Capítulo 23

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   Casi dos semanas habían transcurrido desde que Remus le informó sobre la posibilidad de quedar en libertad, y en ese tiempo Harry no hacía otra cosa más que pensar y planear qué haría al estar fuera de Azkaban. Su deseo principal era poder recuperar todo aquello que perdió cuando lo encarcelaron… pero viendo que ninguno de sus amigos parecía querer saber de él en esos casi siete meses que llevaba en prisión, iba a ser un poco difícil de conseguir.

    Harry comprendía (le dolía, pero podía comprenderlo hasta cierto punto) principalmente a los Weasley adultos. Ellos eran fuertes partidarios de las ideas de Dumbledore, y hasta habían peleado junto al viejo mago en la primera guerra. Pero la comprensión flaqueaba un poco con los otros. Ron, Hermione, Draco, los mellizos incluso; se suponía que ellos eran sus amigos. En su otra línea de tiempo lo habían estado apoyando siempre, cubriéndole la espalda en todo momento, como la última vez cuando fueron a enfrentarse a Voldemort, sin saber qué les estaría esperando… Pero justo ahora, cuando más los necesita, no estaban allí.

    Al principio los justificó diciendo que al ser menores de edad seguramente no les permitían entrar en Azkaban, pero cuando su cumpleaños llegó y pasó sin noticias de ellos, ya no pudo seguir justificándolos. Él era el último de su grupo en convertirse en un adulto.

   Cuando se despertó esa mañana de su cumpleaños, el guardia que cuidaba de él lo felicitó al entregarle el desayuno “especial de cumpleaños”, como lo llamó, y al que Harry pudo notar que no era proporcionado por la administración de la prisión exactamente, sino comprado por el propio guardia, lo que hizo que aumentara el aprecio que empezó a sentir por el hombre. Él  sabía (por lo que llegó a escuchar una vez de Ojo Loco Moody) que el trabajo de guardia de Azkaban era uno de los peores remunerados que existía en el mundo mágico, el cual apenas daba para sobrevivir el día a día, y que el hombre hiciera eso por una persona a la que conocía muy poco, le hizo replantearse sobre las amistades que tenía (o creía tener) de las cuales ni siquiera le llegó una nota de felicitación. Como fue en el caso de Remus y Tonks, quienes al no poder ir a visitarlo, porque el cupo de una visita por mes que tenían como regla en la presión (y que Remus era el único que los ocupaba) había sido utilizado a mediados del mes para repasar su declaración y tener el informe listo para la audiencia de liberación, le habían tenido que hacer llegar el regalo por medio de los guardias.

    Harry se pasó todo ese día entre jugar al ajedrez con el guardia y leer algunos libros que le llevaba Remus cada vez que iba a visitarlo, todo para mantener su cabeza ocupada y no pensar en el dolor de saberse abandonado e incomprendido por sus propios amigos. Cuando terminó el día, no podía decir que fue uno de sus peores cumpleaños (sólo le tocaba escoger cualquiera recuerdo de los que había pasado con los Dursley para decirlo), aunque tampoco uno de los mejores, sólo diferente. Pero sabía que el próximo sería mejor, mucho mejor, porque estaría libre y con su familia; Remus, Tonks y Teddy…

   Dos días después su ánimo ya no era tan bueno como el final del día de su cumpleaños.

   A la mañana, el guardia lo vio levantarse de la cama una sola vez para dirigirse al baúl que Lupin le llevó la primera vez que fue a visitarlo, luego volvió a acostarse y no se volvió a levantar ni siquiera para comer; las bandejas del desayuno y el almuerzo llegaron y quedaron intactas sobre la mesa, pero el muchacho seguía sin moverse de la posición fetal que había adoptado en la cama, sin contestar siquiera a las preguntas que le hacía el guardia.

-Vamos, muchacho, dime qué te sucede –insistió nuevamente el hombre, tocándole un hombro – ¿Te sientes mal? ¿Quieres que llame a un medimago? –Preguntó preocupado.

-No –dijo Harry simplemente, la primera vez que hablaba en el día, la voz sonándole un tanto irregular como si estuviera resfriado… o llorando. Luego se giró en la cama para darle la espalda.

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