𝐂𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐲𝐨 𝐞𝐫𝐚 𝐧𝐢𝐧̃𝐨

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Katara estaba realmente confundida. Durante los últimos días, había visto a Zuko actuar demasiado estricto sobre las clases de Fuego Control, con Aang. Siempre puntal en la mañana, y siempre listo para gritar alguna falla. Pero esa mañana, cuando despertó y vio al niño dormir relajadamente, supo que algo no cuadraba.

Así que cómo era una chica sabia.

—¡Sokka! —gritó. Llamó de inmediato la atención de su hermano. Quién parecía feliz de poder cuanto quisiera, en la arena que disponía la playa. — ¿Has visto a Zuko?

—Creí que estaba haciendo su entrenamiento matutino. —respondió. Acomodando unas algas en su nueva escultura, del equipo Avatar.

Con una mirada, que solo Katara podía dar. Pidió —casi ordenó— de manera silenciosa. Ha que fuera a buscarlo en su habitación, pensaba que entre chicos no sería tan incómodo husmear. Mientras ella iba a levantar a Aang, al menos para que ya comiera algo.

Sokka camino por entre los pasillos de la casa de la familia de Zuko, con una postura de cansancio. Suspirando porque tenía que caminar hacia un lado y otro, y no dejar fluir su arte. Pero todo sea por el bien del Avatar, y el mundo. Tocó la puerta dos veces, mirando hacía el techo del lugar, espero pero no hubo ninguna respuesta.
Abrió la puerta con cuidado, entrando su cabeza, mirando todo el lugar. Le extraño ver un bulto en medio de la cama.

—Hey, Zuko. Amigo. —dijo, algo bajo. El bulto se movió un poco. Sokka decidió que era mejor entrar, y mientras más caminaba. Pensaba que Zuko era un mortal después de todo. Podía tener días en los que quería seguir durmiendo.

Negó, pensando en alguna broma. Tirando de las mantas y dejando al descubierto a...¿Un niño?

Sokka parpadeo repetidas veces. Estaba muy aturdido, en la cama donde debería estar Zuko, había un niño de quizás siete años o menos, durmiendo. Este niño tenía el cabello negro, unas mejillas redonditas, y la ropa, algo grande de la Nación del Fuego. También tenía la quemadura. Ni había duda, ese niño era Zuko. Sokka movió con un dedo el cuerpito, mientras seguía sosteniendo entre su otra mano, la manta.

Un gruñidito algo molesto salió del niño. Se levantó un poco, sentándose en la cama, con una cara molesta, miró a Sokka, quien seguía con los ojos abiertos.

—¿Qué pasa So...? —la pregunta quedó en el aire, apenas pronunció las palabras. Zuko abrió los ojos reconociendo la voz que había salido de su boca y se puso algo tieso. — ¿Qué?

Ante la sorpresa del niño, Sokka quería reír, pero como aún estaba perdido en la pregunta de no entender qué había pasado, aguanto su risa.

—Esto es extraño.

—Espera. ¿Esa es mí voz? —preguntó para sí mismo el niño Zuko. Elevó sus manitos, mirándolas con terror para luego tocar su cara. — ¡Soy un niño!

Cuando Sokka llegó junto al resto, todos estaban alrededor de una fogata, listos para comer.

—¿Qué es eso que viene contigo? —preguntó Toph. Al instante en que su amigo llegó, otra pequeña presión en la tierra le seguía. Parecía ser alguna especie de animal pequeño. Y por la tensión en el cuerpo de los demás, notó que estaba escondido.

Sokka se puso algo tenso. Mientras sonreía, buscando una buena explicación. Más, Katara, Suki y Aang, bajaron la vista encontrándose con un niño pequeño aferrado a una de las piernas del chico. Todos lo miraron sorprendidos. Se veía tan tierno, aún cuando tenía una carita molesta.

—Hey Sokka. ¿Quién este pequeño amigo? —preguntó Aang, acercandosé sonriente hacia el niño.

—¿A quién le dices pequeño? ¿Y por qué no estas haciendo flexiones?

Las preguntas lanzadas de manera enojada y con un tono demasiado rudo para su edad. Hicieron que la mano de Aang se detuviera. Parpadeando.

—¿Zuko? —la pregunta sonó al unísono. El pequeño puchero del niño mostró la verdad.

Aang encontró la explicación en un instante, porque no podía haber otra. Se trataba de las travesuras de un Espíritu, que le gustaba cambiar la forma de los humanos. Y como Zuko era él que más lejos estaba, encontró en él una oportunidad de divertirse. Claramente el niño fuego estaba bastante enojada, tanto que se había sentado en el pasillo de la casa, cruzado de brazos. Principalmente quien sabía cómo manejar casos similares, era Katara, quien tenía el toque y había hecho un papel de madre incluso con su propio hermano. Pero, el niño parecía más accesible hacía Sokka. Quizás, porque en esa edad Zuko buscaba alguien a quien admirar. Seguramente.

Entonces Sokka terminó cuidando al niño.

—Así que. ¿Quieres hacer algo? Hoy es un día libre para Aang. ¿Quieres ir por ahí? —preguntó, mirando a Zuko, quien movía sus manitos lanzando fuego. Adorable. — Oh. ¿Jugar?

—¡No tengo tiempo para jugar! —exclamó, enojado. Mirando al moreno. — Debo entrenar, mucho. —se cruzó brazos. El puchero que hizo causo una risa en Sokka.

—Hey.  No me mires así. Perdón pero me pareces tan adorable. ¡Un maestro fuego chiquito! —señaló su estatura con la mano. Y de manera sería pellizco ambas mejillas del niño.

Durante todo el día, Zuko se la paso tras la pierna de Sokka, escuchando todo lo que el otro decía. Por más absurdo que fuera o que los chistes ya los hubiera dicho, Zuko presto atención como si se tratara de la primera vez. Nunca sus ojitos dorados habían brillado con tanto entusiasmo.

Al final de la noche unos pasitos siguieron a Sokka. Está vez haciéndolo sentir algo incómodo, no estaba preparado para hacer el papel de padre y más si era con uno de sus amigos. Raro.

—Sokka. Cuando sea grande de nuevo, nos casaremos. —pronunció las palabras estando afuera de la habitación del moreno. Los ojos azules lo miraron con tan asombro que se sonrojo un poco. — Digo. Me gustas. Buenas noches.

Y corrió hacía su propia habitación. Mientras el Espíritu miraba desde lo alto de algún árbol, soltando risitas.

ᴀᴠᴇɴᴛᴜʀᴀs ᴅᴇ sᴏᴋᴋᴀ ʏ ᴢᴜᴋᴏ.Where stories live. Discover now