Sesión número 15

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―Dios... llévame contigo ―murmuré y sorbí por la nariz.

Sentía como si me estuvieran martillando la jodida cabeza y la congestión no me dejaba respirar. Me dolían hasta los dientes.

A eso debía sumarle la debilidad que no me dejaba ni moverme... y por eso parecía un helado derretido sobre la cama con un montón de pañuelos tirados en el piso.

Después de haber regresado a casa la noche anterior, los estornudos fueron más frecuentes y luego de eso vino el malestar del cuerpo. Suspiré y miré a Duque que estaba acostado a mi lado; por lo menos mi amigo intentaba cuidarme a su manera. Siempre me había caracterizado por ser una persona muy sana, raras veces sucumbía a la gripe, pero cuando lo hacía... caía con todo y, usualmente, estaba relacionado con bajones emocionales.

Esa semana había tenido mucho de eso y también debía añadir que la situación con Victor me tenía un poco descolocada. Sí, había aceptado que me gustaba, pero también me había propuesto marcar los limites mientras durara el proyecto, cosa que el día anterior me había valido un condenado rábano al decir ese montón de estupideces... ¿Mi excusa? Que ya la gripe estaba haciendo estragos en mi pequeño cuerpecito, y mi cerebro había decidido irse de vacaciones sin previo aviso.

Otro suspiro... Menos mal Victor no se lo había tomado en serio o no había entendido nada, y ahora debía estar creyendo que estaba más loca de lo que él creía. Aunque, siendo honesta, prefería eso a que se diera cuenta de la verdad.

Volviendo a mi estado, no podía ni moverme, así que no había podido asistir a clases. ¿Trabajar? Mucho menos. ¿Quién rayos iba a querer ser atendido por una mesera a la que le goteaba la nariz?

Ya había llamado a Elliot para notificar mi ausencia y con respecto a la universidad, pues... me tocaría hablar con los profesores porque nadie me prestaría sus apuntes. Estúpido virus de mierda, ¡me estaba arruinando! Todo era culpa de la condenada lluvia del otro día.

—Ah... lo que daría por una sopa —dije con esa voz tan... Agh, odiaba estar enferma.

De verdad quería una sopita caliente que me diera un poco de energía, pero el solo pensar que tenía que mover mi adolorido cuerpo... se me quitaban las ganas.

—Lo siento... amigo, vendremos comiendo más tarde cuando tenga más energía —dije, al sentir como mi estómago gruñía.

A algunos se les quitaba el apetito cuando se resfriaban, yo, por el contrario, era un caso atípico de la naturaleza porque mi hambre se incrementaba por diez. Y por eso no me gustaba enfermarme estando sola.

Pensé entonces que lo mejor era dormir, así mi estómago no sufriría tanta hambre y cuando despertara, seguro tendría más energía para cocinarme algo. Estaba por dejarme llevar por Morfeo... cuando el sonido de mi teléfono resonó en mi habitación. Abrí mis ojos un poquito y sorbí mi nariz. A pesar de estarme aturdiéndome los oídos, el teléfono podía seguir sonando por toda la eternidad si le daba la gana... no tenía fuerzas para moverme, mucho menos para mantener una conversación decente.

El teléfono se quedó en silencio y cerré mis ojos, dispuesta a dejarme llevar de nuevo por la oscuridad, pero el estúpido aparato comenzó a sonar otra vez... y el proceso se repitió varias veces.

—Ah... mierda...

Estiré mi brazo y sin ver quién diablos estaba llamando, contesté.

—Más te vale estarte muriendo... quien quiera que seas.

Creo que estás hablando de ti, gatita.

¡Oh, Dios!

Como si fuera un milagro, mi cuerpo se levantó de golpe y abrí mis ojos con sorpresa. ¿Por qué diablos me estaba llamando?

21 preguntas para enamorarseWhere stories live. Discover now