Capítulo 2

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   Harry caminaba por los pasillos del castillo sin ningún destino particular luego de despedirse de Remus Lupin en las puertas de Hogwarts. Le había sorprendido un poco, si era sincero, que el hombre hubiera intervenido a su favor en esa reunión, aunque se había dirigido a él casi suplicante, en realidad no esperaba nada. También le había sorprendido el verlo allí en primer lugar cuando Lupin no era familiar suyo, o siquiera un miembro del plantel docente (como en el caso de McGonagall que se encontraba allí por ser su jefa de casa); hasta que entendió que Dumbledore lo había citado como una especie de representante de Sirius. Lo cual le dolió, incluso más, que el hecho de enterarse la verdadera razón de aquella reunión: que ante el hecho de que Voldemort tomara su sangre ahora se veía en la necesidad urgente de tener que enlazarse con Severus grasiento Snape.

   Nadie podría ocupar el lugar que dejó su padrino, de ninguna manera, aun así llegó a conmoverle cuando Lupin, ya a las puertas del castillo, le dijo:

-Cuando Sirius murió le prometí que te cuidaría como él lo haría –el hombre miró hacia la nada, sonriendo tristemente, como recordando a su amigo muerto en el Ministerio de Magia hacía menos de un año, luego volvió sus ojos hacia él –Y eso es lo mismo que te prometo a ti ahora.

   Harry se lo agradeció sinceramente. Si bien nunca había tenido una relación tan cercana con Lupin, sí había llegado a considerarlo como una especie de tío a quien veía muy poco pero que sabía que estaría cuando lo necesitara.

   Cuando se estaba dirigiendo a la torre de Gryffindor, vio al final de un pasillo lateral un reflejo brillante que llamó su atención, pero cuando giró hacia allí mirando con detenimiento, no había nada; iba a seguir su camino hasta que aquel brillo volvió a surgir en medio de la penumbra. Sonriendo, se internó en ese pasillo sabiendo quién le estaría esperando allí.

   Entró en una de las habitaciones que anteriormente se habían utilizados para invitados, pero que llevaban décadas ya en desuso… de su utilidad original, ya que ellos lo utilizaban para sus encuentros secretos.

-Creí que nunca terminarías con tu reunión de chicos buenos.

   Escuchó Harry que decían a sus espaldas en un tono burlón de arrastre de palabras tan característico, mientras la puerta se cerraba tras él.

-Ya sabes, no pueden vivir sin mí –le siguió el juego sonriendo ampliamente, ya acostumbrado a su humor.

-Claro, olvidaba que para que el mundo avance, el Gran Niño que Vivió debe estar siempre allí mostrándonos el camino a seguir.

-Por supuesto –aseveró con una expresión tan característica y similar a la persona que estaba frente a sí.

-Basta con eso. Quiero saber qué sucedió, ¿por qué te llamaron esta vez, Harry?

    Harry se giró encontrándose de frente con sus amigos; Ron, quien acaba de hablar, se mantenía ansioso como siempre que Harry volvía de una de esas reuniones que mantenía con el director Dumbledore; al contrario de Hermione, que si bien también estaba ansiosa por saber la nueva información que podía darle su amigo, lo disimulaba mejor; la tercer persona que lo esperaba en la habitación, era nada menos que Draco Malfoy, su acérrimo enemigo y rival… que en realidad hacía un tiempo que había dejado de ser tal.

   No recordaba exactamente cómo comenzó todo, sólo que al final del cuarto año, cuando estaba en la enfermería recuperándose de lo sucedido en el cementerio y la vuelta de Voldemort, había empezado a sentirse traicionado por Malfoy, no sabía por qué, ellos no eran amigos y ni siquiera era su culpa que su padre fuera un mortífago. Quizás sus sentimientos se debían al hecho de que ese año el otro muchacho no había estado comportándose tan pedante como siempre, o quizás porque fue él quien los ayudó esa vez en el bosque cuando huían de los mortífagos que aparecieron luego del Mundial de Quidditch (cosa que aún le desconcertaba); sea cual sea la razón, el sentimiento de traición sólo lograba crecer cada vez más a medida que pasaban los minutos sin dejarle descansar, hasta que no pudo más y se levantó para ir a encarar al culpable de sus sentimientos sin sentido.

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