Sesión número 17

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Mis ojos se fueron abriendo con extrema lentitud, esperando encontrarme con la visión de la ventana de mi habitación y recibir los rayos del sol que estarían filtrándose por ella, pero cuando logré enfocar la imagen, no había ventana.

Parpadeé varias veces, tratando de mitigar el dolor que me acuchilló en las sienes. Era horrible, la migraña no me dejaba ni pensar y, sin importar hacia donde mirara, no había nada que pudiera reconocer como mío. Pronto llegué a la conclusión de que esa no era mi habitación, pero si no lo era... ¿dónde rayos había dormido? ¿La sala? ¡¿La cocina?! Traté de recordar qué había pasado el día anterior, pero era como si mi mente hubiera sufrido un reseteo.

—¿Qué diablos paso ayer?

Mi cabeza dolió aún más al tratar de forzar los recuerdos, pero me importaba una mierda, ¡estaba en una emergencia!

Me di palmaditas en las mejillas y me pregunté: «¿qué es lo último que recuerdas, Isabella?». La imagen del lobby del hotel fue lo primero que me llegó. Hope había estado un rato conmigo haciéndome compañía mientras esperábamos, y un mesero que parecía un ninja me llenaba la copa sin que me diera cuenta.

Una conversación amable y muchas risas, peor al final me había quedado sola en aquel salón... con una copa que parecía llenarse por arte de magia.

En todo momento me decía "será la última" y me proponía estar alerta para decirle al mesero que no quería más, pero, como ya había acotado, el sujeto era como el maestro Shifu; pequeño, rápido, escurridizo y volvía a llenarla en el menor descuido.

Lo siguiente que me llegó fue una imagen distorsionada de Victor y después de allí... nada. Por más que me esforzaba, no había más que una oscuridad total. Tragué grueso, estaba como los sujetos de ¿Qué paso ayer?

—Vamos, Isabella. ¡Tú puedes! —me dije.

Algunas imágenes llegaron a mi cabeza, pero dudaba de que fueran reales. Era como estar confundiendo una fantasía, un sueño muy vivido con la realidad. Imágenes difusas de haber tenido una sesión con Victor y... no sabía por qué, pero una sensación cálida me abordaba el pecho. Como si hubiera logrado una gran proeza... pero ¡¿qué era?!

También tenía una sensación extraña en las manos, como si... como si hubiera tocado algo suave, algo sedoso. Bien decían que, aunque la mente olvidaba, el cuerpo seguía recordando. Sí, había tocado algo y me había gustado mucho. Cerré mis ojos y dejé que mis manos guiaran mi recuerdo, lo había tenido entre ellas, había jugado con eso. Mis manos se alzaron un poco y se extendieron hacia adelante, fuera lo que fuera, había estado frente a mí.

—¿Qué haces, gatita?

Abrí mis ojos y solté un chillido digno de una película de terror que no solo me aturdió a mí.

Victor estaba allí, apoyado en la puerta, observándome con curiosidad y sorpresa. A pesar de llevar ropa casual, una sencilla camisa arremangada y un jean que se ajustaba... demasiado bien, lucía impecable y sexy el condenado. Su cabello estaba húmedo, eso significaba que había tomado un baño reciente.

¡Ay Diosito! ¿Qué era esto? ¿Por qué mi corazón latía como loco? Ya sabía que me gustaba, que me atraía mucho, pero lo que estaba pasando en mi pecho y entrañas no era normal.

—¿Estás bien, cariño?

—Yo... yo... —¡Nada! ¡No salía más nada!

«¡Enfócate, Issy! Tienes un cerebro, ¡úsalo!», me regañé.

Victor suspiró y caminó hasta una pequeña mesita que estaba en una esquina. Cogió una cajita de dónde sacó una pastilla y se acercó con cuidado extendiéndola hacía mí.

21 preguntas para enamorarseWhere stories live. Discover now