'62.

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IVÁN!

cuatro años antes.

     —¡TREINTA minutos te doy! ¡Ni más ni menos!—gritó desde el otro lado de la línea.

—Bueno Toranzo—suspiré—no le voy a deber nada, lo juro.—respondí a la voz femenina.

—Más te vale, porque si no, te juro no la contás—se quejó.—Te veo en media hora, nos vemos.

Cortó la línea sin darme tiempo a chistar. Suspiré frustrado y me levanté de la cama, mi mamá estaba cocinando mientras papá charlaba con ella y trabajaba por la computadora.

—Hijo, hoy vas a cuidar a tus hermanos, ¿Podes?—preguntó y suspiré.

—¿Como a qué hora?—pregunté.

—Hasta eso de las diez, que tu papá vuelve de trabajar. Igual, no vas a salir a esa hora, es muy tarde.—Respondió mientras cortaba las verduras en la tabla vieja de madera que tenía un millón de usos.

—Pero mamá—chisté.

—Iván, hacele caso a tu madre—suspiró papá sin despegar la mirada de la computadora.

—Fernando, no te metas—me burlé y él rodó los ojos.—Mamá, se juntan los pibes, algo re tranqui.

—Bueno, ¿Pero qué pibes? ¿Va tu amigo Maxi?—preguntó y asentí, dado que mi mejor amigo era un permiso vip para las salidas.

—Sí ma, va—respondí y ella asintió dándome permiso.

Caminé pensando en lo que se me venía, sabía que nada de aquello podría salir bien pero intentaba mantenerme positivo. Me moría si porque me gustaban las cosas malas, mi familia se vería comprometida.

—Eu—mi hermana tiró de mi brazo, atrayendo mi atención—¿Te parece si hoy jugamos al ajedrez? Hace mucho no lo hacemos.—Sonrió convincente y me mordí el labio inferior.

—Podríamos intentarlo—sonreí y sus ojos brillaron, se esfumó en un segundo, probablemente para revolver entre los estantes de mamá y los cajones de papá para encontrar aquél juego guardado en una caja llena de polvo.

[...]

    —No me parece lo que estás haciendo, ¿Pedirme más tiempo Iván? te dije media hora y terminaron pasando dos—se quejó tras la línea del teléfono, chasqueó la lengua varias veces—no me parece.

Tengo diecisiete años, no se me facilita conseguir plata—suspiré.—Por favor.

Bueno, pero sos un jovencito, un adolescente, una pobre víctima cuando te conviene—suspiró.—Tenes tres días Iván, ni más, ni menos.

—Gracias—sonreí;—lo prometo.

—Son cinco mil pesos más, eh.—advirtió y rodé los ojos. Pero tres días mejor que treinta minutos.—Menos promesas y más hechos.—Se quejó, para después cortar la línea.

[...]

—¿Y?—preguntó mi hermana con los brazos a ambos lados de la cadera—¿Vamos a jugar o no?

—Sí si, espera que lea algo—pedí y ella bufó, pero asintió al fin.

«X»
Iván, se cancela todo
22:52 p.m.

quiero la plata en treinta
22:52 p.m.

Maldije con una expresión que reflejaba notablemente la confusión que tenía en aquél momento. Miré de reojo a mí hermana, la cual ordenaba con sutileza las piezas mientras se mordía el labio y contesté.

TÚ.

no puedo en treinta
22:52 p.m.

no tengo la plata
22:53 p.m.

«X»
dije en treinta
22:53 p.m.

Después de un rato, de idas y vueltas diciendo «pero vos me dijiste en tres días» y sus respuestas diciendo «Las cosas cambian, además, esa plata es mía», acordamos en que vaya a verla por fin, para ver de que forma podíamos encontrarle una solución a aquél problema.

Me levanté de la silla, sin mirar a mi hermana y tras ponerme un buzo negro, mirar el reloj que marcaba ya la una de la mañana, me dispuse a disculparme con mi hermana con algún pretexto, pero la castaña se encontraba dormida entre las piezas. Suspiré y fui hasta la ventana de la habitación, salté al vacío en silencio, envuelto en una capa de aire helado y me sentí roto, no era la primera vez que la abandonaba de ése modo, pero quizás Rebecca algún día me entendería.

•••

manso capítulo dea joda

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