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Al día siguiente, nos volvieron a buscar, nos llevaron a una casa extraña llamada La Casa de las sensaciones, todo allí era raro. Había varias habitaciones con distintas actividades, por ejemplo los espejos, o escaleras mágicas que no sabías si subían o bajaban, laberintos y cosas así. Ese día, luego de leer lo que mamá escribió, decidí disfrutarlo de otra manera, sin pensarlo, simplemente recibiendo todo lo que las sensaciones me brindaban, y fue exquisito.

Luego de esa experiencia, mi relación con Tomás tomó otra perspectiva, una incluso más profunda. Sin embargo, fue mi relación conmigo misma la que cambió de manera más drástica. Comencé a relajarme más en mis juicios mentales, dejé de estresarme tanto por las cosas que no podía cambiar o manejar y decidí que quizá, ver las cosas desde otro modo, podía darme algunas respuestas.

Así que una tarde, cuando Tomy viajó por un par de días a su ciudad para ver algunas cosas del trabajo, busqué a su madre y la invité a merendar. Ella accedió feliz y la llevé a un sitio que me agradaba mucho, justo en el muelle, en la zona de los pescadores.

Era una cafetería pequeña y nada lujosa, pero para mi gusto tenía el café y las masitas más ricas del pueblo, así que allí estábamos, la tía Ana y yo, en lo que ambas sabíamos sería una conversación importante.

—¿Cómo te sientes? —pregunto.

—Bien, me siento viva. Un día, cuando seas madre, entenderás lo que siento —dice—, poder tenerlo en casa de nuevo, hacerle una comida que le gusta, arroparlo antes de dormir, darle un beso en la frente. Sé que ya es todo un hombre, pero para mí siempre será un niño...

—Me alegra que estés feliz —digo—, te mereces esa alegría, has sido muy buena madre toda tu vida, no era justo que sufrieras así. Me alegra que Tomás haya recapacitado.

—¿Ustedes qué tal? —pregunta y yo me encojo de hombros.

—Es... extraño... Desde que llegó todo ha sido muy bonito e intenso. No me detengo a pensar demasiado, ¿sabes?, pero en ocasiones no puedo evitar pensar cómo hubiese sido todo si él no hubiera regresado. Y además, está todo lo que mamá preparó para nosotros... y... todo es tan grande, a veces me supera...

—Lo sé, a tu madre le hacía mucha ilusión su plan. Lo hablamos varias veces, ella me pedía que estuviera al pendiente de que todo marcha bien, de que te sintieras bien, de que estuvieras comprendiendo lo que ella quería decirte. A veces se pasaba horas contándome cómo imaginaba que sucederían las cosas...

—No me di cuenta de nada de eso —digo—. No sé en qué momento lo armó todo...

—Los padres siempre queremos lo mejor para nuestros hijos, ella quería eso para ti e hizo lo mejor que pudo. Y quería que fuera una sorpresa, para ayudarte a pasar el duelo. Imagina, se preocupaba tanto por ti que ideó la manera de estar a tu lado incluso cuando físicamente ya no pudiera estar.

—Sí... es grandioso...

Hacemos silencio en lo que el mozo nos trae nuestras órdenes.

—Tía... Necesito hacerte una pregunta porque quiero aclarar algo que tengo en mis pensamientos hace días. Solo... respóndeme con sinceridad.

—Dime... —dice ella luego de probar su café.

—Cuando perdonas a alguien, ¿cómo lo sabes?

—Pues... supongo que la ofensa deja de doler. Es como, cuando te haces un corte en el dedo, al principio todo golpea con ese corte, justo allí donde te hiciste el daño, pero un día ya no duele, un día la herida se cura, y aunque se pueda quedar allí una marca, ya no la sientes. Perdonar no es olvidar, es solo pasar página, superar la afrenta, dejarla atrás.

Hagamos un tratoWhere stories live. Discover now