𝐏𝐫𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐫𝐨.

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Zuko sabe que no debería andar mirando demás porque su padre podría enojarse y castigarlo. Pero no puede evitarlo.

A Zuko le gusta, le gusta su color de piel, sus ojos, como camina, además tiene casi su misma edad. Hay una diferencia de un año. Lo que no le gusta es verlo triste. Y la expresión que más tiene en su rostro es la tristeza.
Por eso mismo ha decidido salir de su habitación a media noche, donde por primera vez en catorce años, ha prefiero no contarle nada a su tío, alguien en quien confía mucho más que su propio padre.

Los pasillos son iluminados por el poco fuego de las antorchas, evita a algunos guardias otros simplemente están dormidos. Es gracioso, como en cada paso que da, todo a su alrededor cambia. El lujo se va quitando y hay un olor raro que llega a su nariz.
Siente algo de pena, según él la prisión no es para que aquel chico, porque es demasiado bonito para un lugar tan feo. Algunas miradas se posan sobre Zuko, porque lo reconocen al instante, pero Zuko prefiere no mirar a esas personas.

Según él, no están agradecidos porque la Nación a perdonado sus vidas. Porque deberían estarlo, ¿No?

Detiene su caminar a unos pasos de la penúltima celda, echo un ovillo aferrado de sus piernas, está lo que encanta los ojos del príncipe. Eso que le hace crecer extrañas sensaciones, que ni la hija del noble, a la corteja a logrado. Zuko sonríe y se aferra a los barrotes para mirar al niño.

—Hey. —dice con un tono de felicidad. Parece emocionado. Los prisiones cercanos miran con inquietud y algo de molestia al príncipe.

Todo aquel que porte la armadura roja, es alguien en quien no se puede confiar.

Zuko ve como se mueve  un poco, para quedar encantado con sus ojos azules. Tal vez el príncipe no puede ver el terror y la ira en ellos, porque sonríe otra vez. Cómo si no fuera capaz de ver las heridas en sus brazos y pies.
En ese momento Zuko se da cuenta que no tiene un plan, solo se dejó guiar por sus impulsos. Pero llegó muy lejos para no hacer nada. Su corazón comienza a latir un poco.

Siente que está enamorado.

—Necesito que me acompañes. —declará.

Hay otro muchacho en la misma celda, este tiene ojos verdes y es algo mayor. Mira con inquietud al príncipe, todos saben quién es. Les imponen a la realeza para que la alaben como suya.
Se levanta un poco y se acerca al niño, no confía en la mirada dorada del otro muchacho. Porque ese no es el trabajo de ellos, ni aquel al que está llamando. Tampoco sirven al príncipe y le teme a lo que le pueda pasar.

—¿Para qué? —pregunta brusco.

Zuko se molesta un poco, porque nadie tiene derecho a juzgar o debatir sus acciones.

—No tienes derecho a preguntar. —dice, algo enojado. Sostiene las llaves. Y abre la celda.

Aunque parece inquieto, se levanta. No quiere más problemas, ha perdido muchas cosas por no hacer caso. Lamentablemente.
Sale de la celda con la cabeza agachada, mira con pena a su acompañante durante el último tiempo, tratando de decirle que estará bien. Pero tampoco sabe si estará bien.

Zuko por fin vuelve a estar bien, algo feliz.  Cierra la celda y sujeta el brazo delgado y moreno del otro niño. Hace el mismo recorrido, evita guardias y está algo confundido por esa acción el moreno. Los príncipes no evitan a los guardias.
El agarre en su brazo le hace quedarse quieto, porque hay fuego en esas manos.
Entonces entran a una habitación y al llegar Zuko sonríe porque lo ha logrado.

Su padre no tiene idea de que mira a un simple prisionero.

—¿Cómo te llamas? —pregunta, es vergonzoso, pero no sabe su nombre.

—Sokka...—responde, le sigue mirando con recelo. Para luego mirar la habitación, es elegante y se ve cómoda. — ¿Qué...Qué desea? —pregunta ahora él, como lo solía hacer siempre que estaba ante el Señor del Fuego.

—Date un baño. —responde al instante.— Tengo un baño privado, te ayudará. —señalá una puerta al rincón de la habitación.

Sokka siente que es una orden rara, pero la cumple. Camina hacia el baño y por primera vez hace tanto, logra asear su cuerpo de buena forma. El niño se limpia con cuidado, pensando que los demás también deberían tener este "privilegio". Hasta que se detiene y se mantiene quieto en el agua, cuando la puerta es abierta y el príncipe lo observa. No sabe lo que quiere, mientras piensa que el príncipe es un tipo muy extraño.

—Contiúa. —señalá una esponja.

Sokka no quiere continuar ya está listo. Ya se baño, no quiere a nadie mirando. Ni siquiera porque se trata de otro muchacho.

—Ya termine su alteza. —responde. Odia llamarlo así, pero se le hizo costumbre.

Zuko asiente, pero no estaba preparado para verlo levantarse del agua por un toalla. Entonces otra vez Zuko piensa, que su su padre no sabe que él mira, tampoco tiene que saber que él toca.

Al día siguiente Sokka es cambiado de lugar, como sirviente personal del príncipe Zuko. Su deber solo es con él, según Zuko debería estar agradecido, ahora duerme en una cama cómoda, junto a su calidez.

Zuko no entiende que Sokka solo desea su libertad y volver a casa. Al menos, lo que aún queda de ella. Le prometió a su hermana volver. Entonces Zuko cuando lo ve llorar en la noche, cree que es porque tiene pesadillas, y al día siguiente le daría algún regalo.

Mai se enojaría y el compromiso estaría roto. Pero Sokka le daría todo lo que él quería. Porque estaba enamorado, y era egoísta. Y seguía ciego, y no podía ver el daño que todos hacían.








Me he dado cuenta que
escribo de distintos temas
:o o sea tristes muy tristes
y muy bonis (?)

ᴀᴠᴇɴᴛᴜʀᴀs ᴅᴇ sᴏᴋᴋᴀ ʏ ᴢᴜᴋᴏ.Where stories live. Discover now