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Papá y yo invitamos a Tomás y a Ana a venir a cenar, ellos llegan temprano y papá nos invita a ver el video de su boda. No es la primera vez que lo veo, pero ha pasado mucho tiempo desde la última vez que lo hice. Aún recuerdo que me encantaba el vestido de mi madre y soñaba con ponérmelo algún día. De eso tuvo que haber pasado unos diez o doce años, y me sigue gustando el vestido.

—¿Dónde está ese vestido? —inquiero y papá sonríe.

—En el ático, está bien guardado —comenta.

—Me encanta —susurro.

—Te verías preciosa en él —murmura Tomás casi en mi oído y yo siento las estrellas encenderse de nuevo en mi interior.

Por un instante me pregunto si alguna vez llegaré a ese momento y me pierdo en mis pensamientos sin dejar de mirar las imágenes. Mamá se veía realmente feliz y ni qué decir de papá. Recuerdo nuestra conversación y su concepto de amor y suspiro.

—¡Qué hermosa se veía Milagros! ¡Eres muy parecida a tu madre! —dice Ana mirándome, yo sonrío.

—Solo por fuera, ojalá tuviera la sabiduría que ella tenía —añado.

—Cuando tenía tu edad no era así —dice papá—, uno va aprendiendo, cariño.

—Lo sé...

Cuando acaba el video vamos al comedor para comer, he hecho algo sencillo, no soy muy buena en la cocina, pero me ha quedado bien. Comemos y papá nos cuenta anécdotas de aquel día, la emoción que sentía, el temor, la tensión.

—¿Cómo le pidió matrimonio a Milagros? —pregunta de pronto Tomás.

Los ojos de papá se iluminan y por un instante se pierde en sus recuerdos.

—Quería que fuera algo especial, así que tramé algo —inicia—, en aquella época Milagros estaba en un grupo juvenil de la iglesia, daba catequesis a niños los domingos en la parroquia —comenta—. Le dije a un amigo que teníamos en común y que también trabajaba allí que me ayudara y él lo hizo. No fue nada de otro mundo, solo hice carteles que decían ¿Te quieres casar conmigo? Uno por palabra, y además hice unas pequeñas notas que decían todos los motivos por los que estaba enamorado de ella, eran veinte, porque eran veinte niños los que estaban a su cargo. Mi amigo se encargó de darle uno a cada niño y decirle que cuando escucharan una música se lo dieran a milagro. Le habíamos puesto números a las notas, para que los niños avanzaran en orden. Había una niña, que era quién tenía el primer papel, que solo decía: Motivos por los que te amo, y luego llegarían los demás.

—¡Oh! ¡Qué belleza! —exclama Ana con los ojos iluminados.

Tomás y yo nos miramos y asentimos ansiosos.

—Llevé conmigo a mi primo, que tocaba la guitarra y cantaba, así que él inició con los acordes y los niños fueron haciendo lo que debían hacer. Y los cuatro primeros, apenas le dieron el papel, salieron afuera para tomar los carteles y pararse frente a nosotros, con los carteles al revés. Cuando Milagros salió a ver qué sucedía, con los veinte papelitos en la mano, los niños voltearon el cartel y pues, allí estaba yo con el anillo.

—¡Es genial, papá! —digo y él sonríe.

—Lo fue... Dijo que sí en el momento y nos abrazamos ante el grupo de niños que gritaban entusiasmados alrededor. Fue especial... —añade.

—Qué romántico —suspira Ana—. Tuvo que haberla hecho muy feliz, a Milagros le encantaban los detalles y las sorpresas —añade.

—Así es, por eso preparé aquello.

Hagamos un tratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora