IX. Romperse para sanar.

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Sera corrió, corrió más rápido que el viento y con el pecho tan frio y roto como uncristal de hielo, un cristal estrellado contra el duro pavimento de la profunda tristeza.A medida que iba avanzando por los pasillos en su cabeza comenzaron a sonar enforma de gritos y ciclones de reproche esas crueles melodías, voces de todos susseres queridos con palabras de decepción. A Tera la mantenían despierta los gritosdel planeta mientras que a Sera la mantenían despierta los gritos de su pasado,después de todo los gritos de urgencia son diferentes en todos los oídos.

A medida que Sera corría se iba quedando sin casa y sin vestiduras también, rasgócon sus manos cada capa de tela que conformaba ese enorme vestido que traíapuesto, se desprendió de ellas como si de sentimientos en fuego se tratasen, intentóromper ese estado emocional y eliminarlo, deshacerse de él mediante sus ropas yaque éstas olían a tristeza también. Sera terminó llegando a la puerta trasera, perono se quedó allí se detuvo por unos segundos a observar la maleza y las plantas,pero las lágrimas no iban a terminar de brotar de sus ojos, ni de inundar esos hoyosde desesperanza que la abatían tanto, entonces siguió moviéndose tocando con sumano extendida las plantas a medida que pasaba, su tristeza se tornaba poco apoco en furia como el oxígeno se transforma en dióxido de carbono. Sera suspirabacada vez más despacio, el aire que corría por sus pulmones salía transformado enun potente veneno, a medida que iba tocando las plantas dejaba un rastro demuerte a su paso, los arbustos se marchitaban las flores caían y los árboles sesecaban, las aves y las mariposas que volaban cerca eran arrancadas de éstemundo para ser enviadas a un abismo, la hechicera estaba recuperando sus poderes a pesar de que los guantes no se rompieron más, ese pesado nudo que sehacía en su estómago, esas agujas que se ensartaban en su garganta dejándola sinpalabras y esas lágrimas que quemaban su piel mientras bajaban por esas mejillas,todos ellos hacían que su alma se retorciera.

Sera terminó por llegar a la playa y aunque su estado emocional era odio, cayósobre sus rodillas y lloró de nuevo, y en ese momento estuvo a punto de jurarle a losmares que iba a destruir todo el mundo, aunque fuese lo último que hiciera, pero unabrazo lleno de compasión y empatía barrió el piso y juntó el corazón y la razón deSera nuevamente. Sera puso su brazo sobre esas pequeñas manos y de prontosintió su piel húmeda y se dio cuenta de que el humano estaba llorando pegado a suespalda, Sera lloró por mucho más tiempo y sus lágrimas provocaron que lo quequedaba de sus ropas cambiaran de color a negro, el humano la acompañó en sullanto sin decir una palabra hasta que Sera logró retomar un poco de su fuerza ydarse vuelta, y aún entre llantos le preguntó. 

—¿por qué lloras?—Porque tú estás llorando Sera, y te quiero, cuando alguien que queremos estátriste nosotros estamos tristes también.Y a Sera se le paró el corazón y sus lágrimas brotaron con más fuerzas, pero éstasno quemaban, éstas aliviaban y daban la sensación de que estaba en casa, no sehabía sentido así desde hacía mucho tiempo y se preguntó si alguna vez su familiase sintió triste debido a la tristeza que le pertenecía a ella, pero entonces otro sentimiento la atacó, tuvo miedo, sintió que podría haberle hecho daño a supequeño amigo y eso quedó salpicando en su cabeza por el resto del día.

Para cuando Sera y el pequeño humano volvieron, el sol se estaba escondiendo,ambos atravesaron la puerta de madera y unas cuantas miradas se pusieron sobreellos, el cabello de Sera era un desastre andante al igual que el resto de ella. Serarespiró profundamente y en ese momento el pequeño humano le agarro la mano yella logró calmarse, pero esas miradas no eran miradas que juzgaban, no eranmiradas que iban a atacar a Sera, por el contrario, eran miradas de preocupación.Sera bajó la cabeza y se movió hacia su habitación silenciosamente. 

—Escucha —pronunció Sera—, necesito que te quedes aquí y juegues con alguien,yo no me siento muy bien y necesito un poco de tiempo a solas. 

—Pero yo quiero estar contigo, eres la única que me quiere aquí —respondió elpequeño humano. 

—Lo siento, de verdad lo necesito —pronunció Sera angustiada. 

El humano hizo una mueca y asintió para retirarse luego de que Sera dejasecerrada la puerta de su cuarto. Se movió a través del pasillo de madera hacia lashabitaciones contiguas a la de Sera, hasta que llegó a la de Entropía que seencontraba ligeramente abierta, el pequeño de cabellos de oro miró y observófascinado la forma en la que los vientos se acumulaban formando tornados en esa—para él— extraña mujer y a continuación abrió la puerta, sonrió y le pidió a laportadora de tormentas que fuese su amiga. 

Entropía había estado bastante deprimida últimamente y no sabía cómo reaccionarante la presencia de un humano, por lo tanto, lo primero que hizo fue alejarsetotalmente de él, estaba sorprendida y bastante angustiada puesto que estaba casisegura de que en cuanto se acercara ella iba a matarlo por accidente, había pasadomiles de veces. Entropía había derrumbado edificios, había tumbado ciudades,hundido más barcos de los que podía contar, deshecho castillos hasta el polvo ymás. Pensó si podría ser diferente por una vez, pensó si realmente tenía derecho aarriesgarse, pero era sólo un niño y ella no quería arrebatarle la vida de esa forma,aunque bueno, había caído en la isla de hechiceros, tal vez no era lo peor que lepodía pasar. 

Entropía intentó calmarse y efectivamente lo logró, algo que la dejó impactada yaque no recordaba que era capaz de alcanzar ese estado de paz, pensó en losbrazaletes que le habían puesto y la forma en la que ellos retenían su poder y volvióa aliviarse. 

—Eres súper bonita —expresó el pequeño humano.

 Entropía se sonrojó y sólo pudo pronunciar un «gracias» que intentó quedarseatascado en su garganta como Sera estaba atascada en ese momento en suhabitación. En seguida el niño elogió los tornados de Entropía y le dijo que eran lostornados más guapos que había visto en su vida, tras escuchar esto Entropía no sepudo controlar a sí misma y soltó una risa bastante honesta, tan honesta como lasbuenas intenciones de un cachorro humano, y luego la conversación siguió, el niñobombardeó a Entropía con preguntas e historias, incluso Entropía empezó a crear  pequeños tornados para jugar con él y levantarlo por toda la habitación, las risitasdel niño bañaban suavemente los oídos de Entropía y eso la reconfortaba en granmanera y todo fue así: risas y felicidad, hasta que el humano no pudo controlar mássu curiosidad y dio erupción a la pregunta que había estado guardando. 

—¿Por qué estás aquí?Entropía cesó su algarabía, se colocó la mano a la boca y una lágrima amenazó porbajarle.

 —Necesito sanarme —expresó—, estoy triste y un poco rota. 

El niño se quedó pensativo e intentó razonar un poco su respuesta, pero parecíaque no daba con nada, la abrazó silenciosamente y luego le dedicó una sonrisa,intentó disimularlo y pasar el resto de la tarde entre risas y bromas como lo habíanvenido haciendo, pero lo cierto es que ese pequeño ser de luz se encontraba unpoco agobiado, rodeado de corazones rotos y almas tristes ¿un corazón sano puedesanar a muchos corazones rotos? ¿o, por el contrario, muchos corazones rotospueden romper un corazón sano?

Kathryn intentaba contener la compostura, pero se encontraba bastante molesta yen ese momento recordó que el nuevo inquilino estaba a punto de llegar, Kathryn nolograba decidir qué hacer, el pequeño humano se encontraba con Entropía y eso nole parecía una buena idea, Sera acababa de tener una crisis emocional y no quería molestarle, y pedirle ayuda al abuelo significaba llevarse una reprimenda bastantetediosa.

—Stohr necesito que recibas a un inquilino —pronunció Kathryn cuando seencontraba fuera de la habitación de su hijo. 

Stohr bajó las escaleras poniendo el hacha sobre sus hombros, Kathryn enseguidase movió hacia la puerta del cuarto de Kuno y luego procedió a entrar.

 —Kuno necesito que acompañes a Stohr a recibir un nuevo inquilino. 

—¿Otro inquilino? —cuestionó Kuno. 

Kuno y su hermano se encontraban en la playa nuevamente, ambos con los ojoscerrados sintiendo la energía que desprendía este ser, Kuno empezó a sudar y elbastón que poseía empezó a quemar un poco sus manos, pero ella se rehusó asoltarlo. 

—Kuno... 

—Lo sé Stohr, ya viene. 

La Casa al Final del MundoWhere stories live. Discover now