EPÍLOGO

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Hoy es un día muy especial para mí y para Tomás, hemos esperado por mucho tiempo este momento. La decisión no ha sido difícil, nunca es difícil decidir cuando el amor es más grande que el miedo, pero el camino tampoco ha sido sencillo.

Él y yo nos caracterizamos por nuestro compromiso con la vida y el amor, por nuestra lucha por la libertad y la familia, por nuestro caminar juntos día a día en un mundo cada vez más egocéntrico. Hoy todo el mundo habla del amor, pero no todos son capaces de sentirlo realmente, de expresarlo, de jugarse por él. Se ha convertido en palabras que se las lleva el viento, en idealizaciones fugaces, en romanticismo barato cuando el amor en realidad es compromiso y decisión.

Y llega un momento en que el amor se hace tan grande y se expande tanto que uno desea trasmitirlo a alguien más, allí es cuando en muchos despierta el instinto de maternidad o de paternidad, en esas ganas de que el amor que nos profesamos como pareja se extienda a otro ser que es parte de nosotros dos y que lleva nuestra propia sangre, y que a la vez es un ser completamente distinto que es el resultado de nuestra unión.

Una patada en la barriga me recuerda que ese ser, crece tranquilo en mi interior.

—¡Auch! —me quejo y llevo la mano a la panza.

Tomy y yo estamos a punto de cumplir tres años de casados, tiempo en que hemos disfrutado mucho de nuestra relación y de nuestra unión, de las oportunidades y sorpresas que la vida nos dio, y que hemos aprendido a tolerarnos, a levantarnos cuando caímos, a convivir. Y en todo este tiempo, nuestro amor creció tanto que hoy patea en mi barriga una pequeña extensión del mismo.

Pero supongo que tenemos tanto para dar, que no nos conformamos con eso, por eso hoy tenemos una misión especial, una que hemos aguardado por mucho tiempo.

Emocionada, veo a Tomas llegar junto a mí con una carpeta en la mano y con su mejor traje. Creo no haberle visto así de feliz desde el día de nuestra boda.

—¿Está bien la corbata? —inquiere.

—Estás hermoso —respondo—. ¿Y yo? ¿Parezco un melón o una sandía?

—Estás perfecta —me dice cuando se acerca a besarme.

Coloca su mano en mi abdomen y se agacha para hablarle a su hijo.

—Ha llegado el momento —dice y siento una patada como si el pequeño lo pudiese escuchar.

Salimos, nos metemos al auto y nos vamos al orfanato. Hoy es el cumpleaños de Laura, cumple diez años y sabemos que es una fecha especial. Siempre ha creído que a esa edad ya quedan pocas expectativas de ser adoptada.

Ella ha sido parte de nuestras vidas desde el día en que la conocimos, ha penetrado tanto en nuestras almas que nos hizo sentir el deseo de ser padres incluso antes de plantearnos tener hijos. ¿Puede eso suceder? Supongo que sí, cuando el amor es tan grande que necesita ser volcado en alguien más.

Nadie la adoptó, quizá porque nadie supo verla en realidad, quizá porque como dijo mamá a veces somos demasiado egoístas para mirar más allá de nosotros mismos, quizá porque la gente tiene expectativas que no puede trasgredir y adoptar un niño grande no se adecua a esas expectativas. O quizá porque así debía ser para que las cosas se dieran.

Nosotros hemos intentado hacerlo desde que cumplimos los veinticinco, que era la edad que la justicia nos pedía para poder adoptar. Pero hay miles de requisitos para una pareja joven sin hijos, miles de complicaciones, miles de restricciones. Y qué pasa si luego tienen más hijos, ¿están seguros? ¿No es muy grande para ustedes? ¿No querrán más a sus hijos de sangre? ¿Podrán con una adolescente cuando recién estén comenzando?

Hagamos un tratoDove le storie prendono vita. Scoprilo ora