𝐀𝐮́𝐧 𝐡𝐚𝐲 𝐚𝐦𝐨𝐫.

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Airi sabe que sus padres aún se aman. Lo puede sentir en su corazón y en el brillo en sus miradas. No necesita ver más que eso, para notar que ellos están mintiendo.

Francamente Airi no entiende si se trata de algún plan, en casa siempre solían hacer planes para seguir mejorando el mundo. Por eso ella, no sabe muy bien, si es que fuera un plan, ¿En qué ayudaría que sus padres finjan no amarse?

Está en su habitación, no pasan de las siete de la tarde, pero dijo que le dolían un poco los pies por haber estado jugando, y ninguno preguntó más, no se sabe si porque olían su excusa o porque realmente la querían alejar. La niña siente un peso en sus pequeños hombros que no entiende, piensa que los adultos hacen todo demasiado complicado.
Se recuesta un poco, mirando el cielo que adornaron en su habitación, pinturas lindas, hechas de los pingüinos del Polo Sur. Una sonrisa se dibuja en sus labios.

Si sus padres se aman, no tienen porque fingir que no. Se levanta de un salto, tendrá que decir que sus pies de pronto ya no duelen, y abre la puerta para salir hacia donde están. O deberían estar. Camina a pasitos suaves, de igual modo los pequeños pies de una niña de ocho años no hacen mayor ruido en un lugar tan grande.
De a poco en poco, empieza a recuperar la felicidad. Abre la puerta de la habitación donde duermen sus padres, pero su sonrisita se borra de a poco, está viendo cómo Sokka está armando su propia ropa en un bolso, su mirada demuestra confusión. Algo no está bien.

Incluso cuando ve lágrimas en los ojos azules y también dorados. Parecen ajenos de su presencia, casi como si por un instante fuera invisible, quiere hacer alguna pregunta. Pero da media vuelta, saliendo como si nunca hubiese estado allí y cuando Zuko voltea a la puerta, no ve nada, pero tiene la sensación de que debió haber visto algo.

Airi camina cabizbaja, entonces se encuentrá con dos señores que nunca a visto, tienen cara de amargados y su instinto le dice que no son buenas personas. Cuando pasa por el lado de ellos los mira con ojos entrecerrados, desconfiada.
A la mañana siguiente su padre le toma la mano, Zuko solía decirle que algún día ella sería la que ocuparía su lugar en la como Señora del Fuego, sin embargo, no piensa estar lista algún día. Es mucho trabajo, y Airi odia el trabajo con gente que no desea conocer a los patos tortuga del palacio.

—Te quiero mucho. ¿Lo sabes, no? —le dice Zuko. Para ella, él sigue siendo tan grande. Sin embargo, aún es un hombre muy joven, que le teme a varias cosas.

Airi asiente, sonriendo para mostrar los dientes. Zuko se ríe, porque a la niña recién se le ha salido un diente.

—¡Yo también te quiero papá! ¡Mucho! —grita, alzando sus pequeñas manos hacia los lados. Sintiendo confusión un momento, porque sus brazos no son suficientes para expresar lo largo de su amor.

Zuko trata de recordar esa imagen. La imagen de la pequeña niña sonriente, con aquella mirada tan poco inusual, pero tan fenomenalmente linda. El azul del agua y el dorado del fuego. La toma entre sus brazos y recorren los jardines, mientras hablan de cosas tan simples, como por ejemplo, porqué el cielo es azul. Zuko adora la simplicidad de su hija. Quisiera ver todo así.

Luego de volver hacia adentro, Sokka les espera. Con una sonrisa, pero Airi lo conoce, sabe que no se siente muy feliz.

—Iremos un tiempo con tu tía Katara. —dice él. Airi asiente, contenta, le gusta jugar con la nieve.

Cuando el viaje comienza, Airi alza su mano hacia Zuko. Está esperando por contarle todas sus aventuras. Zuko espera escucharlas, realmente lo espera.
Entonces la visita se hace extensa, los adultos tratan de distraer a la niña. Con cualquier cosa, volando en Appa, conociendo la suavidad de las nubes o jugando en medio de las aguas frías.

ᴀᴠᴇɴᴛᴜʀᴀs ᴅᴇ sᴏᴋᴋᴀ ʏ ᴢᴜᴋᴏ.Where stories live. Discover now