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Una semana después de la muerte de mamá, todavía la tristeza ronda la casa y el ambiente es lúgubre. Yo no encuentro motivación para hacer nada, y papá está igual o peor. Me insiste en que debo regresar a la universidad, pero la verdad es que no tengo ni fuerzas ni ganas.

He estado leyendo algunos libros, viendo series y películas, intentando no pensar, no recordar, no sentir. Creo que lo estoy logrando, creo que me estoy alejando tanto de mí misma que he logrado que ya nada duela, que nada me lastime.

Ana me escribe todos los días, me pregunta cómo estoy y me invita a ir a comer a su casa. A veces viene y trae algunos alimentos, incluso comida cocinada para papá y para mí. No le he preguntado más sobre Tomás, no sé si él le ha respondido o no, y tampoco sé si estoy enfadada porque lo sabe y no le importa.

Hoy quiero ir al cementerio, me gustaría estar allí, un rato, sola, un rato con mi madre. Me levanto y me visto, me abrigo y salgo. Sigue lloviendo, todos estos días ha llovido, lo que hace que todo sea mucho más triste, dicen que va a nevar, pero no me importa. Papá me pregunta a donde voy, no le respondo, le digo que a dar una vuelta.

—El tiempo no está lindo —agrega.

—No me importa, necesito despejarme —respondo y salgo.

Ni siquiera he traído un paraguas, dejo que la lluvia me moje y camino hasta el cementerio. No es cerca, por lo que los pies comienzan a enfriarse y a doler. Por un segundo pienso en regresar, pero algo más fuerte que yo me llama a continuar. ¿Qué importa el dolor? Sé vivir con él, sé aguantar.

Sigo caminando y siento como si se me congelaran los dedos de las manos. El alma ya la tengo congelada hace mucho, pienso.

Llego al sitio y busco la tumba de mamá, me siento encima de ese charco de barro que se ha formado. No me interesa, es más, me agrada, porque puedo llorar y las lágrimas se confunden con la lluvia.

Salvo el día del entierro, no he llorado ni una sola lágrima. No es que no me duela, es que no logro hacerlo. Creo que estoy enfadada.

La ira es uno de los sentimientos que han manejado mi vida, en vez de sentir tristeza me enfado, en vez de sentir melancolía me enojo. Siempre que no puedo manejar algo me enfado, y así me vuelvo fuerte, me permite afrontar las situaciones escondiendo mis debilidades. Creo que soy una chica muy sensible, demasiado, y si no fuera por el enfado, andaría por allí llorando todo el día, suplicando a las personas que no me dejen, que me quieran. Y eso también me enfada, me enoja mi inseguridad, mis miedos, mi baja autoestima.

Hoy sin embargo, puedo llorar, puedo dejar caer mis barreras por un segundo, ser débil aquí sobre la tumba de mamá, después de todo solo con ella lograba mostrarme así.

—¿Por qué me dejaste? —pregunto—. ¿Qué haré ahora? Yo no soy fuerte como tú, yo no sé enfrentar la vida con una sonrisa, no sé perdonar, no sé encontrar motivación cuando las cosas no salen como yo espero. Estoy atascada, estoy perdida entre el dolor y la pérdida, entre la soledad y la desazón. No sé cómo salir de aquí, mamá. ¿Qué hago ahora?

La lluvia se vuelve más intensa y yo comienzo a tiritar, tengo frío, pero no quiero irme. Me gustaría morir aquí mismo, congelada, quizás. Que el tiempo dejara de pasar y que la tristeza tan profunda que cargo conmigo también se congelara.

No sé cuánto tiempo pasa, pero entonces siento que alguien me pone una chaqueta encima del cuerpo, es un impermeable, y la lluvia ya no cae en mi cabeza. Miro hacia arriba, veo un paraguas, pero aún no veo a quién lo está sosteniendo. Temo darme vuelta, temo enfrentarme a su presencia.

No digo nada. Lo puedo sentir, siempre he podido hacerlo. Quiero creer que es mi padre o quizás Ana, pero sé que no son ellos... Sé que es él, y el temor me toma presa. Entre el frío, la tristeza y el miedo, tiemblo aún más.

Hagamos un tratoWhere stories live. Discover now