Capítulo 25: Signa amoris

362 49 190
                                    

Cuando mi madre vino a ver por qué tardaba tanto en levantarme, se sorprendió con lo que vio, es decir, a su hijo esforzándose por no llorar a causa del sueño que acababa de tener y su terrible contraste con la realidad. ¿Cuándo me hablaría de nuevo Guada? ¡La extrañaba, maldita sea! ¿Tan enojada estaba como para seguir sin hablarme? ¿Por cuánto tiempo? ¿Ella no me extrañaría a mí?

—Hijo, ¿estás bien? –me preguntó preocupada.

—Sí –le respondí seco.

Me sentía muy cansado, me dolían los músculos, ¿cuánto habría dormido? ¿Dos horas? No había podido dormir bien por pensar en todo lo que había sucedido sumado a no tener el calor de Beto a mis pies. Ella se acercó a mí y puso el dorso de su mano en mi frente.

—¿Me veo tan mal? –le pregunté, rogando por que la respuesta fuera una negación.

—Te ves decaído y tenés carita de enfermo, pero no tenés fiebre.

Sí, yo estaba enfermo, ¡pero de amor!

—Estoy bien –le respondí—, es solo que dormí muy poco.

—No, no es eso. –Mi madre no me creyó y me miró con ojos de desaprobación—. Has estado algo raro últimamente, ¿qué te anda pasando? Charlemos.

Se estaba mostrando muy amable y comprensiva, pero yo no quería hablar de mis problemas ahora. No quería contarle que extrañaba a una chica de otro país que me había bloqueado porque se había enterado de que estoy de novio con una chica del campo. Tampoco le había contado a mi madre sobre mi noviazgo con Maca.

—¿Es por Beto? –intentó adivinar mi madre y me dio un gran alivio que lo hiciera.

Asentí. Sí, era por Beto, extrañaba a Beto, extrañaba a Guada y ya no sabía cómo lidiar con toda esta acumulación de eventos desafortunados que me estaban ocurriendo. Si Beto estuviera conmigo no me estaría sintiendo tan solo.

—Me parece extraño que aún no haya regresado –comentó—. Esta tarde, cuando volvamos a casa, voy a imprimir varios carteles de "se busca" y los vamos a ir a pegar por toda la ciudad, ¿dale?

Asentí y sonreí, mi madre estaba siendo muy tierna y comprensiva, quizás sí podría contarle algo sobre mi problema sentimental.

—¡Querida! ¿Vienen a desayunar? –Escuchamos la voz de Darío desde la cocina.

—¡Sí, ahora vamos! –le respondió mi mamá—. Vamos, Lean, vestite.

Bueno, quizás mis problemas podían esperar, no podía abrirme sentimentalmente frente a Darío y mucho menos si estábamos desayunando los tres. Fuimos hacia la cocina y desayunamos café con tostadas, pero yo solo me tomé el café, sentía el estómago revuelto y no tenía apetito para nada sólido. Conversamos banalmente sobre algunas cuestiones y luego todos nos fuimos a nuestros respectivos destinos. No hubo espacio para hablar sobre amor.

***

Por suerte, en la clase de literatura, hablamos sobre amor. Más específicamente sobre los poetas griegos helenistas. Jamás había prestado tanta atención en una clase. ¡Pero es que me sentía súper identificado con estos poetas de miles de años atrás! Al parecer ellos fueron pioneros en el concepto del amor como enfermedad.

En una misma composición, analizamos que se podían encontrar varios tipos de sufrimiento, desde síntomas físicos hasta otros más pasionales y claramente cercanos a la locura. Lo que me llamó la atención fue que aunque sufrieran, estos poetas se resignaban a ello, ninguno se rebelaba, como sí sucedía con otros poetas que habíamos estudiado antes; los helenistas más bien como que se recreaban en el sufrimiento mismo del amor y lo utilizaban para su arte.

El amor en los tiempos del internetWhere stories live. Discover now