Sesión número 10

1.6K 170 240
                                    

Domingo, un día en el que debería descansar después de una ardua y difícil semana, pero en vez de eso, ¡estaba esperando al idiota de Benoist para ir a un jodido gimnasio! ¿Quién demonios hacia ejercicio un domingo? ¡Estaba segura que era una condenada venganza por haberlo dejado en la ruina! Aun no podía creer que me llamara a las siete de la mañana para decirme que entrenaríamos juntos, usando su tonta, grave y seductora voz en mi contra. Ojo, no era que me desagradara el ejercicio, hasta estaba considerando retomar mis entrenamientos de Jiu jitsu, ¡pero no un jodido domingo!

—Lo haré pagar por esto —dije, frotando mis manos para mantenerlas calientes—. ¡Mínimo se merece un chocolate caliente con mucha sal!

Al poco tiempo, escuché el rugido tan conocido de mi Furia nocturna. Cuando el auto se detuvo frente a mí, Victor abrió la puerta desde adentro y cuando entré, me rodeó un agradable calorcito que me hizo suspirar. Tenía una gran resistencia al frío, pero el diluvio del día anterior como que aceleró la disminución de la temperatura.

—Buenos días, gatita.

—Buenos días —mascullé entre dientes.

La suave risa de Victor invadió el espacio y me miró con esa picardía tan característica de él mientras manejaba.

—Veo que no estás de buen humor.

—¿Llamarme a las siete de la mañana un domingo te parece poco?

—El otro día fue a las cinco y no te molestó tanto —dijo, sin borrar su sonrisa socarrona.

—¡No era domingo! —exclamé— Se supone que este día es para descansar, no para... ejercitarse.

—El ejercicio es bueno, gatita —dijo, riendo.

—Pues te hubieras ejercitado solo.

—No es tan divertido.

—Entonces hubieras llamado a tus amigos para que te hicieran compañía.

—No son tan divertidos y lindos como tú.

Resoplé, a pesar de prepararme para recibir cualquier comentario de su parte, aun me sonrojaba. Estúpido.

Victor soltó una carcajada, pero ya vería, buscaría una forma de hacerlo sonrojar también. La venganza era un plato que se servía frío y se disfrutaba.

—¿Y? ¿A dónde iremos?

—Al gimnasio.

—Eso ya lo sé, genio —resoplé—. ¿A cuál gimnasio iremos?

—Eso es lo de menos, gatita. Lo importante es lo que haremos allí.

Levanté una ceja y lo miré: ¿qué más se podía hacer en un gimnasio además de ejercicio? Victor estaba demasiado misterioso y no sabía si emocionarme... o asustarme.

Cuando Victor dijo: "Vamos a ejercitarnos juntos en el gimnasio", imaginé un sitio de esos que tenían caminadoras, elípticas, y esas cosas; pero al ver el amplio edificio del gimnasio central de la ciudad aparecer en el camino, supe que su idea distaba mucho de la mía. Era enorme, moderno, y sus instalaciones estaban preparadas para practicar diferentes deportes. Desde tenis hasta natación.

Siempre había tenido ganas de ir y buscar información sobre las diferentes disciplinas, pero luego me decía que sería inútil porque no tendría tiempo para practicar algún deporte, en especial porque el sitio quedaba un poco lejos de la universidad y ni se diga de mi casa.

21 preguntas para enamorarseWhere stories live. Discover now