Capítulo 41

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Después de que la maga hiciera sus averiguaciones, me informó lo siguiente:

Paula confesó que había tomado esa fotografía justo en el momento en que Guada había sido empujada hacia el sillón. Capturó a sus amigos en una escena algo incómoda, que en verdad no había durado más de unos segundos. Se había sentido quizás un poco celosa y por eso tomó la fotografía, pero luego la había borrado porque no quería que se malinterpretara, en especial por mí. Pues muchas gracias, Paula, lograste todo lo contrario.

Gus, por otro lado, admitió su error y le pidió perdón a Guada en persona y a mí a través de ella. Nos explicó que, en ese momento, el alcohol había hablado por él, porque a sus amigos les había parecido "gracioso" jugar conmigo. En mi opinión, era una pésima excusa, y terminé de concluir para mí mismo que Gus era definitivamente un imbécil y una mala persona. Por mi parte, yo decidí que jamás volvería a dirigirle la palabra.

Con semejante desenlace del evento de la fotografía, supuse que ya habíamos superado eso, que todo tenía sentido, que habíamos desbloqueado un nuevo logro. Pero estaba equivocado, esa ocasión solo fue el comienzo del fin.

Mi vida era normal, y con normal me refiero a que no paraba de extrañar a Guada, que los síntomas de esta enfermedad del amor me calaban hasta los huesos, soñando por estar junto a ella nuevamente. En fin, mis días pasaban "normales", hasta que ella iba a alguna fiesta a la que también iría Gus. Odiaba a ese sujeto, ¿por qué me había dicho esas cosas? Odiaba que me hiciera desconfiar de Guada, odiaba sentir celos.

Me volví algo paranoico, no entendía por qué, no podía evitarlo.

Vi las fotos que el tipo subía a sus redes sociales. Siempre con su cara de estúpido tomando en alguna fiesta, parecía que era lo único que sabía hacer el desgraciado. Y en algunas fotografías salía junto a Guada. ¿Ya dije que lo odiaba? ¿Por qué él sí podía estar junto a ella y yo no? ¿Por qué él sí podía estudiar con ella? ¿Por qué podía bailar con ella? ¡No era justo!

—¿Por qué seguís siendo amiga de ese tipo? –le pregunté un día.

—No soy particularmente su amiga –me respondió Guada—, pero digamos que tenemos demasiados amigos en común y que vamos a encontrarnos en las fiestas a las que vayamos.

—No vayas a esas fiestas.

—¿Qué? No puedes prohibirme eso, ¿qué te pasa?

Tenía razón. No podía prohibirle nada, además no tenía que ser como Maca había sido conmigo. Pero, ¿por qué me sentía tan mal? ¿Por qué sentía nuevamente al Dragón de las Colinas hirviendo en mi estómago?

—Nada, lo siento –le respondí frío—, hacé lo que quieras.

—¿Sabes, Leandro? Ahora sí te siento a siete mil kilómetros de distancia...

Las discusiones se volvieron demasiado frecuentes. Guada también comenzó a sentir celos. Argumentaba que, si yo moría de celos por Gus, sería porque seguramente era yo quien me traía algo entre manos.

—Y veo que tú no dejaste de ver a Maca tampoco –me comentó un día—, si mal no recuerdo es la chica que fue tu novia. Me pudiste ocultar eso, podrías ocultarme lo que sea.

Como si eso fuera poco, para ese entonces ambos estábamos excesivamente ocupados estudiando para nuestros exámenes. No quedaba mucho para que termináramos el colegio, y la exigencia había aumentado. Pronto entraríamos a las universidades y debíamos comenzar a prepararnos con eso también. Éramos dos bolas de estrés que apenas podían con su propia existencia. Supongo que esa carga extra nos volvía más intolerantes también.

Nuestra relación se volvió un tormento, debido a una sumatoria de causas: la necesidad imperiosa de nuestras almas de que nuestros cuerpos se tocaran, se besaran, se acariciaran; el hecho de tener poco tiempo para nosotros; la carga e importancia de los exámenes y estudios; la presión de sus padres; nuestros empleos de medio tiempo; y lo culminante: los terribles y malditos celos.

El amor en los tiempos del internetWhere stories live. Discover now