y tenía razón.

Derek Brown sí era un ogro con todas sus letras. Un completo dictador que se creía dueño de nuestras vidas dentro y fuera del restaurante; muy diferente a su hermano menor, Elliot. Eran como el agua y el aceite, mientras uno era pura sonrisa, serenidad y comprensión, el otro era más odioso que Dolores Umbridge, y a veces me decía que me estaba quedando corta con la comparación.

Un suspiro entrecortado salió de mi boca; las chicas tenían razón, no podía arriesgarme a perder el empleo que me daba de comer. Tendría que esperar a que el tal Victor se dignara a aparecer por allí para poder recuperar el contrato y luego... rezar al cielo para conseguir un chico que quisiera ser mi pareja antes de la próxima clase de Reedus.

—Puedes decirle a tu profesor que ya encontraste una pareja, pero que perdiste el contrato —dijo Lucia.

—¡Cierto! Eso te dará tiempo de conseguir a un chico que esté dispuesto a ayudarte —concordó Miranda.

21 preguntas para enamorarseWhere stories live. Discover now